[LA OVEJA NEGRA] La mesa de los caporales
GERMÁN VALCÁRCEL | El pasado día 3 de marzo se reunió por primera vez la llamada “Mesa por León”, una de esa mesas que utilizan nuestras mortajas como manteles.
La primera decisión que tomó fue crear una agencia que dependerá de la Diputación Provincial y contratar a alguien que la dirija. Nos dicen que dicha agencia constituirá foros de debate municipal, económico y social para dar voz a toda la sociedad; ¿a toda?, verán como no. No se dejen engañar, es lo de siempre, un nuevo abrevadero para los que llevan toda la vida ejerciendo de bien remunerados pastores del rebaño.
Se diseñará, afirman, un plan de desarrollo económico y social que esperan tenga éxito en un plazo de diez años. Dentro de diez años el mundo que actualmente conocemos nada tendrá que ver con el actual, como el actual poco tiene que ver con el de 2008, ese al que con sus absurdas propuestas pretender volver.
Los que se han sentado a esa mesa, por lo que representan y por lo que han hecho hasta ahora, no son más que máquinas de destrucción impasibles e indiferentes al dolor, a la indignación moral y a la rabia política, son gentes que nos ven como herramientas desechables y reemplazables que solo sirven para ser fuerza de trabajo, partes anónimas de las máquinas que sostienen el Estado.
Llaman crisis económica a lo que estamos viviendo, pero si admitimos esa definición sus propuestas no serán más que un saco sin fondo de egoísmo y de traición, de llamadas sin respuesta, de silencios rebosantes, de palabras vacías, de palabras destruidas, la comedia y la tragedia, las nubes de tormenta y los cielos de sol, todo les sirve para tejer el vértigo de un presente demasiado frágil, aunque finalmente siempre somos los mismos los que terminamos confundiendo la vida y el miedo, la cólera y las ganas de llorar, y además se nos exige disimular, debemos ser “positivos”, es de mal gusto que mostremos no solo nuestro estupor, sino nuestros temores, sufrimientos, dolor, ira o desesperada angustia.
La lógica de los que a esa mesa se sientan es la lógica del neoliberalismo, por mucho que se disfracen. Ellos no son más que los caporales, en la provincia, del “cartel” que dicta las reglas del juego y las reglas impuestas son las de los negocios, el beneficio. El resto es igual a cero. El resto no existe, “Gente mierda” que diría Trump.
En ninguna información los escucharán explicarnos que los niveles de producción y consumo que tenemos se han conseguido a costa de agotar los recursos naturales y energéticos, a romper los equilibrios ecológicos; nada dirán sobre que el declive en la disponibilidad de energía barata hace imposible esa falacia que repiten como un mantra: industrializar y reindustrializar la provincia. Nada nos explicarán, aferrados a los bordes de un mundo que se desmorona, que ese crecimiento económico que defienden como un dogma es ya un genocidio a cámara lenta. No introducen, en ninguna de sus variables, que el exterminio y la extinción son la posibilidad que esta surgiendo para la humanidad en el siglo XXI. Tampoco tienen en cuenta los escenarios catastróficos del cambio climático y las tremendas migraciones que va a ocasionar. Ni siquiera tendrán en cuenta que las tensiones geopolíticas por los recursos nos muestran que las tendencias de progreso del pasado se han quebrado; ciegos, o mal intencionados, no quieren mirar y sacar las pertinentes conclusiones ante la barbarie que, para sostener y defender nuestro modelo de vida, está ocurriendo en las fronteras del espacio geopolítico al que pertenecemos, Europa; ni que las grandes ciudades, más temprano que tarde, se convertirán en inhabitables ante la crisis energética, dando como resultado que eso que ahora llamamos crisis demográfica ya no será tal dentro de una década.
En sus propuestas no tienen en cuenta a esas multitudes que, aterradas por la manipulación de las televisiones y medios de comunicación, esconden su terror tras una mascarilla; al contrario, las prefieren alienadas, asustadas, el miedo siempre fue un buen método de control social. Ellos, al fin y al cabo, forman parte del ejército de vigilantes de ese inmenso panóptico en que las nuevas tecnologías han convertido el planeta,
Ya no queda margen para las medidas cosméticas que defienden los reformistas políticos y ambientales
Ante este escenario, a algunos nos inquieta la actitud de ciertos sectores del autoproclamado movimiento ecologista, a los que habría que recordar que ecología no significa reciclar, ahorrar o cosas similares. Ecología es una rama de la Biología que se encarga de estudiar las interacciones entre los seres vivos y su ambiente, incluyendo el entendimiento del funcionamiento de un sistema al completo, desde cadenas tróficas hasta ciclos biogeoquímicos.
Pero esos activistas medioambientales defensores de ese oxímoron llamado desarrollo sostenible o sustentable, les parece más importante reunirse con las autoridades, “asesorar» o incluso formar parte de una de esas mesas para el “desarrollo” que informar con claridad al resto de la población de la cruda realidad que representa la emergencia climática y la crisis energética, o que de seguir por la senda del crecimiento vamos al desastre más absoluto, a la barbarie global. Ellos prefieren tildar de mensaje pesimista a quien lo intenta, otros preferimos llamarlo realismo. Cuando se ve de cerca la barbarie que nuestro opulento modo de vida ocasiona no es posible ser optimista, a no ser que seas un cínico o un psicópata.
Por mucho que se quiera dulcificar la realidad, el cambio climático y el abismo energético es nuestro destino con sus amargas y durísimas consecuencias y se traduce en cosas muy sencillas: apagones eléctricos, escasez de gasolina, escasez de alimentos, deterioro de la seguridad pública, desmoronamiento de las instituciones y de la salud pública, competencia por los recursos, etc.
En ese escenario la única lucha social que tendrá sentido será la de la supervivencia. Si no nos hacemos conscientes, si la sociedad no se pertrecha intelectual y anímicamente para ese escenario, la única forma de adquirir resiliencia, si no empezamos a organizarnos desde abajo, de nada servirá ese panglosiano “positivismo buen rollista”, ya que el más brutal eco fascismo será la solución que nos impongan desde arriba.
Ya no queda margen para las medidas cosméticas que defienden los reformistas políticos y ambientales, el nuevo gatopardismo verde, solo desde un activismo ambiental radical que vaya a la raíz del problema, que cuente la cruda realidad es posible organizar la resistencia, lo único que a estas alturas podemos construir. Por eso está siendo desacreditado, tildado de negativo, antiprogresista o, en el peor de los casos, de terrorista. Todo intento de organización social en torno a las premisas del anticapitalismo y anticolonialismo no parece tolerable en nuestra opulenta sociedad.
Hay las suficientes evidencias como para comprobar que somos culpables de vivir en la superficie de las cosas, debemos decir la verdad por incómoda y dura que sea, por mucho que algunos quieran silenciar que lo que estamos viviendo no es solo una crisis ecológica, es una crisis antropológica, una crisis de civilización que no puede resolverse en el marco del capitalismo, ni con el “capitalismo verde” o “desarrollo sustentable”.
Si seguimos admitiendo las tesis de los que nos pastorean, ya sea desde las instituciones del Estado o desde esa suerte de eco reformismo, no estaremos más que aceptando una propuesta de suicidio; ellos son los negativos y reaccionarios, ellos solo pretenden mantener su privilegiada posición, de euroblanco, en el actual metabolismo social. Nos quieren obligar a expiar las quimeras utópicas, a encerrarnos en un zoológico de humanoides resignados, esclavizados, a convertirnos en herramientas que hablan y hacer realidad aquello que Jared Diamond escribió, allá por 2004, en su libro Colapso: «Nuestros hijos vivirán agazapados entre los escombros de una sociedad que se derrumbará por no entender que todas aquellas especies que sobrepasan los límites de los ecosistemas que los alimentan terminan colapsando».