[CONTINENTES VACÍOS] Erecciones cylenses (I)
MATEO ORALLO REGO | Ha dicho Carlos Martínez que quiere que, tras los próximos comicios cylenses, gobierne la lista más votada y de este modo ser erigido presidente. Y es que Carlos Martínez será el candidato del PSOE a la Junta y tal vez de cara a lo que viene siendo interés personal no le falte sentido a su ocurrencia pues, aunque su apuesta sea un arriesgado all-in, consigue con ello dar la apariencia de que va a por todas. Y además refuerza al bipartidismo.
En sus legítimas aspiraciones, se quiere aprovechar Carlos Martínez de que tenemos (no solo a nivel cylense sino por norma general) un sistema electoral pésimo. Me explico: desde tiempos inmemoriales, los seres humanos han acomodado su pensamiento al esquema de medios y fines. Y si el fin de un sistema electoral (en una democracia digna, como gusta decirse, de tal nombre) es facilitar la renovación de las élites, nuestro mecanismo para repartir el poder (tanto municipal como autonómico como para las generales) opera en inverso sentido, favoreciendo el perpetuarse de aquellas.
En el conjunto de las nueve provincias cylenses, las cifras corroboran este hecho. Partiendo de 1983, se han constituido en 11 ocasiones las Cortes. Desde entonces, de media, el PP y el PSOE han controlado el 88,7 por ciento de la cámara aunque su apoyo histórico (medio) en las urnas es del 76,7 por ciento. En los últimos comicios, la suma de PP y PSOE fue del 61,42 por ciento de los sufragios pero sus procuradores en el legislativo autonómico ocupan el 72,8 por ciento de los asientos. Con menos de dos tercios de las papeletas, el bipartidismo obtuvo en 2022 la más débil cifra de apoyo desde que existe el autogobierno cylense. Ni en 1987, con la UCD en casi el 20 por ciento, el monto de PP (entonces AP) y PSOE estuvo tan bajo.
Y ahí están los partidos políticos, algo atascados (en el ámbito cylense y en el nacional) con su aparataje y sus fontaneros, su flora plagada de pegacarteles trepadoras y su fauna de clanes y familias; sus repartos internos de poder y sus intrigas de entreplanta con goteras, a sabiendas de que, llegadas las elecciones, el llamado voto útil (que mejor que bien rebautizó otro Carlos Martínez —este, Gorriarán— como «voto resignado») volverá a hacer de las suyas en favor del menos malo, es decir: premiando a un no buen candidato.
No sabemos si se reiterará Carlos Martínez (el de Soria, el del PSOE cylense) en su idea de ungir súbito modo a la lista más votada. Pero, desde luego, lo que desgraciadamente no nos cabe esperar (ni de él ni de quienes se reparten el poder a una con su partido, ni en el ámbito de las nueve provincias cylenses ni en el conjunto del país) es una reforma electoral que haga desaparecer el voto resignado, allane remozar el panorama vía comicios y agilice la aparición de nuevos actores políticos (tanto internamente en esos partidos estructurales tan estancos como a través de formaciones nuevas, muletas o pepitosgrillenses, totalmente necesarias); lo cual tal vez permitiría, al contrario de lo que desea Carlos Martínez, abandonar un régimen de opacidad, resignación y masas y transitar hacia una orteguiana politeia de minorías.