[LA OVEJA NEGRA] Políticas de muerte
GERMÁN VALCÁRCEL | A pocos meses de haber aparecido el Covid-19 el espectro de la “crisis” se ha hecho sombra sobre el planeta. En la medida en que aterrizó, la angustiante lucha por el hoy tomó el lugar de las preocupaciones por el mañana.
Frente a los viejos males reales, conocidos pero obviados, el sálvese quien pueda se impone en el día a día, y para hacer frente se buscan y aceptan posiciones que permitan el mayor confort en la incomodidad, como cuando uno busca el sueño en una cama deshecha, Después de la fase aguda que fue el “confinamiento” propiamente dicho, la fase “crónica” y la adaptación a lo que sea. A lo que sea, expresión cargada de malos augurios.
Provocada por la codicia de la civilización del dinero y el crecimiento infinito, la pesadilla actual será cobrada, no lo duden, a quienes la padecen, al menos si no intentamos construir economías alejadas del productivismo y consumismo enloquecidos poniendo fin a la perversa idea de seguir creciendo en una biosfera finita. Para hacerse una idea de la locura en la que sustenta su economía el sistema en el que vivimos, un crecimiento del 3% anual significa que una economía se duplica cada veintidós años y se multiplica por dieciséis cada ochenta y ocho, y ese crecimiento nos obligas a duplicar los consumos de recursos energéticos y mineros cada setenta años. Las leyes de la física y de la razón nos dicen que eso es imposible en un planeta finito.
La humanidad se enfrenta a un problema fundamental, no existe ningún modelo pasado que podamos reproducir tal cual, ninguna sabiduría ancestral que por si misma nos pueda llevar a la liberación, ninguna espontaneidad del pueblo que pueda garantizar nuestra salvación. Sin embargo, el simple hecho de que toda la humanidad durante un muy largo periodo -y buena parte de ella hasta una fecha muy reciente- haya vivido sin las categorías capitalistas demuestra por lo menos que no son algo natural y que es posible vivir sin ellas.
La actual crisis ecológica no se resolverá en el marco del capitalismo, ni en el “verde”, ni en el “sostenible o sustentable”. Mientras perdure la sociedad de la mercancía, el aumento de productividad hará que una masa cada vez más grande de objetos materiales, cuya producción consume los recursos reales del planeta, represente una masa cada vez más reducida de valor. Ya que el valor es la expresión del lado abstracto del trabajo, y tan solo la producción de valor tiene importancia en la lógica del capital.
Un ejemplo de lo que sostengo nos lo demuestra la impotencia de los Estados frente al capital mundial, y no es una cuestión de buena o mala fe, ni de derechas o izquierdas, sino el resultado del carácter estructuralmente subordinado del Estado y la política frente a la esfera del valor.
Ni China ni otros países “emergentes” podrán salvar al capitalismo, a pesar de la salvaje explotación en el que en ellos se vive. Al lado de la explotación, lo que ha pasado a ser el principal problema creado por el capitalismo es el hecho de considerar a buena parte de la humanidad como sobrante, una humanidad-basura. El capital, con el desarrollo tecnológico, ya no necesita de buena parte de la población y termina por devorarse a si misma. Esta situación es un terreno favorable a la barbarie, y abonado para la aparición de fenómenos como Trump, o Vox y la radicalización del PP en nuestro país. Todo ello va a generar una especie de “apartheid global” con islotes para ricos protegidos por altos muros, en cada país, en cada ciudad.
El triunfo del capitalismo es también su fracaso. La búsqueda del valor, del beneficio a cualquier precio, no puede crear una sociedad habitable, ni siquiera como sociedad injusta; más bien destruye sus propias bases en todos los ámbitos. Por eso la crisis actual es una crisis antropológica, una crisis de civilización.
La crisis actual es una crisis antropológica, una crisis de civilización
Por lo demás, a servidor le resulta asombrosos constatar que los mismos que antes de la aparición del COVID-19, parecían convencidos de que la vida capitalista ordinaria continuaría funcionando durante un tiempo indefinido, han podido hacerse tan pronto a la idea de una crisis tan importante. La impresión general de sentirse al borde de un precipicio es tanto más sorprendente, en tanto en cuanto no se trata de una crisis financiera de la que el ciudadano medio tuviera conocimiento previo. A principio de marzo, hace tres meses, no había despidos masivos, ni ahora hay interrupciones en la distribución de productos de primera necesidad, nada de cajeros automáticos que dejen de expedir billetes, ningún comerciante rechaza tarjetas de crédito, sin embargo, cualquier observador atento puede notar que se respira un aire de ocaso.
Lo que está ocurriendo, y las medidas que se están tomando, me recuerdan a un fumador empedernido que, sorprendido, descubre que tiene cáncer y sin embargo sigue fumando ostensiblemente para demostrar que su salud es excelente.
Durante décadas nos han estado contando que una tasa de crecimiento económico insuficientemente alta era una catástrofe, pero miren por donde por primera vez en décadas un desplome del PIB superior al 10% tiene fácil arreglo. El crecimiento volverá rápidamente, afirman imperturbables los miembros de las “mesas por la reactivación” en la que, incluso, piden cubierto algunos colectivos ambientalistas, dispuestos a darle una manita de pintura verde al capitalismo depredador.
Nada nuevo bajo el cielo, de nuevo contaminado por las emisiones de CO2. Ni la ciencia oficial, ni los cien economistas de los escaparatistas Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, ni los componentes de la Mesa por León -ecologistas incluidos-, ni la conciencia cotidiana logran imaginar algo diferente de lo que ya conocen. Así que capitalismo y más capitalismo. Puede haber graves reveses, nos dirán, incluso pueden darse “excesos”, acaso los próximos tiempos sean duros, pero, no se preocupen nuestros auto elegidos “representantes” ya irán adoptando las medidas necesarias. ¡Siempre que ha llovido, ha escampado! Apenas resulta sorprendente que los optimistas a sueldo, los únicos por lo habitual autorizados a expresarse en los medios y las instituciones anuncien, con cada golondrina el regreso del verano. ¿Qué otra cosa podía decir?
Estas gentes, a las que tanto le gusta pisar la moqueta de los despachos oficiales y escucharse a si mismos en los medios de alienación y desinformación, deberían saber que hay vida económica más allá del neoliberalismo y el neokeynesianismo, es más, es fuera de esas doctrinas económicas donde realmente hay vida.
Por eso son necesarias economías ecológicas, de verdad, que conciban la economía como un proceso abierto dentro de un sistema mayor, la Tierra, economías solidarias y cooperativas, más allá del valor de cambio, economías decrecentistas, que terminen con el productivismo.
En definitiva, buscar otras formas de entender la actividad común de intercambio y creación de riqueza frente a la economía del capital. Si no lo hacemos, si no somos capaces de construir esas nuevas economías, la restauración económica post pandemia que nos están preparando los “dueños del planeta” y sus capataces, los políticos, terminará arrasando el planeta en poco más de una década.
Enfrentarse a un escenario como el actual puede dar lugar a respuestas que vayan desde el individualismo más extremo hasta proyectos colectivistas o comunistas. Pero cuando alguien te apunta con un arma y te dice: La bolsa o la vida, no parece que la elección sea muy difícil. A ese escenario nos enfrentamos los habitantes humanos del planeta.