[LA OVEJA NEGRA] El disfraz de la corrección política
GERMÁN VALCÁRCEL | Siempre me termina sorprendiendo la capacidad de tragar mierda que tiene la sociedad de la pequeña y provinciana ciudad donde vivo, Ponferrada.
Siempre he pensado que el caldo de cultivo socio-cultural para la proliferación de sociópatas entre nuestra clase política se basa en la banalización de la violencia y en la cultura patriarcal del dominio. Por eso sostengo que las equidistantes reacciones habidas, en el caso de violencia de género investigado por el Juzgado número cinco de la capital berciana, entre la presunción de inocencia del supuesto maltratador y los deseos de pronta recuperación de la víctima, la abogada ponferradina Raquel Díaz, han servido para retratar a la cobarde y servil, con los poderosos, sociedad ponferradina y más concretamente a su casta política y periodística.
Ni siquiera que la juez encargada del caso decretara la prisión incondicional del supuesto agresor, el conocido y peculiar político bercianista Pedro Muñoz, investigado por tentativa de homicidio y malos tratos, ha servido para sacar de esa equidistancia políticamente correcta -incluso del sonoro silencio de algunos- a nuestras elites políticas, periodísticas y sociales. Y no es que a servidor le parezca mal, simplemente constata la prudencia con la que se expresan en esta ocasión y los demagógicos rebuznos a los que nos tienen acostumbrados en otras ocasiones, donde la misma presunción de inocencia se la han pasado por el arco del triunfo de la demagogia, unos y unas, y la falta de deontología profesional de otros y otras. ¿Van a actuar de igual manera, a partir de ahora, ante cualquier caso de violencia de género, o si es un “ciudadano de abajo” deberá soportar todo tipo de ataques crueles sin reconocer y respetar esa presunción de inocencia? Es la doble vara de medir de unos medios de manipulación y alienación, más pendientes de la subvención que pueda llegar de las instituciones que de contar lo que realmente ocurre en nuestra Comarca Circular.
Llamativo ha resultado el sonoro silencio de esos medios que, hasta la madrugada del viernes al sábado, no se hicieron eco de una noticia ocurrida en la noche del miércoles al jueves. Especialmente equidistantes han resultados los comunicados emitidos por los integrantes del tripartito que gobierna la ciudad (deberían preguntar a la policía municipal si tuvieron conocimiento de algún episodio de violencia anterior, en el que estuvieran implicados los dos protagonistas de los hechos que se investigan en el Juzgado, como estos días se comenta en algunos círculos de la ciudad), a poco que uno escarbe en esos comunicados, desde el que don Olegario explica “la dolorosa decisión” de apartar al edil para que “no se asocie al Ayuntamiento con hechos y conductas poco ejemplares” -siempre el qué dirán por delante-, hasta el especialmente vergonzoso de Coalición por el Bierzo, tal vez se encuentra el gabinete de agit-pro de don Olegario Churchill, al frente del cual, no lo olvidemos, se halla el que fuera responsable de comunicación del político investigado; “profesional” que fue “colocado” en el “paquete político” que llevo a Coalición por el Bierzo a formar parte del tripartito que gobierna el Consistorio ponferradino. Personaje que, por otra parte, también es, actualmente, el responsable de elaborar “los criterios profesionales” de cómo se reparten los dineros que los medios de comunicación comarcales y locales reciben de las arcas de nuestro Ayuntamiento.
La ajada proclamación de “ponernos en el mapa” -siempre lo estuvimos desde que existe la cartografía- fue lo que pretendía sir Olegario Churchill con ese artículo de opinión enviado a los medios de comunicación el pasado día uno del presente mes, donde afirmaba “por una vez, y espero que sirva de precedente, Ponferrada es un escaparate en el que otras grandes ciudades se fijan para emprender, dentro de solo unos días, un proceso similar”. Ponferrada tiene 64.600 habitantes distribuidos en más de una veintena de núcleos de población, y carece de una malla urbana que permita distinguirla como lo que es lo que se entiende por “gran ciudad”. Solo desde una soberbia de diván de psicoanalista se pueden escribir semejante boutade.
Una izquierda sin sueños es una mala derecha, una derecha con mala conciencia
Pero a veces la realidad viene a poner las cosas en sus sitio, desde ese primero de junio, la muerte de un trabajador (también rápidamente olvidada por los medios de incomunicación, hay diferentes clases de muertos, como de vivos), en una empresa donde la actividad sindical está mal vista y en la que ya ha habido más decesos en jornada laboral, y el caso de violencia de género que instruye un juzgado ponferradino y tiene entre la vida y la muerte a la abogada ponferradina Raquel Díaz, ha convertido el panfleto de nuestro Alcalde en un imprudente ejercicio de banalidad y egolatría. Pero en esta esquina del planeta estamos tan acostumbrados a la mediocridad que hemos terminado por aceptarla como algo natural, y de paso nos sirve para negar la evidencia.
Se sea crítico, o no, con los tópicos que nuestro alcalde lleva en la cabeza y a los que da rienda suelta, sin trampas ni ocultamientos, es menester reconocer que sir Olegario es todo un experto en hacerse autopromoción y darse autobombo. Pero el estilo conservador y caciquil, sin pulsión de cambio que transmiten en los discursos, videos y demás instrumentos a los que se ha hecho adicto solo sirven para desnudar la gran pobreza política para ofrecer alternativas innovadoras, y viene derivado sobre todo de la concepción instrumental de la política que hasta ahora ha guiado la conducta del actual equipo de gobierno
Parece que para la pulcra y biempensante izquierdita local exigir lo necesario es un ejercicio de irresponsabilidad que facilita el desembarco de la derecha. Por eso decir que su plan de reactivación es poco más que una copia y pega maquillado de su Programa electoral supone que te asalten con argumentos de primero de hooliganismo. Programa electoral que, por cierto, en el año que llevan gobernando han demostrado que no era más que un trampantojo con el que colar políticas caducas, disfrazándolas de innovación tecnológica y tuneándolas de verde y asistencialismo. Por eso frente una concepción de la gestión con manguitos, obediencia y resignación, la propuesta weberiana de pedir lo imposible para conseguir lo posible. Una izquierda sin sueños es una mala derecha, una derecha con mala conciencia, eso son, en el fondo y las formas, el tripartito, conservadores con mala conciencia.
No tardando mucho la pusilánime izquierda clasemediana y políticamente correcta que actualmente gobierna esta ciudad se arrepentirá, y mucho, de todo lo que ha estado diciendo, callando, haciendo y no haciendo durante estos desafortunados meses en que nos han arrebatado la libertad y lo que nos quedaba de humanidad.
Finalmente, como ya llevo tiempo en esto del columnismo de opinión, explicar algunas cosas a los acríticos aplaudidores del señor alcalde y de su equipo de gobierno. El derecho a la libertad de opinión y de expresión es fruto del espíritu y del pensamiento de la Revolución francesa, que marca el fin del antiguo régimen absolutista y el comienzo de la instauración de los regímenes más o menos democráticos. Los pilares sobre los que estos se asientan son la igualdad, las libertades civiles y públicas, el control de los gobernantes por los ciudadanos y el pluralismo político, no siempre encuadrado en partidos políticos. Por ello, la libertad de expresión es algo que no puede ser violado, porque pertenece a la esencia del ser humano y a su dignidad como persona. La relación de algunos políticos -y de sus hooligans– de esta comarca con la libertad de expresión es tan ancha como antes se decía que era Castilla, donde cabía todo y de todo, y a veces pasa desde sugerirte que te dediques a asar pimientos poniendo el culo para los turistas y bailarles la rumba gitana, a querer que le bailes el agua a ellos, y todo ello llamándote, de paso, difamador.
Las emociones que servidor ha tenido a lo largo de esta trágica semana le han recordado aquello que Spinoza sostenía en ese magnífico libro intitulado Ética: “La indignación es el odio hacia alguien que ha hecho mal a otro”.