[TRIBUNA] Entre el infantilismo neoliberal y el populismo soez
MANUEL REY ÁLVAREZ | En mayo de 1918 Lenin publicó un artículo en el recién fundado diario Pravda titulado Acerca del infantilismo izquierdista y del espíritu pequeñoburgués en el que reprochaba al grupo de los llamados “comunistas de izquierda”, entre otras cosas y por decirlo pronto, su actitud valentona ante el apabullante poderío de las potencias centrales –la reciente firma del tratado de Brest-Litovsk dejaba a la naciente Rusia soviética lastimosamente desmembrada, por lo que los comunistas de izquierda criticaron duramente el acuerdo–. Actitud valentona derivada fundamentalmente, según remarca el autor, de la excesiva confianza en el análisis pretendidamente científico de la situación por parte de aquel grupo de izquierdistas.
Según esto, para Lenin -y para mí también-, uno de los rasgos que caracterizan el infantilismo, seguramente el principal, sería el exceso de confianza. Un exceso de confianza basado, además, en la ignorancia profunda de las cosas. Ignorancia, para más inri, apuntalada por una interpretación de la realidad ajustada en todo a los propios deseos y aspiraciones.
Este desgraciado y pandémico episodio del coronavirus que nos está tocando soportar nos ha “regalado” ya un buen número de insólitas estampas; seguramente nos queden unas cuantas más por recibir. Personalmente, una de las que considero más llamativas es la del paladín neoliberal tornándose súbitamente en socialdemócrata, cuando no en socialcomunista. Allá el caso de Donald Trump repartiendo cheques de mil dólares a los americanos, acá el caso de Luis de Guindos pidiendo una “renta mínima de emergencia”, acullá el despeinado Boris Johnson, que al final ha tenido que peinarse, etc.
A estos valentones del liberalismo se les acabó la valentía en cuanto vieron que el hocico del lobo asomaba por la puerta de su casa y corrieron a refugiarse –con buen criterio, desde luego– en los mecanismos del Estado, ese mismo Estado que hasta ahora trataban por todos los medios a su alcance de reducir a cenizas.
El liberalismo también se apoya en un supuesto análisis científico de la realidad. Análisis, eso sí, siempre patrocinado por magnates y potentados de la industria y el comercio, como los de la universidad de Chicago, financiada por Rockefeller, cuando no efectuado por los propios potentados, como es el caso de Adam Smith, escocés acaudalado y amigo cercano de los grandes comerciantes de Edimburgo.
No hay cosa que parezca más populista que pretender solucionarlo todo con rebajas de impuestos
No puedo culpar a nadie por tener una visión optimista de la vida cuando tiene una cuenta bancaria que no podría vaciar en 10 vidas que viviese, pero tampoco voy a decir que me dé pena por no ver que esa cuenta no le salvará la vida si viene una pandemia y no hay un maldito respirador que ponerle en la cara. No, los idiotas no me dan pena.
Y utilizo aquí el término “idiota” en su sentido etimológico, que por algo ha llegado a tener el sentido con que hoy lo usamos. Porque, efectivamente, hace falta ser idiota para creer que ignorando los asuntos públicos y ocupándose solo de los propios está todo resuelto. ¡No, idiota!, los asuntos públicos también son tuyos porque son de todos.
En definitiva, la combinación de doctrina y posición económica resulta en un destilado letal que deriva, como fórmula política, en “rebajas de impuestos, rebajas de impuestos y rebajas de impuestos”. He aquí su receta estrella, prácticamente única, que extienden siempre que se trata de curar la economía. Pues bien, visto el resultado de la ominosa receta, que en algunas partes de nuestro territorio, como la Comunidad de Madrid, ha estado a punto de dar al traste con el sistema público de salud, los idiotas vuelven a la carga con ella sin darse cuenta de que en este momento no estamos ante una crisis de oferta o de demanda, sino ante una causa externa que impone un parón a la economía tanto si hay impuestos como si no. Cierto que un aplazamiento de cuotas a los autónomos y de otros impuestos sería más que conveniente, pero esas medidas ya se han tomado –junto con otras muchas, como la ayuda por caída o cese de actividad- y el erre que erre no cesa.
Sorprende mucho que quienes están siempre prontos a recordarnos que en esta vida todo tiene un precio, que nada es gratis y que si algo queremos tenemos que pagarlo, pretendan convencernos de que se puede disfrutar de servicios públicos de calidad sin pagar impuestos. Porque, eso sí, protestarán, como el resto de los mortales, si no funcionan o funcionan mal. Y sorprende más todavía que quienes acusan de populismo a los que reclaman –reclamamos– ayudas para los más desfavorecidos o un reparto más equitativo de la riqueza, pretendan pasar por serios con la incombustible cantinela de la rebaja de impuestos. No señores, los servicios públicos también hay que pagarlos.
Se ha dicho con justa razón que esta crisis del coronavirus ha de cambiar muchas cosas. Como hemos visto, la percepción del papel del Estado es una de ellas y a su rebufo, la del carácter de los mensajes políticos, porque desde la playa a la que nos ha traído este naufragio no hay cosa que parezca más populista que pretender solucionarlo todo con rebajas de impuestos. Y menos en un país como el nuestro, con una presión fiscal de las más bajas de Europa, nada menos que 5 puntos por debajo de la media europea, 6 por debajo de Alemania o Italia y 13 por debajo de Francia.