[LA OVEJA NEGRA] Divagaciones de un recluso
GERMÁN VALCÁRCEL | Durante los primeros días de confinamiento pensé que esta pandemia podía ayudarnos a repensar nuestras relaciones políticas, sociales y medioambientales. En estos momentos soy escéptico.
La pandemia del coronavirus, con una incidencia real muy reducida en el Bierzo (en el momento de escribir esta columna y tras dos semanas: cuatro muertos, setenta y ocho hospitalizados y catorce altas), está mostrando la clase de sociedad que somos, en la Comarca Circular no hay sociedad civil respetable, somos plebe con ínsulas sancho-pancistas que solo se relaciona al llamado de las sirenas de la policía y al cantico del “A Ponferrada me voy”; a eso, se está demostrando, se reduce nuestra relación social básica que no sea productivista o rentista.
El odio y el desprecio que un importante sector de la población española, también de la berciana, siente por todo lo que, según ellos, huele a “progre” o izquierda, es algo que pone de manifiesto que la pospandemia va a ser muy difícil de sobrellevar. Múltiples emisoras de radio y televisión, de este país, están desempeñando el mismo papel que la tristemente famosa emisora ruandesa, “Des Mille Collines”, practicó en el genocidio ruandés, incitando al odio contra los tutsis y hutus moderados y que dio lugar al terrible genocidio ocurrido en aquel país. Aquí, estos sembradores de odio lo están llevando a cabo contra quien piensa diferente, con ello están generando un caldo de cultivo muy peligroso. Cuando se enciende las emociones más primarias se obtienen también reacciones muy primarias, y en situaciones críticas más.
Ante semejante panorama, se nos muestra, con toda crudeza, que el fascismo ya estaba instalado en el seno de nuestra sociedad mucho antes de la pandemia, es el desprecio al diferente sembrado e inculcado desde hace décadas por esos medios de intoxicación, afines a la necrófila derecha política. Una vez más utilizan los muertos, como antes han hecho con los de ETA, ahora pretenden utilizar los muertos de la crisis sanitaria poniendo banderas a media asta y realizando funerales de Estado.
Toda la basura que estos días aflora, incluidas las delaciones “balconeras”, hijas de los viejos somatenes, es consecuencia del fascismo estructural que anida en la sociedad española desde hace ochenta años, el resultado de una ideología de Estado depredadora y parásita -el transversal, ideológicamente hablando, nacionalismo español-, hondamente anclada en una estúpida y miserable necesidad de superioridad, de sometimiento y violencia contra todas aquellas personas tildadas de inferiores por un espantoso y clasista ideario de segregación. Ahí tienen a los miserables de Vox pidiendo quitar la sanidad gratuita a los inmigrantes durante el estado de alarma o el exabrupto escrito en las redes sociales por una ponferradina de pro: “¡¡rojos, esto lo vais a pagar más adelante!!, se refiere a los muertos por el coronavirus.
Hay que tener muy poca humanidad, están demostrando que carecen de ella, para utilizar esta pandemia global políticamente, la carroñera derecha política española lo está haciendo sin pudor, jaleada por unas hordas alienadas y fascistizadas. Nos pueden pedir responsabilidad y solidaridad y lo hacemos, la inmensa mayoría, con gusto por nuestros vecinos, pero no debemos aceptar disciplina social y obediencia, de aceptarlo el Estado totalitario se nos está colando por la gatera. La rápida militarización a la que la pandemia está dando paso es la respuesta preventiva a las posibles insurgencias que surjan desde abajo, cuando las condiciones de vida empeoren para amplios sectores populares de la sociedad.
A la emergencia sanitaria actual le sucederá, como ya estamos viendo en Italia, una emergencia social. La primera reacción por parte del Estado, gobierne quien gobierne, a la que nos vamos a enfrentar, va a ser el intento de implantar un proyecto estatalista, jerárquico, autoritario y militarizado. La respuesta que demos marcará el futuro de todos nosotros y de las generaciones venideras.
Tampoco debemos olvidar que la pandemia tiene una rotunda dimensión de clase, ahí tienen a los más poderosos confinados en sus mansiones, mientras son las clases populares (personal sanitario, cajeras, camioneros, barrenderos, etc…), las que mantienen en pie, con riesgo de su vida y en condiciones a veces infames, los servicios esenciales.
Son las clases populares las que mantienen en pie, con riesgo de su vida y en condiciones a veces infames, los servicios esenciales
Por mucho que el lenguaje militar haya tomado cuerpo, no es una guerra lo que estamos sufriendo, es una enseñanza: la de la humildad, la interrelación y la solidaridad. Tenemos la oportunidad de darnos cuenta de que la especie humana no es la única fuerza del planeta.
No existe enemigo, solamente otro organismo vivo en pleno flujo migratorio y para combatirlo debemos detenernos para que no nos encontremos demasiado, tal vez algo difícil de aceptar para los antropocéntricos occidentales defensores ciegos del capitalismo.
La crisis epidemiológica es un pequeño anticipo de lo que el cambio climático va a ocasionar, y ambos son igualmente abstractos; además comparten, curiosamente, negacionismo similar sobre su peligro y sobre la creencia de que todavía hay soluciones dentro del sistema sin desafiar al capitalismo ¿Aprenderemos de la pandemia que no tomar medidas a tiempo nos lleva al desastre?
Todo indica que el miserable y consumista estilo de vida que conocíamos no va a volver, si de algo debería servir la pandemia es para aceptar que debemos cambiar nuestra forma de hacer todo lo que hacemos: trabajar, salir de compras, cuidar de nuestra salud, educar a nuestros hijos, cuidar de los miembros de la familia, relacionarnos, viajar.
Si definitivamente somos capaces de aprender y aceptar que solamente somos una especie más en el planeta y que nuestra existencia se rige por leyes físicas, químicas y procesos biológicos no por nuestra imaginación, nuestro ingenio o nuestra convicción ideológica, algo habremos avanzado.
Aunque nos espera dolor y muerte, no debemos dejar que las negras tormentas que agitan el aire nos impidan luchar por los bienes más preciados de toda persona: la vida y la libertad colectiva, la de todos.
Aunque desgraciadamente una inmensa mayoría pretende volver a la “normalidad” cuanto antes, parece que todavía no somos conscientes de que nada retornará a la “normalidad” que conocimos, deberíamos empezar a pensar en la post-confinamiento como un periodo de reconstitución más que de reconstrucción, trasformar el individualismo competitivo, el darwinismo social con los que el neoliberalismo y el capitalismo quieren que confrontemos entre nosotros y nos veamos como competidores, en una época donde la auto organización desde la base sea uno de los pilares fundamentales para afrontar la etapa posterior al actual encierro, el apoyo mutuo, la cooperación, la solidaridad, el cuidado de los unos por los otros, compartir recursos, en definitiva de construcción de una sociedad auto organizada de forma horizontal, donde la responsabilidad individual y no la represión, sean el motor de la socialización y el germen que nos permita afrontar la transición eco social desde la justicia social. Tenemos la obligación de rebelarnos ante al ecofascismo y el autoritarismo con los que los de arriba y sus siervos de la gleba pretenden salir de la pandemia.
En una comarca como el Bierzo ha llegado la hora de organizarse para empezar a montar modelos alimentarios de cercanía, es de los lugares donde más fácil lo tenemos. Por mucho que desde las instituciones nos cuenten fabulas, el suministro no está garantizado. El mercado internacional de alimentos, como ocurre con los medicamentos, está inmerso en un sálvese quien pueda y el suministro alimentario va a sufrir una fuerte escasez y consecuente subida de precios. ¿Alguien piensa que el confinamiento de más de tres mil millones de personas no va a tener consecuencias?
En estos días de manipulación y confusión extrema, de rotura obligada de todo vínculo físico, es necesario resistir y organizar la rebeldía contra la muerte, crear redes de cooperación y ayuda mutua, preparar la solidaridad ante la necro política que, todas las áreas de la vida, quiere invadir.
Conviene recordar, en estos tiempos de enclaustramiento, lo que Carlos Taibo sostiene: “En estas horas me parece urgente distinguir la solidaridad desnuda y espontánea que se ejerce desde abajo y la que, antes aparente que real, se despliega conforme a intereses ajenos y formulas autoritarias”.