[LA OVEJA NEGRA] Decrecimiento o barbarie
GERMÁN VALCÁRCEL | Mientras seguimos confinados y contando el número de infectados y muertos por el Covid 19, el pasado 22 de abril, el director general del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, informó que, actualmente, 821 millones de personas se van a dormir con hambre todas las noches y 300.000 podrían morir de hambre a diario durante un periodo de tres meses.
Pero eso parece no importar, no son habitantes de nuestras opulentas y colonialistas sociedades occidentales, la mayoría de ellos han tenido la desgracia de nacer en lugares ricos en recursos que nosotros necesitamos para seguir manteniendo nuestro nivel de consumo y nuestras comodidades.
La pandemia de Coronavirus que está asolando Occidente (el 80% de los doscientos mil decesos contabilizados, hasta la fecha, están datados en España, USA, Italia, Reino Unido, Bélgica, Países Bajos, Francia y Alemania) está mostrando la verdadera cara de las sociedades occidentales y más concretamente su capacidad de empatía: el único dolor, las únicas muertes que importan, las que merecen ser tenidas en cuenta son las nuestras.
Cada vez estoy más convencido de que el confinamiento, en las condiciones que se ha dado, es una aberración social y económica, y una estupidez sanitaria, el tiempo confirmará o dejará en evidencia estas opiniones. Cuando se puedan evaluar las dimensiones reales de la enfermedad, quizás nos avergüence la disposición a renunciar, por miedo, a la libertad y a las garantías democráticas, el sometimiento irracional a supuestos argumentos pretendidamente científicos, el desistir a ejercer la más mínima crítica ante el bombardeo político-mediático que polariza, sectariza y embrutece a la sociedad española.
Nos dicen que nuestras vidas están amenazadas por un virus silencioso y desconocido, mientras los gobernantes amenazan nuestra libertad y aprovechan la coyuntura para justificar y establecer nuevos precedentes para la intervención y control del Estado en los espacios más íntimos de nuestras vidas. Si aceptamos esta dicotomía entre la vida y la libertad vamos a pagar un duro precio, después de que la pandemia haya remitido.
En nuestro país, con uno de los confinamientos más duros del mundo occidental, se han empezado a rastrear los movimientos de los ciudadanos mediante medios telemáticos. Son métodos de control social en los que parece no habrá vuelta atrás. Salir de casa sin teléfono se va a convertir en un acto de resistencia y de desobediencia que, seguramente, no tardando mucho, será perseguido y penalizado.
La pandemia está sirviendo como excusa para instaurar la sociedad del control social; se legitima, con el miedo, la represión, la violencia policial, la militarización, la pérdida de derechos, la naturalización del abuso, la exclusión, la normalización de la tele-vida, el alejamiento social sin que a casi nadie se le ocurra cuestionar esas medidas, sin levantar la voz contra esta suerte de dictadura que se nos está imponiendo. Al contrario, se aplaude a los carceleros y, en algunos casos, las agresiones y brutalidades policiales a los que se saltan el confinamiento.
La pandemia ha sumido a la sociedad española en una de las guerras políticas más sucias que se han dado en este país en las últimas cinco decadas. Al uso de lenguaje militar por parte del gobierno, poniendo, además, en primera fila a los militares y a los responsables de la represión, usando vocablos como: guerra, batalla, victoria, frente enemigo, o incluso posguerra o reconstrucción, respondió la oposición con una infame y miserable campaña de intoxicación en las redes sociales y en los medios de comunicación afines, basada en la difamación, las mentiras, los bulos, las noticias falsas y la utilización de los muertos, algo que la derecha hace con reiteración. Eso sí, en tanto en cuanto no sean los que yacen en las cunetas desde que sus abuelos y padres políticos allí los enterraron, los del Yak-42 o los del 11M a los que no tiene ningún problema en ningunear y humillar.
Cada vez estoy más convencido de que el confinamiento, en las condiciones que se ha dado, es una aberración social y económica
Todo ello ha dado como resultado una sociedad totalmente polarizada y cada vez más alienada. En este contexto social, son muchos los hooligans y palmeros de la izquierda-estafa en el poder que acusan a todos los que disienten y cuestionan los métodos y maneras del gobierno actual de formar parte o hacerle el caldo gordo a la derecha extrema y a la extrema derecha. Pero no debemos permitir que nos acobarden, ni intimiden, ni autocensurarnos, ni renunciar a la crítica a un ejecutivo que parece estar desconectado de la realidad y da la impresión de no conocer el país que gobierna y para el que, a la hora de tomar medidas, todo se reduce a lo que ocurre en Madrid y en las grandes ciudades, un gobierno que se está demostrando incompetente, lo cual no significa que los otros lo estuvieran haciendo mejor, seguramente sería bastante peor, la gestión en Madrid y Castilla y León son el ejemplo de cómo lo harían. Esta es la mediocre y miserable clase política que padecemos.
Cuando pase la crisis sanitaria, cuando salgamos del confinamiento emergeremos entre las ruinas de una economía destrozada y, lo que es peor, insostenible, sería el momento de que fuéramos capaces de cuestionar el modelo social y económico actual; deberíamos reflexionar sobre escenarios de transformación y propuestas que no agraven el conflicto de la Vida contra el capital, escuchar las propuestas que pongan la Vida en el centro, de todas las personas y territorios, se hace necesario para que podamos transitar a modos de relacionarnos más justos y democráticos en vez de reforzar el capital y el ecofascismo.
La era del crecimiento que comenzó con la Revolución Industrial y se aceleró en la segunda mitad del siglo XX, sobre todo gracias a la energía barata obtenida de los combustibles fósiles, ha llegado a su fin. Este hecho, derivado del cambio climático, del advenimiento del declive en la producción del petróleo, y de otros minerales imprescindibles para el desarrollo, tal como lo conocemos, es incontestable, aunque las élites políticas y económicas a nivel mundial prefieren ocultarlo y obviarlo, actuando como si el crecimiento pudiera ser continuo e ilimitado en un planeta cuyos recursos son finitos.
Es ya seguro que en el siglo XXI la humanidad va a experimentar tremendos cambios ligados al cambio climático y al descenso en la disponibilidad de materiales y energía, sumergiéndose en una crisis económica que conducirá inevitablemente a un nuevo modo de vivir. La cuestión es si esto se producirá de manera forzosa, en forma de colapso del actual modelo civilizatorio, con terribles consecuencias para todos, o si se conseguirá afrontar de forma voluntaria y organizada para formar sociedades más equitativas y sostenibles. Es ante esa disyuntiva donde se alza el pensamiento decrecentista: decrecimiento o barbarie, nosotros elegimos.
Pero mucho me temo que, escuchando las propuestas del Gobierno, empresarios, sindicatos mayoritarios, algunos movimientos sociales y oposición, o sin ir más lejos lo que escuchamos a nuestros políticos y fuerzas sociales más cercanas, no es posible ser optimistas. Todas sus propuestas suenan a seguir como hasta ahora, viviendo en el consumismo y la destrucción, viviendo a costa de perpetuar las desigualdades, el expolio y destrucción medioambiental. No, ya no sirve, solo, reciclar y reutilizar, ni tampoco el optimismo sin freno, ni seguir repitiendo la distorsión interesada sobre la bondad y capacidad de las energías renovables industriales, ni la culpa, ni la conspiración, ni seguir pidiendo colaboración para reformar lo que es irreformable.
De aceptar las propuestas que hemos empezado a escuchar, propuestas que solo pretenden consolidar –con alguna reforma cosmética o tuneado verde– el modelo socioeconómico vigente, en definitiva, seguir utilizando a la naturaleza, los conocimientos, la ciencia, las artes y a la humanidad entera como materia prima para producir mercancías y el consiguiente plusvalor, estamos asegurando la destrucción del planeta, consolidando el auge del desempleo, las desigualdades, la miseria y las guerras por venir.
Todas esas desgracias son la esencia del sistema. De ellas se alimenta, a costa de ellas crece. La destrucción y la muerte son el combustible de la gran máquina del Capital. La única forma de detener la maquina es destruirla. Utilizando el mismo lenguaje del Gobierno, en la guerra mundial actual, la disputa es entre el sistema y la humanidad.