Hace ya más de un año que murió, congelada, la alpinista del biquini. Famosa de red social, Gigi Wu compartía fotos en bikini cuando alcanzaba la cima de alguna cima meritoria. Un día dio un mal paso y la realidad se impuso a su exhibicionismo de supervivencia. Sin duda Gigi Wu era la modelo alpinista porque ni era exactamente modelo ni exactamente alpinista, así que intentó recorrer un camino de síntesis más divertido que peligroso, en principio.
Hace unos días murió Frankline Ndifor, un hobre de fe que sigue muerto y bien muerto a pesar de que sus feligreses intentaron resucitarlo con fervorosa insistencia. Ndifor aseguraba poder curar mediante sus oraciones la COVID-19, así que su iglesia, en Bonaberi, Camerún, se llenó inmediatamente de afectados por el coronavirus que creyeron que dios les salvaría como si para un dios que vivas o que mueras supusiese algún tipo de alternativa. Era cuestión de tiempo que la realidad pusiese a prueba su fe; y ganase.
Ni lucir palmito ni tener fe son, en principio, actividades que merezcan, por nuestra parte, objeción alguna, pero quizás, mientras la realidad nos ignora, no sea bueno tentar a la suerte haciendo pasar por soluciones lo que no son más que placebos naturales para inteligencias incapaces.
¿Se han dado cuenta de que existe la problemática pero no la soluciomática? Por algo será.
También recuerdo a cierto profesor que fue elevado a la categoría de héroe por haber defendido en plena calle a una mujer que estaba siendo golpeada por su pareja y que luego… pero esa es otra historia.
Llamar la atención de una forma u otra, convocar a la gente a que haga o crea lo que sea que se nos ocurra (en beneficio propio, de una idea o de un proyecto) no es algo que pueda hacerse sobre la escasa base de un bonito cadáver o de un dios todopoderoso. Si a esa actitud se añadiesen pruebas, estadísticas y experimentos contratados, si demostrásemos que existe algún beneficio personal y colectivo en seguir lo que predicamos más allá de la promoción de lo que vendemos, vale, pero así porque sí…
Gigi, Ndifor, Bunbury, Cañizares, Bosé o el presidente de la Universidad Católica de San Antonio de Murcia, José Luis Mendoza, ven la verdad donde los filósofos, los científicos y los ciudadanos no ven más que un pozo de ignorancia disfrazada de inteligencia incomprendida. Puede que pasar un poco de frío no sea malo y que creer en algo consuele, como escuchar música, pero el intrusismo laboral, seas cantante, tonto de pueblo, pastor presbiteriano, modelo o presidente de Estados Unidos, es un delito de lesa popularidad que puede ocasionar accidentes graves.
Bunbury ¿te negarás a que tu música circule en redes 5G, y tú Bosé?
No me gusta que la fundación Bill y Melinda Gates promocione un tipo de sanidad universal sostenido por la filántropa economía de los multimillonarios, creo que para escapar de esa dependencia formamos estados democráticos y aceptamos su gobierno, naturalmente, y esa es una discusión pendiente. Pero llevo unos días escuchando tantas estupideces, tan absurdas y alejadas de cualquier análisis digno de la más mínima consideración que empiezo a preguntarme si no deberíamos dejar de tumbar estatuas de Colón y empezar a romper discos. Tonterías tan delirantes y peligrosas que he pensado en proponer al ayuntamiento de Ponferrada, ciudad universalmente reconocida por el buen juicio y pragmático talante de sus gentes y regidores, que convoque de inmediato los premios Cuñado de Einstein. Mi propuesta para este año es José Luis Mendoza, por elegir uno, pero iba a estar muy reñido, reñidísimo.