La guerra de las mujeres (II)
No todas las mujeres
están dormidas,
no todas palidecen entre muros
de adobe o se consumen
en carros chirriantes a la zaga
de un ejército. Algunas
plantaron rojas vides,
desenterraron muertos y tallaron
funestas flautas. Danzan
desnudas en lo alto
de la estacada; todo,
las flores y la leña,
la débil tierra, el fuerte fuego, todo
se amontona en sus lágrimas, se prende
a sus sueltos cabellos como a una
bandera interminable. Como a una
bandera interminable.
— Juan Carlos Suñén
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