[LA OVEJA NEGRA] El aullido de los chacales
GERMÁN VALCÁRCEL | Más allá de la gestión que de la pandemia esté haciendo el gobierno, el Covid-19 nos está dejando algunas enseñanzas, la primera es que las personas, en realidad, nunca ven libremente lo que juzgan, sino que ven lo que la ideología -o los prejuicios y fobias- les muestra, pues no ve el ojo, sino la idea a través del ojo.
Otra enseñanza que podemos obtener es que la pandemia se está convirtiendo en un instrumento muy efectivo para borrar, minimizar, ocultar o poner entre paréntesis otros problemas sociales, políticos y medioambientales que nos parecían muy urgentes
Estoy convencido de que la gestión de la crisis hecha por el gobierno español es manifiestamente mejorable e insuficiente, hablo de la parte sanitaria. Desde el punto de vista sanitario doy por descontado que las decisiones han sido tomadas con el asesoramiento de expertos que no parecen haber estado a la altura de las circunstancias y aunque la elección de esos expertos es una decisión política, de la que deberá responsabilizarse, convengamos que, a pesar de la indecente campaña de la oposición, se mueven en un terreno muy difícil y absolutamente desconocido.
El gobierno acaba de reconocer que perdieron algunos días, incluso semanas, sabiendo lo ocurrido en China, Corea e Italia, lo cual deja en entredicho a esos supuestos asesores gubernamentales que deberían dejar de hablar de picos, mesetas de contagio y demás eufemismos que lo único que hacen es generar angustia y ansiedad en una población que se encuentra enclaustrada y desconcertada ante visión de un mundo que se deshace ante sus ojos y que creía inmutable, un mundo para el que el Covid 19 será su sarcófago. Todo ello me lleva a concluir que el futuro de este gobierno es bastante escaso y muy negro.
Ahora bien, quien piense que con el Partido Popular y la derecha en el poder las cosas hubiesen ido mejor se equivoca profundamente. La pandemia del Coronavirus ha servido para sacar a la luz la situación calamitosa en la que se encuentra el Sistema Nacional de Salud, de la que son responsables, como consecuencia de los recortes, los gobiernos del PP presididos por Rajoy, al haber convertido en un negocio la salud de todos nosotros, con sus políticas de privatización y externalización de la sanidad pública, todo ello, no lo olvidemos, con la complicidad del PSOE, con los votos de ambos fue aprobada la ley 15/97, el marco legal que ha permitido el calamitoso estado en el que se encuentra la sanidad pública.
Por otra parte, su forma de gestionar situaciones de emergencia como el Prestige, el 11M, el accidente del Yak-42, el Madrid Arena la noche de Halloween, el accidente del metro de Valencia, incluso la más reciente, en Andalucía, alerta sanitaria de la listeriosis, por no hablar del oscurantismo de la actual presidenta de la Comunidad de Madrid ante las UCIs cerradas o el horror que está ocurriendo en las residencias de ancianos de la Comunidad que preside, están ahí para que no se nos olvide que siempre anteponen sus intereses personales, partidistas, empresariales y privados a los generales.
La derecha española, la política y la social compuesta de gente tan sectaria como activa y dispuesta a cualquier cosa con tal de lograr los objetivos que les marcan sus líderes políticos, no duda en subirse en los tigres de la mentira, la difamación y odio; con su actitud coprófaga está demostrando que no hay forma de convivir, ni siquiera cohabitar, con gentes de semejante pelaje y que es absolutamente imposible construir nada en común. No es posible con quienes anteponen la generación de plusvalías, necesarias para seguir permitiendo la acumulación capitalista, al cuidado de las vidas de las personas, de la Vida en general. Aunque sé que queda gente decente, pocos ciertamente, de ese lado de la barrera ideológica, consciente del grave daño que se está causando a la más mínima cohabitación con la estrategia de derribar al gobierno caiga quien caiga.
La derecha española no duda en subirse en los tigres de la mentira, la difamación y odio
Por otra parte, el coronavirus se ha convertido en un arma de destrucción y prohibición, aparentemente legítima, de la protesta social, pero solo selectiva, y no solo por parte del gobierno actual que, con la militarización de la pandemia y recorte de derechos y libertades, ha abierto el camino a todo tipo de totalitarismos. También, sin ir más lejos, lo hace la derecha, criminalizando el 8M, culpabilizando a la manifestación feminista de ser la responsable de la expansión del virus; sin embargo, nada dicen del congreso de Vox, de los cientos de miles de personas que ese domingo llenaron estadios de fútbol, teatros, cines, restaurantes y bares, o de los veinte mil valencianos que fueron a Italia a ver el partido Atlanta-Valencia o de las decenas de miles de turistas que entraban y salían del aeropuerto de Madrid-Barajas. Pero el turismo y los servicios son fuentes de plusvalía, eso para ellos es antes que la vida.
Tampoco recuerdan cuando sus voceros, esos chacales que aúllan odio en las ondas o en las redes sociales, acusaban, días antes de decretar el confinamiento general, al Gobierno Central de querer convertir la Comunidad de Madrid en un gulag, cuando en un principio se hablaba de cerrar solo Madrid, foco principal de la contaminación y desde donde, principalmente, se ha expandido la pandemia. De esa derecha nada podemos esperar, solo necro política, odio y exclusión en pos de la conquista del poder. Son los cruzados del “orden”, del suyo. La triste historia de este país demuestra, y con creces, aquello de lo que son capaces de llevar a cabo con tal de instaurar ese “orden”.
Debemos convenir que la pandemia está siendo muy útil para suprimir derechos y libertades que, con la excusa de la protección, desaparecen sin derecho a réplica, ni cuestionamiento posible. Nos regalan miedo para vendernos seguridad. Nos hablan de una guerra que vamos a vencer todos juntos. Les gusta la palabra, creen que sirve para hacer cuerpo y hacer de la enfermedad el supuesto enemigo ideal que nos una. La realidad les desmiente, ahí están, sin ir más lejos, los delatores o esos miembros de las llamadas fuerzas de seguridad dedicados a linchar en las redes sociales a quien los critica o denuncia actos de brutalidad.
Nada podemos esperar de una izquierda que, como podemos observar estos días, contrapone el tecno totalitarismo al eco fascismo de la derecha. La no derogación de la Ley Mordaza (utilizada con saña estos días de confinamiento); la llamada ley Mordaza digital, aprobada recientemente por este gobierno y aplicada mayoritariamente contra los disidentes del sistema, con la excusa de luchar contra las noticias falsas; la geolocalización, la implantación de posibles pasaportes sanitarios o el confinamiento de enfermos en instalaciones deportivas recuerda, como una gota de agua a otra, las distopías descritas en viejas novelas futuristas. Todo ello lo está llevando a cabo un Gobierno conformado por supuestos socialdemócratas y social-comunistas (las “izquierdas de pantuflas” los bautizó, con sorna, alguien que ahora no recuerdo) que declaran esa guerra no contra ningún virus sino contra la sociedad y contra la democracia, aprovechando el miedo a la enfermedad.
En este panóptico que, entre unos y otros, nos están construyendo aclara mucho leer, en algún medio provincial, a alguno de esos supuestos “intelectuales” ecoprogres tragarse, sin pestañear, el argumentario que desde los gabinetes de comunicación del gobierno y de los partidos que lo conforman, ese «serrín, masticado además previamente por miles de bocas» del que Franz Kafka nos habló en Carta al padre, donde se nos ofrece un mundo posthumano, en el cual será necesario disciplinar las relaciones tal como las hemos conocido, y se dedica a enumerar como sería ese mundo virtual: sin relaciones sociales presenciales ni abrazos, con el señalamiento como apestados o posibles portadores a los que no han pasado la enfermedad; el teletrabajo que definitivamente nos convertirá en esclavos; lo innecesario de la socialización como parte de la enseñanza que no hará más que aumentar las desigualdades entre los que dispongan de banda ancha y portátiles; la ausencia de fiestas populares, etc., es el mundo que nos ofrecen los tecnototalitarios disfrazados de progresismo.
Todo sirve, antes que cuestionar el auténtico virus, el metabolismo social que nos mata, el capitalismo y su crecimiento infinito en busca de plusvalías. Cualquier cosa, a pesar del enorme sufrimiento que esa ceguera va a ocasionar, sirve antes que renunciar a los privilegios de blanquitos occidentales, al colonialismo disfrazado de buenismo supremacista de ONG. Cualquier trampantojo les sirve antes que reconocer la auténtica pandemia.
Servidor no suele caer en el optimismo panglosiano, pero a veces sí me he dejo arrastras por esa víbora que, cuando nos muerde, adormece nuestro espíritu crítico llamada esperanza; en algún momento he llegado a pensar que el porvenir era humano, incluso femenino y plural para que cada uno lo viva libremente y que todos participemos en él, un mundo donde la ignorancia, la injusticia, la miseria, los sufrimientos serían combatidos, por eso en alguna ocasión hice mío ese eslogan que dice que “otro mundo es posible”. Una vez más mi admirado Carlos Taibo ha venido a puntualizar, con su característica agudeza, esa frase: “Otro mundo, peor, es probable”. Seguramente lo están construyendo, mientras estamos confinados. Tal vez para eso nos han sacado de las calles.