[PAJARITOS Y PAJARRACOS] Pedro Thomas Muñoz Becket
XAN DAS VERDADES | No sé si Olegario habrá visto en el pasado la película Becket, una sólida reflexión argumental sobre el dilema que se produce cuando hay que elegir entre el deber y la amistad.
Quien no dudo habrá disfrutado con el texto teatral de Anouilh en que se basa es Pedro Muñoz; y lo doy por supuesto a tenor de sus manifestadas e impresionantes capacidades lectoras más propias de un investigador de Harvard que de un edil de pueblo.
Sirva la cita de dicha obra literaria, teatral y cinematográfica sobre ese conflicto intemporal para estacionarlo en el terreno municipal que nos ocupa, concretamente en el Ayuntamiento de Ponferrada.
La cuestión es sencilla en el enunciado y peliaguda en el fondo: Llegado el momento, Pedro Muñoz ¿por quién se decantaría, por los intereses de su amigo José Luis Ulibarri o por los intereses de Ponferrada?
Esa duda, polarizada a certidumbre dados los antecedentes, es el endeble material con que Olegario construye su mayoría de gestión municipal. Que viene a ser igual a decir que el futuro alcalde se ha regalado a sí mismo un caballo de madera. Olegario, cuando decidió pactar con Pedro Muñoz, no ignoraba los riesgos que comportaba ese acuerdo. Riesgos muy serios si de verdad quiere instaurar la transparencia y limpiar la ciudad de las corruptelas palaciegas que la han arruinado.
El pasado año Muñoz desaprovechó el pleno de Enredadera para reafirmar su independencia y marcar distancias con el empresario Ulibarri. Muy al contrario, las acortó hasta la cautividad moral con un fatuo canto a la amistad con el presunto cabecilla de la trama, que no era otra cosa que una desatada exhibición verbal tratando de blanquear la gravedad de los hechos desvelados.
Cada cual es libre de tener sus afectos, pasiones y debilidades, unos sentimientos que por legítimos no obvian lo malos consejeros que son en política, corrosivos incluso cuando están preñados de intereses espurios.
La ya herida autoestima del bercianismo no puede ni debe soportar que se le someta a un nuevo y sostenido escrutinio de honestidad
Ese es el problema que Muñoz aporta al gobierno corporativo, cuando la pugna municipal con los intereses de su mentado amigo está servida para ser la gran lid del nuevo mandato. Un problema alentado por él mismo hasta proyectar la percepción de que es prisionero de una amistad peligrosa para el municipio, aun cuando parezca que a él no le atañe viendo lo pancho que se quedó tras su amical e infantil aserto.
Y llegados aquí cabe preguntarse qué pintan en todo este endiablado asunto los militantes y simpatizantes bercianistas que con su voto le han llevado a la corporación; pues poco o nada, cuando su opinión al respecto debía significarlo todo. No creo que ni uno solo de los confiados partidarios le avalara en las urnas para que anteponga en la vida municipal los intereses privados a los generales.
La ya herida autoestima del bercianismo no puede ni debe soportar que se le someta a un nuevo y sostenido escrutinio de honestidad. Las urnas no les han premiado con un favor amplio de los ciudadanos y deberían preguntarse por qué, y si tal vez la respuesta se encuentra en estos devaneos infumables.
Es cosa conocida que en política Muñoz es laxo y no perseverante en las permanencias. No es mala cosa evolucionar pero lo suyo, mal que le pese, no obedece a esas reglas y con ello aporta un plus de incertidumbre a la acción del nuevo equipo de gobierno, concretada en la posibilidad de una moción de censura ante el menor contratiempo.
Olegario debería tratar de ampliar con socios fiables la mayoría que le sustentará, y esa operación no exenta de riesgo sólo puede hacerla en clave personal apelando a los valores de la honestidad y la independencia de criterio de sus compañeros de corporación. Si lo logra podrá estar más seguro cuando se suscite, que indefectiblemente se suscitará, la elección de Muñoz entre la amistad y el deber.
A no ser que el susodicho emule a Thomas Becket, y en un ejercicio de asunción de su condición haga honor a su cargo y apueste por el lado correcto que siempre será el de los ponferradinos. Una decisión suficiente para dar una estimable pátina de integridad a una trayectoria política como mínimo cuestionable.