[LA OVEJA NEGRA] Tiempos finales
GERMÁN VALCÁRCEL | La berciana es una sociedad rebosante de conciencias anestesiadas, que privilegia el equilibrismo, el eufemismo, la ambigüedad y la rendición intelectual.
Esta es una comunidad repleta de políticos mediocres, de empresarios mafiosos, esclavistas y depredadores medioambientales, con una “intelectualidad” y unos medios de comunicación de mirada ovejuna y vuelo gallináceo, que analizan el entorno y juzgan bajo el exclusivo criterio de sus menguadas y mediocres aspiraciones, que descalifican ideas y opiniones ajenas, no por lo que enuncian, sino por quien las formula.
Este teatro de vanidades conforma un ecosistema inmejorable para el desarrollo de toda clase de barbaries y es un lodazal donde, también, los autocalificados progresistas consideran el pensamiento crítico, los matices y las diferencias casi un delito, convirtiendo, de paso, en mera caricatura los contenidos ideológicos sedimentados por décadas de lucha social y política. Grave error: el pensamiento no delinque, es la materia más útil para luchar contra el poder y el sectarismo. El pensamiento libre es la mejor arma para pelear contra los totalitarismos y ese fascismo silente que se esconde bajo el paraguas de lo políticamente correcto.
Toda esa fauna descrita que por aquí tiene su hábitat y que, con sus prácticas, ha convertido el Bierzo en una tierra más allá de toda esperanza frente a una hecatombe social como la que estamos padeciendo se dedican, tan sobrados de iniquidad moral y ética como impotentes, incapaces y faltos de inteligencia, a decir y hacer chorradas, chorrada tras chorrada.
Sin esta larga introducción no sería entendible lo que por estos lares ocurre. Mientras el planeta arde en conflictos sociales, con el cambio climático y la creciente escasez de recursos marcando las agendas políticas y económicas, mientras la sociedad termo industrial agota sus últimos cartuchos, en la Comarca Circular todas las soluciones que, desde la política, la clase empresarial o los intelectualillos pancistas nos ofrecen a la situación que se vive siguen siendo las mismas del siglo pasado. Sería deseable que, de una vez por todas, no siguieran repitiendo degradadas recetas del pasado, porque el paso del tiempo termina pudriendo las aguas estancadas.
Las soluciones no pasan por seguir reclamando infraestructuras caras, elitistas y socialmente poco rentables como el AVE, tampoco por autopistas o autovías como las destructivas A 76 o la autovía a Asturias, ni por industrias altamente contaminantes como Cosmos o Forestalia, ni por supuestas fábricas chinas de pilas, o porque ese estafador llamado Elon Musk (la cara visible de Tesla) traiga una supuesta factoría que, por supuesto, tampoco va construir en Berlín. Tampoco el turismo va a ser la solución, al menos el turismo tal cual lo conocemos. Cualquier solución pasa por cambiar de paradigma, aceptar que los tiempos del botellón consumista y del crecimiento han tocado a su fin.
Soy consciente de que es muy difícil de aceptar lo que servidor sostiene, cuando desde el entorno nacional se siguen haciendo y diciendo las mismas memeces de siempre, sin ir más lejos no tenemos más que leer los puntos uno y tres del acuerdo de gobierno entre PSOE y Podemos, absolutamente contradictorios entre sí. Mientras el punto uno nos sigue hablando de “consolidar el crecimiento”, el punto tres nos habla de “lucha contra el cambio climático”; ambas cosas a la vez no son posibles.
Sin embargo, en julio de 2014, Pablo Iglesias, Alberto Garzón y tantos otros podemitas firmaban el manifiesto Última Llamada que empezaba así: “Estamos atrapados en la dinámica perversa de una civilización que si no crece no funciona, y si crece destruye las bases naturales que la hacen posible”, explica el manifiesto. Se agotan los recursos naturales y energéticos y se rompen los equilibrios ecológicos de la Tierra. La crisis ecológica no puede esperar ni es un tema parcial.
“Frente a este desafío no bastan los mantras cosméticos del desarrollo sostenible, ni la mera apuesta por tecnologías ecoeficientes, ni una supuesta economía verde que encubre la mercantilización generalizada de bienes naturales”, juzguen ustedes mismos.
Pero lo peor es dejar la oposición en manos de esas hordas crepusculares que, propias de todo colapso civilizatorio, representa VOX
Hoy en día está demostrado que el crecimiento, por muchos adjetivos y pinturas verdes que le quieran dar, no es compatible con luchar contra el cambio climático. Esos acuerdos para acceder al gobierno del país se convierten en la constatación de que, en las sociedades occidentales, la izquierda y la derecha son dos caras de la misma moneda, dos formas diferentes de gestionar el capitalismo, el neocolonialismo extractivista y el expolio a los pueblos del sur global. Lo cual no impide a la muy sectaria y colonialista izquierda electorera, decirse solidarios con los que luchan contra el golpe de Estado acaecido en Bolivia, como si ser colonia china en vez de USA fuera una solución a las demandas de los pueblos originarios de ese país. Pero ellos no escuchan las voces que nacen de los movimientos sociales bolivianos, esos que dijeron NO, a la reelección indefinida de un régimen político que fomentó el extractivismo aunque con retórica anti-imperialista y rígidamente autoritario aun vistiendo el disfraz plurinacional. Un régimen extractivista, ferozmente anticomunitario y misógino. A nuestros izquierdistas nada les importa que la potente Central Obrera Boliviana y los movimientos feministas bolivianos fueran los primeros en pedir la dimisión de Evo. Lo que a continuación vino solo fue consecuencia del vacío de poder, muy bien aprovechado por los sectores reaccionarios del país. Pero resulta muy difícil combatir tanta desinformación, tanta manipulación, tanta mirada eurocéntrica como subyace dentro de los análisis que por Eurolandia y USA se leen y escuchan.
Pero volvamos a nuestro país, a nuestra geografía. El acuerdo de PSOE y Podemos para conformar un gobierno no es un acuerdo para luchar por el futuro, solo es una puesta en escena de alto presupuesto y baja calidad en su guion del asalto al poder de un vendedor de corbatas y de un caudillo populista, sin ningún cambio sociopolítico real. Se busca el cierre por arriba, y fracturar y desmovilizar la disidencia real por abajo, como ya se hizo con el 15M. Ni va a haber derogación real de las reformas laborales, con la señora Calviño como vicepresidenta, ni la ley Mordaza va ser anulada -todo lo más maquillada-, ni los presos políticos catalanes van a salir de la cárcel. La carta de Pablo Iglesias a sus hooligans, explicando los incumplimientos que se avecinan, es toda una declaración de principios. Pero lo peor es dejar la oposición en manos de esas hordas crepusculares que, propias de todo colapso civilizatorio, representa VOX, va a suponer que en las próximas elecciones los representantes del fascio-neoliberalismo internacional se acercaran a los cien diputados y eso lo vamos a pagar los de siempre, los mismos que ya ponen sus cuerpos en otras partes del planeta para luchar contra ese ecofascismo que viene.
Desde las instituciones jamás se frenaron los totalitarismos, y menos en el contexto actual. La situación es muy compleja y lo importante, también lo urgente, es convencer a la sociedad de que caminamos hacia un futuro donde solo hay dos salidas: o decrecimiento o ecofascismo.
El Bierzo tiene el tamaño y los recursos necesarios para iniciar una transición hacia una sociedad realmente sostenible, vivimos lo suficientemente alejados de las grandes urbes y los centros de poder para buscar un proceso de desmercantilización de la sociedad, olvidar como solución todas las fórmulas que nos ha conducido a la situación actual, tomar el camino hacia un estado estacionario, fomentar la economía de cercanía, escapar a la lógica del crecimiento, descomplejizar y desprofesionalizar la vida política. Para ello es necesitamos refundar los movimientos sociales, expulsar de ellos a todos esos escaladores sociales que los utilizan como negocio o trampolín político y social.
Ya sostenía el nada marxista filósofo y economista escocés John Stuart Mill que la sociedad, liberada de la obsesión del crecimiento, podría dedicarse a la gentes y los ciudadanos podrían acceder a la cultura. «No es necesario hacer observar que el estado estacionario de la población y de la riqueza no implica la inmovilidad del capital humano. Quedaría más espacio que nunca para todo tipo de avances culturales, morales y sociales, y así tener mejor calidad de vida, con más probabilidad de verlo mejorado, si los espíritus tuvieran otra perspectiva que la de adquirir riquezas. Las artes industriales mismas podrían ser cultivadas seriamente, con el mismo éxito, porque tendrían otro fin que la adquisición de riquezas; las mejoras alcanzarían su objetivo con la reducción del trabajo».