[LA OVEJA NEGRA] Divagaciones de un recluso II: el virus
GERMÁN VALCÁRCEL | Mientras escribo, entre la rabia, el estupor y la desesperanza, constato que hemos logrado, en tres semanas, normalizar la distopia en la que nos han instalado, sin apenas disidencia, como rebaño asustado, mediante la escandalosa desinformación y el pánico creados sobre datos descontextualizados, inexactos e insuficientes.
Servidor, desde su confinamiento, no para de hacerse la misma pregunta ¿por qué las autoridades, con los medios de comunicación como cómplices, se esfuerzan en aterrorizar a la población, provocando un verdadero estado de excepción, con graves limitaciones de los movimientos y una suspensión del funcionamiento normal de las condiciones de vida y de trabajo?
Las únicas certezas que obtengo es que el estado de emergencia se ha convertido en el estado de derecho y que, cuando acabe el confinamiento, no va a haber fiestas ni alegría, sino dolor y luto por las muertes ocasionadas por los antiguos y reiterados recortes en sanidad, pero sobre todo vamos a llorar las libertades estranguladas, los derechos vulnerados que jamás volverán, y tendremos que reconocer que todo ello no es responsabilidad del Coronavirus, sino de las decisiones de nuestros muy democráticamente electos representantes, plenamente aceptadas y aplaudidas, todos los días del encierro, por nosotros sus súbditos.
En estos días de burbuja inflacionista de habladurías han aparecido múltiples especialistas en explicar el colapso y la distopia en la que nos encontramos inmersos, muchos de ellos tildaban, hasta anteayer, de apocalípticos agoreros a quienes, simplemente, tratábamos de explicar hacia donde nos llevaba un sistema económico criminal que no era posible reformar, sino era abriendo una senda hacia el eco-fascismo.
A esos expertos a posteriori, permítaseme emplear la terminología de moda, les dejo expliquen y dibujen el futuro que nos espera (tan peligroso es el cruel y criminal eco-fascismo de los neoliberales, como el tecno-totalitarismo que se esconde tras la mayoría de las propuestas de socialdemócratas, social comunistas y eco reformistas), aderezado, a ser posible, con su peculiar optimismo y positivismo panglosiano que, en el fondo, no es más que una llamada a la sumisión.
Pero el virus real es el sistema económico en el que estamos instalados, que no es más que una guerra en toda regla, una guerra de la economía contra la vida, contra las libertades, contra el planeta en su conjunto, contra el futuro de las generaciones venideras, a las que estamos endosando las deudas, la destrucción, y la basura que genera un sistema de producción y un estilo de vida basado en una economía en crecimiento continuo, dopada con un consumo energético insostenible y un extractivismo que no son ecosimbioticos ni eco-sostenibles. Una guerra que, en última instancia, ha generado las causas que han provocado el salto de este virus zoonótico a la cadena humana y consecuentemente responsable de todas y cada una de las muertes ocasionadas por el COVID-19. El derretimiento del permafrost, provocado por el cambio climático, cuyo origen es la sociedad termo-industrial, está liberando no solo metano, sino también decenas de virus desconocidos.
La pandemia está sirviendo, al menos, para que, por fin, se empiecen a escuchar las voces que exigen la urgente necesidad de iniciar una transición que desactive la economía capitalista. Pero dudo que esas voces sean escuchadas de verdad y, lo más importante, se esté dispuesto a aceptar sus consecuencias, ya que significa mucho más que un simple cambio de sistema económico. Aceptar esa transición implica una ruptura, no solo con toda la organización colectiva, política y social sino también con los modos de producción de las subjetividades propios de la sociedad de la mercancía. Implica romper con la forma de humanidad característica de la modernidad occidental y seguramente con tendencias históricas de más larga duración que engloban al capitalismo, pero también a los grandes sistemas anteriores de explotación y dominación estatal.
A servidor le gustaría decir que nos espera un futuro lleno “de colores y buen rollito”, pero, aun siendo consciente que vivo en un mundo donde el lenguaje es una herramienta que ya no es empleada para analizar y describir la realidad, sino para travestirla y operar sobre lo real, considero que debo ser intelectualmente honrado, al fin y al cabo no soy más que un hombre que va a vivir la mayor parte de su vida en el siglo XX, seguramente por eso solo acierto a decir que, desgraciadamente, el viraje civilizatorio que se está poniendo en marcha, como consecuencia de la pandemia, se dirige, al menos aparentemente, hacia mecanismos de control y dominación cada vez más sofisticados y tentaculares. Las medidas totalitarias, fortalecidas con la utilización de la Inteligencia Artificial, tomadas por un gobierno que se dice de izquierda, para gestionar lo que afirman es, solo, un grave problema sanitario, plantean una auténtica revolución antropológica, no solo política.
Tras la pospandemia nos espera el colapso ecológico y la crisis económica total
El brutal, grosero, alienante y estéril enfrentamiento político izquierda derecha, no debe despistarnos ni hacernos olvidar que ambas posiciones políticas son nacidas de una misma cosmovisión que, hija del esquema de una historia supuestamente universal marcada desde la prehistoria hasta nuestros días por una dinámica de crecimiento continuo, resulta tan arraigada como ilusoria y forma parte de los grandes mitos de la cultura occidental. Esa lógica del crecimiento, aparentemente infinito que, defendido por todos los actores políticos e intelectuales intramuros del sistema, bajo los nombres de Progreso o Desarrollo, ha impuesto, de forma colonial, el Occidente capitalista al resto del mundo durante los últimos siglos.
La pandemia del Coronavirus ha venido a mostrar que si antes el sufrimiento causado por el capitalismo, en su necesidad de generar plusvalías que sigan permitiendo la acumulación capitalista, era externalizado, de forma mayoritaria, en las colonias, también llamados países subdesarrollados o Sur Global, ahora ensancha sus calamidades al interior de los muros de la metrópoli, dejando, en su avance destructor, devastadas familias, comunidades enteras, naciones y continentes con tal de seguir generando plusvalías y la consiguiente acumulación.
Cansado de gobernar desde las sombras, el Gran Capital desmonta las mentiras de la “ciudadanía” y la “igualdad” frente a la ley y el mercado. El papel que en la gestión de la pandemia están jugando los nuevos señores feudales –en España la actuación de personajes como Amancio Ortega o Florentino Pérez es muy esclarecedora– no hace más que mostrar el papel real, la debilidad y la subsidiariedad de los Estados en el capitalismo globalizado.
Siempre con la guerra como herramienta, en su avance destructor el Capital, el Poder demolió, en sus orígenes, feudos y reinos. Y sobre sus ruinas levanto estados-nación que una vez devastadas (rescates bancarios y privatización de la mayoría de servicios públicos básicos) ya no le son necesarios en un mercado global.
Mientras nos decían que el mundo era una gigantesca megalópolis sin frontera, en realidad lo trasformaban en un inmenso almacén de mercancías donde todo se vende y se compra: las aguas, los vientos, la tierra, las plantas y animales, los gobiernos, el conocimiento, la diversión, el deseo, el amor, el odio, la gente. Y a la vez, utilizando el desarrollo tecnológico, en un gigantesco y distópico panóptico planetario.
La bandera de la libertad, igualdad y fraternidad con las que el capitalismo vistió su paso a sistema dominante en el mundo, es ya un trapo sucio y desechado en el basurero de la historia.
No bastan ni el horror, ni la condena, ni la resignación, ni la esperanza en que ya paso lo peor y las cosas no harán sino mejorar. No, lo cierto es que se va a poner peor, mucho peor. Tras la pospandemia nos espera el colapso ecológico y la crisis económica total que va a ser gestionada por los declarados proto fascistas del PP y los fascistas de Vox, como consecuencia de la incompetencia y ausencia de coraje político de los bienintencionados liberales disfrazados de socialdemócratas y social comunistas que nos gobiernan.
Por eso es necesario y urgente empezar organizar la resistencia y la rebeldía al margen de las instituciones de un Estado camino de la bancarrota. Solo así podremos sobrevivir, solo así será posible vivir.