JUAN CARLOS SUÑÉN | Nos han empujado (o nos hemos) a vivir el confinamiento como una especie de intermedio tras el cual llegaría un dramático giro de guion: la nueva normalidad. Un desafío común que va de arriba a abajo como la lluvia o el palo. No lo discuto, pero me pregunto si estamos atrapados por la situación o atrapando la situación. Es decir: ¿resistimos o reaccionamos?
Hubo una época, no tan lejana, en la que el poder pareció respetar de buen grado la opinión de los clérigos, pero estos pronto fueron desplazados por los intelectuales, a los que enseguida siguieron los sociólogos, a los que enseguida siguieron los economistas en la atención debida por cualquier gobierno a su contra-poder de cabecera. Sería bueno que el espacio que (inexorablemente) están estos últimos a punto de dejar vacante lo ocupasen los científicos. Claro que, como en el caso de cualquiera de los colectivos citados, los científicos tendrán sus debilidades, pero también lo es que, cuando menos, su oficio se acompaña de una obligada confrontación con pares y de una autoridad sostenida en el conocimiento de la realidad tal cual es y no en alguna de sus versiones. La ciencia no promete certezas (como la religión) ni utopías, no amaña apuestas ni alimenta sesgos; la ciencia aporta método, es más: aporta el método por antonomasia. Las razones son evidentes, ya que la ciencia se impone la meta de realizar previsiones verificables y la humildad de aceptar sus fracasos.
En el capítulo octavo de Mrs. America, una de esas series de TV que no ven los políticos, una seguidora de la terrible señora Schlafly (magnífica Cate Blanchett) a la sazón infiltrada en la convención feminista de Huston para ratificar la ERA, acaba cantando «Esta tierra es mi tierra» de Woody Guthrie en el único bar donde aún dan algo de comer. Cuando termina, una activista de color le dice:
— Bien hecho.
— Me encanta esa canción, responde ella, la cantábamos toda la familia cuando vivía mi padre.
— Es de Woody Guthrie.
— Un poeta.
— Un socialista.
— No.
— Sí, has estado berreando un himno marxista.
— Pero… ¡es una canción patriótica!
— Exacto.
Resulta que se encuentra uno viviendo confinado no ya en su casa, sino en su país (que no es cosa de su propiedad sino la cosa a la que pertenece) y también, sin comerlo ni beberlo, en el interior de una extraña mazmorra que le obliga a pensar su calidad (incluso su cualidad) de español como algo opuesto a la defensa de sus valores, planes y aspiraciones (ideología, se llama esta combinación).
Los españoles, habría que admitir para pasar el corte, lo somos en tanto aceptamos los privilegios del rico como expresión de sabiduría divina. Claro que tenemos algunas otras características: torturamos animales como expresión de la autenticidad de nuestra cultura, nos reímos del cambio climático y de la muerte, pero no del dinero, consideramos que la ignorancia es un derecho y, algunos, por algún simpático capricho de la naturaleza, hablamos raro. Pero, en general, todas nuestras peculiaridades se someten al axioma de que somos tan mansos y blandos en nuestra propia defensa como fieros y resistentes en la del patrón. Ser español, en definitiva, es aceptar de buen grado el mismo orden social que un chimpancé común, hasta la coprofagia si fuere menester. Evolucionar es de comunistas.
Menuda mierda.
Cuando todo esto pase seré post-español, y consideraré rémora y sombra a cualquiera que me hable de ese patriotismo impostado y ridículo que exige a los pobres subvencionar a los ricos en nombre de una tradición bicolor, plana y de plástico no reciclable.
En otra serie televisiva, que también les recomiendo, The Good Fight (cuarta temporada, capítulo cuatro), el actor de una aparentemente espantosa obra de teatro vanguardista dice, antes de que caiga el telón:
— ¿Saben por qué fracasa la justicia? Porque la gente se rinde.
Nos gusta pensar que no nos rendimos, que resistimos, pero resistir ya es rendirse, resistir no es reaccionar.
En las últimas 24 horas, dos miembros del gobierno (ambos de Podemos) nos han advertido de que llegan tiempos muy duros, así que no lo duden: llegan tiempos muy, muy, muy duros para la gran mayoría que paga impuestos proporcionales a sus ingresos, y aún más para quienes esa proporción es cero. Pero… espera… no nos han dicho que no nos rindamos.
— Exacto.