[LA OVEJA NEGRA] Los milagros del marketing
GERMÁN VALCÁRCEL | Recorrer actualmente los pueblos del Bierzo o las calles de su capital, Ponferrada, es cruzarse con hombres y mujeres confusos y desvalidos a los que la desolación y la tristeza enturbia la mirada; recorrer, entre semana, sus antaño repletas y ruidosas tascas, bares, mesones, restaurantes o locales de copas es entrar en lugares poblados de silencios y soledades. La capital berciana, más apagada que nunca, ha dejado atrás aquellos ruidosos tiempos donde el dinero corría a raudales y la fiesta parecía inagotable, tiempos de falsas ilusiones alimentadas de extractivismo, especulación, y corrupción.
Los habitantes de La Comarca Circular que este domingo participen en la farsa que anualmente convocan los profesionales de la representación política, sindical y empresarial, seguramente han olvidado que los enterradores solo nos llevan al cementerio y no existen transfusiones eficaces de vida para los lugares que agonizan. Esta tierra hace ya tiempo que está recibiendo cuidados paliativos en forma de subvenciones y prejubilaciones. ¿Me pueden explicar que fueron si no los famosos fondos MINER? Dineros que, ahora, el Tribunal de Cuentas nos confirma que en su administración y aplicación hubo “deficiencias, irregularidades, falta de control y gestión ineficaz”, algo que por otra parte todos ya sabíamos por estas tierras.
Algunos pretenden convencernos para que las victimas sigamos siendo representadas por los victimarios. Tal vez, una feminista tan convencida como la portavoz “podemita” (le pregunto a ella por ser novata en la convocatoria) en el ayuntamiento de Ponferrada, nos pueda ilustrar: ¿iría a una manifestación por la igualdad de género con Vox, y tras una pancarta portada por miembros de alguna de las manadas de violadores que han proliferado por la geografía ibérica?
A servidor le sorprende constatar que, diez años después, ya no es aquel “agorero aguafiestas sin esperanza” que durante años escribía “columnas llenas de negatividad y resentimiento”, ahora, los mismos que entonces decían semejantes necedades afirman que «el Bierzo se muere». ¡Manda carallo!
Ese catastrofismo del que acusaban, cuando las cosas todavía tenían algún remedio, ha pasado a formar parte del relato de los que llevan décadas mangoneando la vida política, empresarial, sindical, cultural y social del Bierzo. Servidor sospecha que lo que ahora pretenden es utilizar el miedo para seguir conservando sus canonjías, su status quo y que la debacle no afecte, en lo fundamental, las estructuras político-sociales que ellos controlan y les dan su privilegiada posición económica y social. Ellos han generado el problema, pero ellos, dicen, tienen la solución.
El Bierzo es hoy una Comarca asustada, socialmente desestructurada y enferma, después de casi un siglo de extractivismo carbonero (está constatado que es lo que deja tras sí cualquier tipo de extractivismo), temerosa de las consecuencias del colapso al que nos han conducido la codicia, el egoísmo y la egolatría de esos supuestos “líderes” que colonizan todos los ámbitos de nuestro mapa social comarcal. Esa egolatría es, posiblemente, el problema que condena al fracaso cualquier intento de contestación social que se realice al margen del establishment político-social, condenándolo a reducirse a nada, a ir desmembrándose ante la mirada impasible de una sociedad alienada repleta de personajillos que miran más por dar lustre a sus enfermizos egos que por lograr articular una lucha real y colectiva.
Los enterradores solo nos llevan al cementerio y no existen transfusiones eficaces de vida para los lugares que agonizan
Resulta absurdo hablar de transición energética y seguir reclamando la industrialización, reindustrialización y la construcción de infraestructuras (como autovías o AVEs) que antes de que empiecen a construirse ya estarán obsoletas. Mientras el resto del planeta trata de encontrar soluciones al dilema más complicado, difícil y delicado al que se ha enfrentado la humanidad en toda su historia: cómo salir de un metabolismo social y económico tan avanzado y complejo como el que hemos construido en menos de tres siglos, pero sustentando en una tecnología sucia, generadora de enormes cantidades de residuos, insostenible medioambientalmente y plagada de efectos secundarios que está poniendo en peligro la vida en el planeta, nuestra castuza política, sindical y empresarial, repleta de truhanes y paletos de campanario están petrificados en una realidad de hace sesenta años (sus reivindicaciones nos lo muestran palmariamente), no parecen haberse enterado que el mundo que se derrumbó en 2008 esta finiquitado, ya no existe como tal, ni volverá jamás.
Para avanzar es necesario romper el cerco, algo muy difícil, de la propaganda institucional y mediática que va adaptando la versión de la catástrofe, vendiendo lavados de cara verdes para lo que no es más que un ecocidio a gran escala. Todo ello para que el ciudadano medio siga confiado y no se movilice ni se organice autónomamente. A eso se debe que la mitad de los medios de comunicación locales silenciaran el escrache al que colectivos ecologistas sometieron el pasado viernes al presidente de la Junta de Castilla y León.
Tampoco ayuda, al contrario, confunde y distorsiona en estos tiempos de resistencia en los que es necesario hablar sin tapujos ante el avance del eco fascismo, el discurso del ecologismo reformista y contemporizador, el que ha vendido su alma al sistema y a la política institucional y trata de hacernos tragar la falsa esperanza de que la solución es reformar un sistema irreformable. Es irreformable porque es un sistema que ha declarado la guerra a la vida, un sistema que desprecia la colaboración y nos inculca que solo sobrevivirá el que consiga lo necesario para sobrevivir. Por eso la ecología sin lucha y justicia social es jardinería, como sostenía el asesinado eco activista brasileño Chico Mendes.
Mi admirado Jorge Riechmann sostiene, cuando habla de la crisis eco social en la que estamos inmersos, que “es imposible salir de un pozo si previamente no somos conscientes que estamos dentro en él”. Por ello resulta tan difícil y complejo que el ciudadano medio sea consciente de la gravísima crisis ecológica y social en la que estamos inmersos, no la ve, se aferra a cualquier falsa esperanza, a cualquier pensamiento mágico y no termina de aceptar que el mundo nacido como consecuencia de cuarenta años de energía abundante y barata, el periodo de coste energético más bajo de la Historia, está finiquitado. Los límites ecológicos, el Cambio Climático, la masiva extinción de especies, el agotamiento de recursos, y muy especialmente de combustibles fósiles, es lo que sin duda van a poner fin a este periodo histórico de la humanidad, a la actual civilización occidental.
Es perder el tiempo –igual que lo fue hace una década exponerles a donde nos encaminábamos– tratar de explicar a los convocantes de la rogativa dominical que el sistema en el que vivimos no tiene un plan B energético alternativo a la energía fósil, factible ni disponible (sus reivindicaciones están sustentadas obviando esa realidad), absurdo tratar de convencer a gentes tan obtusas y sectarias de que sus propuestas nacen de una forma de entender la Economía basada en el crecimiento expansivo, responsable del desastre actual, al desvincularse de la materialidad de la Tierra y obviar los límites físicos del planeta. Cuanto antes aceptemos que ningún sistema, ni el capitalista ni ningún otro que necesite enormes cantidades de recursos finitos para funcionar es viable, menos sufrimiento padeceremos.
Es triste constatar en sus rutinizadas propuestas que, una vez más, siguen sin tener en cuenta los nuevos paradigmas ambientales que, si los observaran, podrían salvarnos de una situación que se vislumbra realmente penosa.
Todo esto parece confirmar aquello que afirma el sociólogo ambientalista William Catton en su Bottleneck: Humanity Impendig Impasse: “Nuestra especie no es lo suficientemente sabia para lidiar con el mundo que ha creado, y dudo que pueda evitar su colapso en el siglo XXI conforme se tenga que enfrentar a la crisis ecológica”.