[LA OVEJA NEGRA] La doctrina del shock en tiempos de pandemia
GERMÁN VALCÁRCEL | Tras cincuenta días, ayer se suavizó el duro confinamiento y aislamiento social que la sociedad española ha venido soportando estoicamente.
Reconozco que una de las imágenes más pasmosas que me deja este periodo ha sido ver a miles de persona normalmente pasivas, como muchos de mis convecinos ponferradinos, aposentarse en sus balcones y ventanas, con la mirada perdida, la respiración entrecortada por la emoción, o la indignación, aplaudir o “cacerolear” al éter como solo podría hacerlo la soldadesca a la orden de un sargento legionario, en este caso ha sido al mandato de las sirenas policiales.
Pueden ustedes seguir intercambiándose satisfacciones e insatisfacciones, pero no cuenten conmigo. Servidor que lleva habitando y militando, social y políticamente, en el extrarradio de la sociedad desde épocas menos tecnológicas y más silenciosas, sabe que el poder utiliza las emociones y, ahora también, las redes sociales como un instrumento de alienación interior y de expansión propagandística.
Sin embargo, sobre el tema de las redes sociales, no hay que dogmatizar, al fin y al cabo, uno de los terrenos más deslizantes es el de las motivaciones de la conducta humana. Reconozco que las redes sociales, además de un espacio profundamente tóxico, se han convertido, también, en una válvula de escape para malos gases retenidos en el bajo vientre de la sociedad. No sé si ofendo el pudor de los lectores con este viaje al abdomen social, pero no se me revela una imagen más exacta. Seguramente la resaca de la pandemia, perdón, o como quieran llamarle, será más llevadera, y generará menos conflictos sociales este verano después del pedo colectivo. Algo que, por supuesto, saben los que nos mandan.
Los políticos son gentes astutas –no es sinónimo de inteligentes- que conocen perfectamente que el enfrentamiento entre nosotros, sus súbditos, les permitirá seguir instalados en sus privilegios, mientras millones de españolitos, desesperados, habiendo perdido el empleo y todo horizonte, terminaremos en la miseria, y, consecuentemente, en las redes de la caridad y del asistencialismo que ellos, y los nuevos señores feudales, tan bien manejan. A modo de ejemplo, y para que constaten esos privilegios, sin necesidad de mirar muy lejos, les remito a la web municipal, y comparen ustedes mismos los emolumentos de nuestros munícipes -ellos no soportan ERTES- con la renta media de esta desvencijada ciudad. Seguramente, esta reflexión llevará a que Sir Winston Olegario Ramón Churchill y sus socios de gobierno me tilden de demagogo. Es sabido que a nuestro alcalde le gustan mucho más los “like” en las redes sociales que las críticas.
Pero de lo local, del tema presupuestario, de la policía municipal, de municipalizaciones, de mesas de reconstrucción con la participación de supuestos agentes sociales y supuestos expertos (¿va a llamar, también, a las organizaciones sindicales invisibilizadas, como CGT, o solamente a esas “gestorías laborales” que se dedican embridar, fomentar el lacayismo y potenciar la alienación y el conformismo de los trabajadores?), del Mundial de Ciclismo y sus secuelas políticas y funcionariales, incluso de la transformación del aquel “aspirante a político” que, mediáticamente, se daba jabón solo, en “estadista” con nutrido gabinete de prensa, hablaremos en otra ocasión. Quedan algo más de tres durísimos años por delante y servidor, en estas cosas, siempre ha tenido presente aquella frase de Maquiavelo: “la política está reñida con la verdad”. Tiempo habrá para concretar qué va a significar, a nivel local, la “desescalada”, ese timo construido sobre nuestra ingenuidad y también contra nuestras posibilidades reales de supervivencia, ya que para los que no son funcionarios de la política y no tienen asegurado el sueldete a fin de mes, el panorama es bastante negro.
Comparen ustedes mismos los emolumentos de nuestros munícipes con la renta media de esta desvencijada ciudad
No hay que tener estudios de sociología para saber que España es una catástrofe social como consecuencia del juego sectario y caciquil que se traen los partidos políticos y sus dirigentes, en el que han conseguido implicar a toda la sociedad, para así poder perpetuarse en el poder y hacer “sostenible” y necesaria la lucrativa industria de la representación política.
Cualquiera de los improbables lectores que hayan leído más de una columna de servidor sabe que no creo en soluciones electorales. No creo, porque ahí está el juego lamentable de los partidos políticos (incluidos sus afiliados y militantes), su dramática sumisión a las imposiciones del capital, los infumables recortes y pactos a los que se han entregado, y van a seguir entregándose, su desdén permanente por los de abajo, su absoluta ignorancia de lo que por lógica deben reclamar las generaciones venideras.
Por eso ya solo creo en la democracia de base, en la autogestión, en la construcción de espacios autónomos, en el apoyo mutuo, y no me gustaría ni volver a representar a nadie, ni que nadie me representase. ¿Que soy un Utópico? Sí lo son, en el mejor de los casos, los que los votan si creen que se puede regenerar este podrido y criminal sistema o en el peor, unos mentirosos, que pretenden seguir explotando a otros semejantes que es en lo que está basado este sistema.
Un sistema que convierte la política en una profesión muy bien remunerada y el activismo social en un negocio dedicado al pastoreo social y a desactivar cualquier forma de protesta o disidencia que cuestione el sistema de raíz, es un sistema profundamente antidemocrático y corrupto. Un sistema político-económico-social que se muestra incapaz de resolver los problemas que su funcionamiento suscita, es un sistema decadente. Una sociedad que decide cerrar los ojos a sus problemas cruciales, el cambio climático, la escasez, cada vez más acusada, de materias primas necesarias para su funcionamiento, las brutales desigualdades, etc… es una civilización enferma, moribunda.
La pandemia ha llegado como un huracán desnudando nuestra adormecida realidad y sacando a la luz el miserable metabolismo social que hemos construido; resulta llamativo que cuando solo consumimos lo que realmente necesitamos, la economía sobre la que sustentamos nuestro modo de vida se hunde sin remisión. Otro problema que ha puesto, plenamente, sobre la mesa es la situación del trabajo asalariado. La gente antes decía: no me importa el trabajo mientras me paguen, ahora, sin embargo, dicen: no me importan la cantidad que me paguen, o lo que tenga que pagar en salud o calidad de vida, mientras tenga trabajo, esa es, en el fondo, la línea argumental de los que defienden, por ejemplo, la instalación de industrias tóxicas como Cosmos, Forestalia o los defensores de ese oxímoron llamado “turismo sostenible”.
La “desescalada”, otro palabro de la neo lengua, ya nos está dejando las cosas claras, por mucho que la quieran pintar de verde. La necesidad de crecer a toda costa, para mantener el status quo de la casta política y de sus patrones, va a suprimir el debate sobre qué es necesario producir y que es necesario consumir y sobre los gravísimos problemas que nos acechaban antes del brote vírico. La “nueva normalidad”, más neo lengua, no contempla crear un vínculo con la tierra, ni enfrentar, claramente, el cambio climático, ni construir economías armoniosas y viables, ni simplificar nuestras vidas, ni alejarnos de la lógica de consumir, al contrario, no hay más que escuchar, por ej., al ministro Ábalos cuando nos dice que la construcción va a ser, de nuevo, el motor que nos saque de la crisis ocasionada por el coronavirus -transición ecológica a tope-, o a la patronal de sector de hostelería y a los sindicatos mayoritarios para saber cuál es el camino elegido; no, no hemos aprendido nada. La izquierda en el poder, con el espantajo de “que viene la derecha” como justificación y coartada, va a permitir e implantar mediante “la doctrina del shock” la siguiente fase de ajuste del neoliberalismo.
Vienen tiempos difíciles, el individualismo precario dominante ha empapado de ese caldo gris que se llama insolidaridad todo el tejido social. Creo que nunca, en nuestra historia reciente, se ha dado una conciencia social tan fragmentada, insolidaria, mezquina e ignorante como la que actualmente compartimos.
A pesar de este panorama tan sombrío, servidor seguirá esperando que cuando amaine la tormenta, cuando la lluvia y el fuego dejen en paz otra vez la tierra, el mundo no será el mundo, sino algo mejor.