[CARTAS] Volviendo a la ‘vieja’ normalidad por aceras ‘clin-clan’
A lo largo de las últimas cuatro décadas, el pueblo español -del que nunca han formado parte las castas y élites privilegiadas de corte medieval que lo parasitan- ha padecido y sigue padeciendo una corrupta oligarquía de partidos estatales, fruto de la reforma del régimen franquista pactada entre los poderes fácticos del mismo y los travestidos de socialdemócratas que entendieron el pacto y el consenso como la mejor forma de abrir un atajo directo hacia el reparto del poder, traicionando la gran oportunidad histórica de romper con el régimen anterior para, una vez conquistada la libertad colectiva por parte del pueblo, abrir un proceso constituyente donde aquel sería el verdadero protagonista a la hora de elegir su sistema político -su forma de gobierno-, así como de gestar su constitución. En definitiva, hubiese sido dueño de su destino.
El consenso, instrumento al servicio de unos pocos, astutamente trasladado a la población como una espléndida fórmula mediante la cual las partes supuestamente sacrifican sus intereses particulares en pro del bien común, no ha servido más que para el reparto del poder, siendo generador de una constante corrupción -ilimitada, aunque con puntos álgidos como el saqueo a las cajas de ahorro– desde el primer minuto de partido. Y a la vista de todos está que la corrupción no es sostenible o sustentable, sino que se incrementa de forma exponencial con el paso del tiempo.
El régimen español de partidos estatales, en el que nunca ha habido ni separación de poderes ni representación de los electores -elementos indispensables en cualquier democracia como forma de gobierno-, si bien se encuentra desde hace ya tiempo en coma inducido, está siendo atendido por un comité de expertos -y este sí existe- cuyo único objetivo es preservar al paciente con las constantes vitales para, gradualmente, ir devolviéndolo a la vida con las fauces renovadas para exhibirse ante la vilipendiada ciudadanía como la única solución viable en medio del caos que perversamente ellos mismos han creado y promovido.
Desde hace tiempo, y más en concreto desde el prostituido 15M -cuánta energía ciudadana en balde-, se está volviendo, poco a poco, a paso de buey cansado, a la vieja normalidad, la de siempre. Ciudadanos, Podemos, Vox… todos ellos actores necesarios para llevar a cabo ese coma inducido al que anteriormente aludíamos, aplicado por el establishment -una cosa es tener el gobierno y otra el poder- para hacer otro nudo a lo que siempre han tenido atado y bien atado. Actores todos ellos que han caído o se han dejado caer en la trampa del régimen de partidos estatales, asentándose en sus estructuras, esas ubres de las que ellos beber directamente, y también ordeñar para amamantar a los suyos, haciendo de la complicidad una práctica para corromper material y moralmente a una cada vez más extensa red clientelar. Esa es una de las claves del sostenimiento del régimen de partidos: hacer cómplice a una cada vez mayor parte de la ciudadanía de su inherente corrupción material y, sobre todo, moral. Y un pueblo que pierde su autoridad moral camina hacia el abismo, pues poco a poco se adentra en peligrosas sendas que indican hacia verdes praderas, pero que acaban confluyendo en una desoladora estepa de naturaleza totalitaria.
Como decimos, lentamente, nos están llevando a esa vieja normalidad, todos los pasos parecen ir dándose en una dirección: la vuelta de PSOE y PP como fuerzas hegemónicas del régimen de partidos estatales, la vuelta al bipartidismo -adaptado a la nueva era tecnotrónica ya iniciada-; la continuidad, en definitiva, de la corrupción. Pero para volver al bipartidismo es necesario dejar al resto de fuerzas políticas con una residual presencia parlamentaria. Los dos partidos glotones acabarán dándose el atracón; el PSOE engullirá a buena parte de los votantes a su izquierda, mientras el PP hará lo propio a su derecha, al tiempo que ambos se disputarán los restos del partido caleidoscópico. La miseria, la incertidumbre, y sobre todo el miedo, hábilmente gestionados por los medios de manipulación -sin comillas- de masas, acelerarán la vuelta al redil. En España, los medios no sólo manipulan, intoxican y desinforman de manera consciente, sino que además, la abundante y altanera indigencia intelectual que campa por redacciones, estudios y platós contribuye, igualmente y aunque de forma inconsciente, a la distorsión del mensaje. Por ejemplo, no son precisamente pocos los periodistas que a estas alturas todavía ignoran que en España no se puede hablar de democracia como forma de gobierno al no haber separación de poderes ni representación de los electores -los jueces son nombrados por los partidos, mientras el voto en las elecciones, al ser las listas confeccionadas por los jefes de los partidos, acaba representando a éstos y no a los electores-. Señores, no se puede confundir la democracia con derechos y libertades individuales -derecho al honor, libertad de expresión…-. Libertades y derechos, por cierto, que no han sido conquistados, sino otorgados.
No hemos conocido la democracia como forma de gobierno en este país y, lamentablemente, todo parece indicar que seguiremos sin conocerla. Los «nuevos» partidos surgidos en los últimos años han envejecido rápidamente. Padecemos una clase política miserable, necia e inculta, y por tanto incapaz de hacerse a un lado para que el pueblo protagonice el proceso de elegir su propio sistema de gobierno desde la libertad colectiva. De un lado, los que hacen del cambio una ilusión óptica para que todo siga igual; de otro, los que quieren abolir el actual régimen, pero no para promover una República Constitucional emanada de la libertad colectiva de todo el pueblo español, sino para, por la puerta de atrás, tratar de colarnos un régimen totalitario bajo el caparazón de una república «democrática», que de democrática sólo iba a tener el nombre… o ni eso.
España, a pesar de ser todavía un reino, ya se ha empezado a parecer en varios aspectos a una república… pero bananera. Sólo hay que remontarse al confinamiento, eufemismo utilizado para referirse al arresto domiciliario sufrido por la población ante una crisis sanitaria, la de la covid-19, que ha sido gestionada por políticos, utilizando a las fuerzas del orden para velar por el cumplimiento de desproporcionadas medidas que han sido abierta y públicamente reprobadas por no pocos expertos -estos sí- del ámbito del Derecho; una crisis en la que los que tenían mucho que decir, los expertos del mundo sanitario, como médicos, virólogos, forenses, biólogos… han sido incomprensiblemente obviados, y aquellos que han osado y osan dar su opinión se enfrentan a la amenaza de ser expedientados e incluso de perder sus puestos de trabajo, así como al silencio mediático de sus puntos de vista, roto puntual y estratégicamente con bulos e informaciones tendenciosas que persiguen su descrédito personal y profesional. En su lugar, políticos, periodistas y la OMS… incompetencia, manipulación, desinformación, miedo y confusión.
De república bananera es un Gobierno que hace el paseíllo y aplaude a su líder tras haber conseguido una caja de aspirinas en la farmacia de UE para tratar el cáncer que sufre la economía de su país. De república bananera es que el presidente de un país afirme públicamente, sin el menor rubor, que la Fiscalía del Estado depende del Gobierno -y todavía hay quien cree que aquí hay separación de poderes-. Y para hablar con propiedad, ya que el término república bananera ha sido importado del continente americano, aquí deberíamos utilizar uno más nuestro: república de pandereta… con tics autoritarios.
Así las cosas, entre continuistas, palmeros, pandereteros y «humildes reformistas», en España, la democracia de verdad, la de la separación de poderes y la de la representación de los electores, ni está… ni se la espera. Franco se murió en la cama, su sucesor Juan Carlos se ha marchado… y el pueblo español, vehemente en lo superficial, somero en lo profundo, sigue siendo pastorilmente tutelado… sin capacidad de reacción, más empeñado en sálvame que en salvarse, esperando en la cola de ese «otoño caliente» que dicen que se avecina, absorto ante pantallas de teléfonos móviles, esas modernas anteojeras que inmovilizan nuestras neuronas, alejándonos de la realidad que nos rodea.
Entretanto, por la ciudad del dólar, de la radio, de la energía… y desde hace bastante tiempo del abandono, resulta esperpéntico comprobar cómo algunos se ufanan en pedir el cambio de nombre del bulevar Juan Carlos I en el barrio de la Rosaleda o en «ilustrarnos» cuando cruzamos un paso para peatones, y en cambio obvian la suciedad, insalubridad y el constante clin-clan de baldosas y baldosines en muchas de las aceras de esta capital, villa, urbe o lo que sea. Pero es que en la ciudad del coloniavirus -potentes nubes perfumadas inundan a diario desde el portal y ascensor de tu edificio hasta la ruta del colesterol por la que paseas- y de la acera de la fama -¿a nadie se le ha ocurrido la de la infamia?-, ya se sabe, la apariencia -«el aparentar» que dicen por aquí- no es la madre de la ciencia, sino la ciencia madre.
En fin, queridos lectores, se hace tarde y he de regresar al bosque antes de que la vieja y la nueva normalidad lo oscurezcan todo. Al menos transitaré por caminos de tierra firme y no por aceras clin-clan.
El bandido Fendetestas
P.D.: «Aparentar tiene más letras que ser». (Karl Kraus)