Cambiaremos, a pesar de nuestra poca disposición, porque 27.117 motivos (al término de estas líneas) son muchos motivos y cambiarán algunas cosas de muy escasa importancia (ese amigo que ya no podrá agarrarnos del brazo y detenernos en el paseo para extenderse en alguna minucia de la conversación), otras de mucha (nuestra percepción de la Comunidad Europea, o de la Iglesia, o, en general de todas esas instituciones, comisionados y consultorías que se pasaron la crisis haciéndose el muerto y que pretenderán reaparecer como si nada cuando todo esto pase, tardará mucho tiempo en ser la que era) y otras de muchísima (la vida ya no valdrá nada).
Los recortes en sanidad pública continuarán, porque 27.117 motivos no son suficientes para blindarla sin parecerle comunista a algún sector tan minoritario como poderoso. Tampoco la educación pública podrá esperar una inversión que no deba compartir con la concertada al cincuenta por ciento, porque eso sería discriminar a los privilegiados y porque ese es un argumento, según parece, digno de consideración y respeto.
Los pobres seguirán pagando más impuestos que los ricos, porque son pobres gracias a los ricos y eso les da derecho a una renta mínima a la que los ricos se oponen. El mundo, en definitiva, seguirá siendo el Patio de Monipodio de siempre, y la izquierda seguirá prefiriendo ser la izquierda de ellos y contentarnos a golpe de «pequeños avances» para evitar poner en riesgo su influencia siendo nuestra y empoderándonos.
Deberían de avecinarse grandes movimientos, verdaderas presiones, liderazgos plurales, permeables, porosos, esa neblina imparable que hace cambiar de nombre a una época. Pero una decepción recorre el mundo… porque el sistema…
Ay! El sistema. Que alguien me explique qué es exactamente «el sistema» y por qué puede tolerar 27.117 muertos pero no que un político cese a un cargo de escasa confianza en virtud de su derecho a hacerlo, o por qué puede tolerar 27.117 muertos pero no que los ricos paguen porcentualmente lo mismo que los pobres para contribuir a un mundo más justo, o por qué puede tolerar 27.117 muertos pero no que nos quedemos en casa para evitar ser el muerto número 27.118 si no se nos garantiza un plus de peligrosidad acorde a la angustia que, según estamos constatando, experimenta la economía ante la inhibición de nuestra fuerza de trabajo. ¿Necesita mantener su impermeabilidad, su rigidez y su gloria, o le basta con no irse a pique?
Resulta que si pensamos en el COVID-19 como en una especie de huelga, las cosas cambian. Para empezar esos ciudadanos de «barrio bien» que han salido a la calle a protestar por la prolongación de la Alarma serían una especie de esquiroles. No importa, porque eso, entender este confinamiento como una huelga (nótese que esta vez no he dicho «una especie de») es exactamente lo que nadie hace, ni la izquierda co-gobernante ni los sindicatos, ni la espiritual reservista. Vale, pues hay muchas cosas que tienen que cambiar antes de que queramos salir de casa y no deberíamos de dejarnos engañar por unas cervezas con mascarilla o un poco de insano deporte sin contacto; seríamos más listos defendiendo el confinamiento hasta que la oferta de la patronal sea, cuando menos, consecuente con sus necesidades. ¿Resulta que el confinamiento lo negocian todos menos los confinados, a los que se desmoviliza con una carrerita por el parque y un poquito de alterne? Mala cosa: nadie parece haber querido darse cuenta de que el confinado era un sujeto político plural. Otra oportunidad perdida, ¡y a qué precio!
Iba a terminar pidiendo que, por favor, me avisase alguien cuando todo esto pase. Pero mejor avísenme cuando cambie, porque hasta ese momento me niego a salir. Gracias.