Rendición negociada
Sobre un flaco caballo
y cubriendo sus hombros
con un manto raído
entró el primero en la ciudad rendida.
Le seguía un ejército maltrecho:
más parecen mendigos
que soldados.
Los altos funcionarios abandonan
la ciudad, una rica caravana
les conduce al destierro, sus familias
marchan con ellos y también sus joyas,
sus esclavos, sus muebles…
Sin detener su carro, que es el último,
viendo a los vencedores
cansados y harapientos,
junto a las grandes puertas,
mirándole a los ojos, un anciano le grita:
así, como vosotros,
nuestros antepasados.
— Juan Carlos Suñén
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