Ella (y IV)
Sintió en el pecho el esmerado filo
seco y hondo. Miró la empuñadura:
elogió vagamente
la sobria habilidad del artesano…
Luego cerró los ojos
presintiendo
a una mujer decidida. Y, para siempre,
soñó que no era más que un hombre
que montaba caballos
dignos de un dios y moría
como un caballo estéril.
— Juan Carlos Suñén
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