[LA OVEJA NEGRA] Defender la vida
GERMÁN VALCÁRCEL | Vivimos uno de esos momentos en la historia de la humanidad donde se dan cita todas las razones para un cambio de paradigma, para una revolución: el apocalipsis ecológico, la explotación desnuda, la miseria galopante, el reinado de lo falso, el naufragio de la política, la entronización de la vulgaridad y arrogancia de los poderosos, las crisis climática, energética y la creciente escasez de recursos materiales para sostener el sistema económico y social del que nos hemos dotado.
Incluso en un contexto como el actual, en el que todas esas razones confluyen, y la moda ecológica y la sostenibilidad todo lo tiñen de verde, parece insuficiente para lograr ese cambio tan necesario para la vida de muchas especies en el planeta, incluida la humana. Seguramente el motivo está ligado, además de la tremenda capacidad de resistencia del capitalismo, a que para ser escuchada la disidencia debe expresarse con un lenguaje políticamente correcto, pulcro y maleable que desvirtua el mensaje. Un lenguaje que sea apto para que pueda ser asumido por y desde el poder.
La nuestra es una sociedad «científicamente» organizada en torno a las relaciones públicas y el marketing que solo soporta una disidencia que no cuestione la esencia del sistema. Ese tipo de disidencia, además de darle la justificación «democrática» que el sistema necesita para legitimarse, realiza una tarea educativa consistente en proveer una demanda y un trabajo pulcros y maleables a los entresijos del sistema y ayuda a conformar una clase subalterna “cuñadizada” o bien una clase media presta a someterse voluntariamente a todo tipo de toqueteos con tal de seguir disfrutando de las migajas que caen de las mesas del poder.
Lo podemos observar con claridad estos días de posconfinamiento en nuestra pequeña y cerrada Comarca Circular, donde el pancismo, la mediocridad, la alienación y el servilismo todo lo llenan. No tienen más que escuchar en los medios de manipulación a los voceros del capitalismo hablarnos de ese oxímoron llamado minería ecológica (otra vez el extractivismo), o leer pulcros artículos de opinión de los popes universitarios comarcales –convertidos en funcionarios de la alienación mental y en fabricantes de profesionales dóciles, subordinados, sumisos y conformistas que cubran con exactitud las expectativas de un mercado laboral que se rige por la lógica capitalista– vendernos el pensamiento mágico de las nuevas tecnologías como falsas soluciones al cambio climático, a los problemas energéticos y a la crisis de recursos necesarios para mantener una lógica que los rebasa, o esos otros responsables universitarios, del “área forestal” en concreto, que en su concepción mercantilista equiparan una plantación de árboles con un bosque. También sirva como ejemplo el bonito y bien hecho video Ponferrada te abraza, donde se mercantiliza la naturaleza mediante hermosas vistas y buenos movimientos de cámara, presentándola como un parque temático al servicio del ocio humano, en definitiva, la “disneylizacion” del medio ambiente como método de publicidad turística.
Soy consciente de que de poco sirve decir que el sistema capitalista ha entrado en una grave crisis ante la potencia de los altavoces mediáticos del sistema, empeñados en silenciar, ningunear y desacreditar con todo tipo de falacias el pensamiento disidente, en esto coinciden la derecha y la izquierda eurocéntrica, y ciertos ecologismos reformistas, profundamente trufados de colonialismo, es lo que se esconde tras la llamada Transición Ecológica, necesitada de los materiales que solo se encuentran en el Sur Global.
Como se puede constatar todo conduce hacia una especie de pensamiento único, una doctrina viscosa que, insensible, envuelve cualquier razonamiento rebelde, lo inhibe, lo perturba, lo paraliza y acaba por ahogarlo. Por eso y siendo intelectualmente honrado tengo que volver a escribirlo, en la Comarca Circular el ecologismo debe dejar de colaborar, ya sea contestando encuestas trucadas, o pidiendo asiento en mesas “institucionales” con quienes siguen empeñados en el crecimiento como única vía de solución a nuestros gravísimos problemas. Compadrear con quienes siguen empeñados en aumentar el PIB y la deuda es colaborar con quienes para lograrlo -la única forma de hacerlo- no dudan en destruir ecosistemas, degradar el medio que garantiza nuestras vidas e impedir nuestra autonomía como personas. Es un grave error que daña la credibilidad de todo el movimiento ecologista. Ha llegado el momento de no ceder, de no dar ni un paso atrás, los cimientos de nuestras sociedades se están tambaleando y así lo debemos dar a conocer sin eufemismos, sin supuestas Transiciones ecológicas posibles.
Si queremos sobrevivir como especie debemos aceptar a que nos enfrentamos y poner remedio rápido, el tiempo corre contra nosotros, tenemos que ir, rápidamente, hacia la simplificación de las caducas e hipertrofiadas estructuras socio-económicas que hemos construido a costa de destruir el planeta.
Si queremos sobrevivir como especie ahora es el momento de desobedecer, de luchar, de obstinarse
No nos enfrentamos a una crisis cíclica sino a una crisis terminal, no en el sentido de un derrumbe instantáneo sino como proceso que marca el fin de un sistema plurisecular. No se trata de profetizar un acontecimiento futuro sino de constatar un proceso que empezó a hacerse visible a principios de los años 1970 –como nos dijo el Club de Roma con su ya famoso informe Los límites del crecimiento– cuyas raíces se remontan al origen mismo del capitalismo. A principios de los años 70 un triple, o cuádruple, punto de ruptura fue alcanzado en lo económico (visible con el abandono del patrón oro del dólar), en lo ecológico visible con el antedicho informe del Club de Roma y en lo energético con las sucesivas crisis y guerras por el petróleo, a lo que conviene añadir los cambios de mentalidad y la aceleración del consumo.
De esta manera, la sociedad de la mercancía empezó a toparse con sus límites externos e internos a la vez. Trata de solucionarlos con más expolio, más desigualdad y miseria y conculcando todos los Derechos Humanos.
Tampoco estamos asistiendo a una transición hacia otro régimen de acumulación -como ocurrió con el fordismo-, o hacia nuevas tecnologías, ni tampoco al desplazamiento del centro del sistema hacia otras regiones del mundo, sino al agotamiento de la fuente misma del capitalismo: la transformación del trabajo en valor.
Hemos reventado todos los ecosistemas del planeta en aras del crecimiento la respuesta ya está aquí, en forma de Cambio Climático, VIH, SARS, peste porcina, Ébola, Coronavirus, etc. Hoy llegan noticias de un brote de peste negra en Mongolia.
Vienen tiempos difíciles donde todo está por construir y donde todo deberá hacerse ante la hostilidad general, porque los que están despiertos son la pesadilla de quienes duermen. Si queremos sobrevivir como especie ahora es el momento de desobedecer, de luchar, de obstinarse, de probar y fracasar, de intentar construir y tal vez vencer.
Como sostenía Oscar Wilde en El Alma del Hombre bajo el socialismo: “La desobediencia, a los ojos de cualquiera que haya leído historia, es la virtud original del hombre. Es a través de la desobediencia y a través de la rebelión que se ha hecho el progreso”.