[LA OVEJA NEGRA] La salud como coartada totalitaria
GERMÁN VALCÁRCEL | El ficticio cambio de poder que supuso la llegada del “gobierno de progreso”, conformado por una izquierda apoltronada y obediente a los intereses de los poderes fácticos y al servicio de un capitalismo extractivo y eugenésico, está suponiendo el mayor recorte de derechos y libertades habido en este país en los últimos cuarenta años.
En un momento histórico donde la usurpación se ha vuelto universal, todo navega bajo pabellones falsos. No vacilamos ante ninguna paradoja. El estado de emergencia es ya el estado de derecho. Las palabras son puestas en circulación con el objetivo de travestir las cosas, el lenguaje no es una realidad propia, sino una herramienta que sirve para operar sobre lo real, para obtener efectos en función de estrategias diversamente conscientes.
El totalitarismo es como un virus, penetra silenciosamente en los cuerpos, muta constantemente. Por eso desconfío de la izquierda que utiliza su antifascismo de manual para, tal vez “sin saberlo”, actualizar el fascismo. Los tenemos en la tele, los vemos en redes sociales, apuntan con odio al disidente, al irresponsable sin mascarilla. No se paran a pensar, a cuestionar, son los perros del nuevo fascismo, los Attila de Novecento.
Todo esto se está llevando a término apoyado en un totalitarismo sanitario que utiliza la sobre amplificación de una enfermedad respiratoria aguda de la que, según sugieren las estadísticas, menos del 2% de la población infectada muere. La cifra es, ciertamente, casi un 1% más de las defunciones que se atribuyen a cualquier gripe convencional. Por otra parte, más del 90% de esas víctimas tenía patologías antes de que fueran infectados. Revisen los datos del Instituto de Salud Carlos III, repasen las tasas de mortandad de cualquier otra enfermedad relevante en España (la tasa de mortalidad específica del COVID-19 a 15 de julio era 0,0059%). Si están interesados en la verdad, dejen de ver, oír y leer los medios de manipulación masivos, busquen su propia información, no se dejen manipular y descubrirán la enorme patraña a la que estamos siendo sometidos. Pero seamos sinceros, la verdadera mentira no es aquella que uno hace a los demás, sino aquella que uno se hace a sí mismo. La primera es, en comparación con la otra, relativamente excepcional. La mentira es rehusar ver ciertas cosas que se están viendo, y rehusar verlas como se las está viendo.
Ante este panorama servidor no puede por menos que hacerse algunas preguntas. ¿Si tan grave es la crisis sanitaria cómo es posible que se estén cerrando consultorios médicos en el medio rural, atendiendo a los enfermos vía telefónica y como toda solución médica recetarles algún medicamento, sin reconocimiento previo alguno? ¿Por qué se siguen cerrando camas de hospital y despidiendo personal sanitario? ¿Por qué se elimina de los programas de pruebas preventivas de oncología a las personas de 69-70 años en adelante? ¿Por qué se ocultan a la población informaciones de epidemiólogos como el director de la Unidad de Emergencias y Desastres de la Universidad de Oviedo, Pedro Arcos, quien sostiene que, actualmente, “la imposición del uso de mascarillas a toda la población en espacios abiertos, donde se puede mantener una distancia de seguridad de 1,5 metros no se sostiene”? En cambio, se da voz a personajes como el presidente cántabro, el anchoero Revilla, llamando a la delación, a denunciar a la policía a todo aquel que no lleve el bozal en las playas de su reino de taifas.
Mientras los políticos que dictan las normas no contesten a esas preguntas tenemos todo el derecho a pensar que estamos ante unas decisiones basadas en criterios “políticos”, no sanitarios, sin ningún tipo de base científica. No son decisiones basadas en la seriedad, en la honradez intelectual, en la racionalidad, en la fraternidad con el otro. Al contrario, están basadas en la arbitrariedad. Las medidas de salud pública deben basarse en la evidencia científica y no en criterios políticos.
El fascismo que se está inoculando en la población está teniendo efectos absolutamente perversos en la sociedad, el miedo que han generado en una gran parte de la gente está rompiendo cualquier nexo social entre nosotros, convirtiendo al otro en sospechoso, en apestado; más ahora que ha aparecido un “nuevo tipo” de contagioso: el asintomático. En este escenario todo aquel que cuestione “la verdad oficial”, cualquier “verdad oficial”, se convierte en sospechoso, en terrorista, en un criminal en potencia. Ciertamente las verdades son múltiples, pero la mentira es una, porque está universalmente coaligada contra la más mínima verdad que salga a superficie.
El totalitarismo es como un virus, penetra silenciosamente en los cuerpos
Todo esto tiene consecuencias en nuestra vida cotidiana. Sin ir más lejos, los “guardianes del orden” se sienten protegidos y están sacando a la luz el matonismo y prepotencia que atesoran. No les hablo de oídas, les hablo de la persecución, intentos de intimidación y acoso que servidor viene soportando por parte de miembros de la policía municipal de Ponferrada. Aunque la cosa viene de lejos, no en vano una parte de ese cuerpo, como casi todo el Consistorio, está infectado de estómagos agradecidos a los antiguos alcaldes de Ponferrada, Ismael Álvarez, Carlos López Riesco o Samuel Folgueral, con los que desde esta columna he sido crítico.
He llegado a recibir en mi domicilio particular, como presidente de una asociación –ProCuentas Claras, personada en la causa del Mundial de Ciclismo– requerimientos de miembros de la policía que deberían haber sido remitidos al domicilio de esa asociación; sin embargo, sin ningún respeto al derecho a la intimidad –que ellos reclamaban– lo hicieron al mío particular. ¿Cómo supo un policía-sindicalista mi domicilio particular? ¿Utilizando su condición de funcionario policial?
Pero la cosa va en aumento, como consecuencia del estado de represión que sufrimos (cerca de media docena de veces he sido “identificado” desde la implantación del estado de alarma, y en torno a una decena desde la llegada al poder del tripartito municipal), sin ir más lejos, en menos de tres semanas he sufrido dos “identificaciones” por parte de miembros de ese cuerpo policial, una en el Salón de Plenos del propio Ayuntamiento de Ponferrada, que tuvo que ser abortada por la intervención indirecta del propio Alcalde y la directa del Concejal responsable de la policía municipal, con el resto de miembros de la corporación presentes.
La otra ha sido hace escasos días y es la que me lleva a hacer público estos episodios, no porque me afecten directamente sino porque reflejan los excesos, arbitrariedades, prepotencia y malos modos de los “representantes de la ley». Si a alguien de mi edad le someten a semejantes atropellos es lícito preguntarse qué no harán con otras y otros más indefensos y vulnerables.
La última arbitrariedad ocurrió hace tres días, en la Plaza del Ayuntamiento de Ponferrada, cuando una activista de 2020 Rebelión por el Clima fue a entregar un escrito al concejal de Medio Ambiente y otros tres miembros del colectivo le acompañamos hasta la puerta, quedándonos en la plaza con unos carteles desplegados (hay fotografías en los medios de comunicación, y decenas de testigos de cuál fue nuestra actitud) y en silencio. Pues bien, no llevábamos ni 5 minutos cuando cinco miembros de la policía municipal me rodearon y exigieron mi identificación (incluso se me exigió un número de teléfono; tengo grabada la conversación, servidor ya tiene años de activismo y experiencia política para saber cómo se orquestan los montajes policiales y consecuentemente se protege), el único al que se la solicitaron. Al preguntarle cual era el motivo, su respuesta, dicha con mucha arrogancia y sorna, “porque estás aquí”, servidor se pregunta qué ley estábamos conculcando, en este caso yo, único identificado.
Visto lo que está ocurriendo termino proclamando que, por mucho que lo intenten, no me van a callar, ni voy a ceder a sus intimidaciones, tengo una edad que impide que el miedo me paralice, y si me equivoco, si yerro, sé lo que me espera. Por eso a partir de ahora (me disculparán utilice, por una vez, esta columna como trinchera personal) cualquier cosa que me pueda ocurrir con la policía municipal tiene, en la actualidad, responsables políticos y son el alcalde de Ponferrada, don Olegario Ramón, y el concejal de la Policía Municipal, don José Antonio Cartón, y sobre todo el responsable último de la “profesionalidad” y métodos de trabajo de la tropa que manda, la policía está estructurada de forma absolutamente jerárquica: el muy bien remunerado Intendente Municipal.
En este contexto de totalitarismos que vivimos, a servidor le viene a la memoria aquella frase de Orwell en su afamado y lúcido libro 1984: “Hemos caído tan bajo que la reformulación de lo obvio es la primera obligación de un hombre inteligente”.