[LA OVEJA NEGRA] Como pollos sin cabeza
GERMÁN VALCÁRCEL | Leyendo y escuchando a los medios de (in)comunicación y alienación de masas y muchos de los mensajes que se escriben las redes sociales se constata que hay algo profundamente dañado en nuestra sociedad.
Las palabras han perdido su significado y su valor, la violencia ha endurecido los corazones; solo escuchamos justificaciones, algunas trufadas de erudición y ciencia, donde se distorsionan las historias, se encubren crímenes, se justifica el expolio y se convierte a la víctima en responsable y culpable de su situación. ¿Habrá alguna forma de evitar esa lacra social que es la desidia intelectual, la que inevitablemente desemboca en una ignorancia supina y en la más absoluta estupidez? (lo que explicaría muchas cosas, como reelegir a los mismos que nos roban y condenan a la miseria), ¿es la estupidez el nuevo mal del Siglo XXI? Los problemas que nos aquejan se deban en gran parte a la estupidez humana.
Mientras en otras partes del planeta buena parte de los seres humanos se organizan para aprender a convivir con el virus, aquí nos cabreamos y nos tiramos las palabras a la cara porque cierran discotecas y suspenden fiestas. Estamos a merced de la esquizofrénica respuesta de una sociedad en plena adolescencia, una sociedad en la que vemos a supuestos anarquistas y izquierdistas de todo pelaje “luchando” junto a fascistas totalitarios en “defensa de la libertad”. ¿De qué libertad hablan? ¿De la que nos recortaron con la llamada “Ley Mordaza” y de la posterior “Ley mordaza digital”? ¿De la libertad de explotación que permiten las leyes laborales de este país? A servidor le llama la atención que mientras se desmantela la sanidad y el sistema de educación público nos enzarzamos en debates estériles. Hay que ser muy necio, o vivir en una burbuja, para pensar que la obligatoriedad de llevar mascarilla y prohibir fumar a menos de dos metros es lo que nos tiene reservado el Estado para reprimirnos y doblegarnos.
Ante la ausencia de conclusiones científico-médicas, se abren paso todo tipo teorías conspiranoicas, también ayuda, no se puede negar, la pantomima y la falta de claridad y coherencia en el relato de la gestión de la crisis sanitaria, convertida en espectáculo mediático. Todo conspira para que haya mucha gente que confunda y mezcle el pensamiento reaccionario y el fundamentalismo con el pensamiento crítico y autónomo.
Si no entendemos la emergencia eco sanitaria generada por el covid-19 como expresión del derrumbe de la civilización moderna, no estaremos entendiendo nada. Como muchas voces llevan avisando, con escaso éxito, todo sea dicho, el desplome es la consecuencia de los efectos que la devastación ecológica y humana que el sistema de producción capitalista lleva aparejado para su funcionamiento. Algunos sostenemos que la actual contingencia sanitaria solo es el sarpullido de una patología mucho más grave. Intranquiliza sobremanera pensar qué tipos de reacciones se darán cuando la patología se manifieste en todo su esplendor y sea imposible de negar (crisis climática, pérdida de capacidad energética, falta de materias primas imprescindibles para sostener el modo de vida actual, crisis alimentaria) viendo las que la crisis sanitaria actual está sacando a la luz.
El virus ha tenido la virtud de demostrar palmariamente lo que ya sabíamos: España es una estafa. El tan orgulloso español suele ser en realidad un pringado a merced de los maleantes que elige como amos. La españolidad consiste en un vasallaje mezquino, en una agresividad de tribu que aborrece cualquier espejo de su insignificancia. El español denigra al distinto, si no puede sacarle tajada. Dice porque le dijeron y se limita a defender lo que le ordenan.
El día que las gentes de este país reconozcamos nuestras históricas carencias culturales y sociales, bellacamente sepultadas bajo cascotes de adjetivos propagandísticos de modernidad, igualitarismo y libertad, con la suficiente nitidez como para estar en la estantería de la memoria, habremos avanzado algo y, además de conseguir combatir la mayor lacra social que sufre este país, la polarización, posiblemente habremos encontrado el camino en la búsqueda de un lugar bajo el sol para una cultura política y social compartida que permita trascender los velos culturales que ocultan y deforman la realidad social.
La industria de la representación política ha generado una nueva etnia de señoritos
Lo más terrible de la situación actual no es que haya un problema, sino que una gran proporción de la gente es incapaz de comprenderlo, ni siquiera en sus esquemas más básicos. Y si no se identifica un problema, es imposible coordinar una respuesta adecuada.
En medio de la creciente polarización que han montado, a partes iguales, medios de (in)comunicación y partidos políticos, los privilegiados de siempre, a nivel local en este caso, aprovechan la coyuntura para seguir aumentando sus privilegios. El reparto de 100.000 euros anuales, en plena crisis sanitaria, económica y social, en mitad de agosto, entre los políticos pertenecientes al Consejo Comarcal del Bierzo, son la prueba evidente y la constatación de que la industria de la representación política ha generado una nueva etnia de señoritos, y no me refiero a los señoritos ociosos, rentistas o hijos de papá del pasado, sino a los que tratan de asumir el papel de una élite de sabios gestionadores, que han hecho del pragmatismo y de un supuesto, pero falso, elitismo técnico su divisa. Todo ello bajo el mandato de una “izquierda socialista” -la real quedó sepultada en las cunetas de la Transición- perdida en la bruma de los intereses personales de sus dirigentes. El presidente comarcal, señor Courel, como vocero y representante de todos ellos ha demostrado no ya su falta de escrúpulos y ética política, eso ya lo tenía demostrado, si no su habilidad para navegar y sostenerse en la ciénaga moral que es la política berciana.
Después de casi treinta años el Consejo Comarcal del Bierzo, con esta decisión, se consolida como una institución caciquil que bajo un tenue barniz democrático (basado en las elecciones, pero sin tener en cuenta a los ciudadanos a la hora de tomar las decisiones, y sin otra ideología que el saqueo de lo público) desarrolla un discurso en el que la defensa de «lo nuestro», es decir, de lo suyo.
Esa decisión es un insulto y un desprecio hacia los miles de trabajadores precarios y desempleados de la comarca, en definitiva, a esa inmensa mayoría para la que sobrevivir es un ejercicio de resistencia.
Esa forma de actuar también sirve para desvelar que mientras para los de abajo la agresiones y recortes se van a convertir en el pan nuestro de cada día, los de arriba y sus sicarios no van a tener ningún pudor a la hora de blindar sus privilegios.
Si queremos sobrevivir a lo que se nos viene encima es necesario denunciar el espectáculo de la política al uso, luchar contra los privilegios y la lógica de la representación, salir de los juegos partidistas y de los intereses subterráneos que obedecen. Contestar la jerarquía y la represión. Repudiar toda forma de servidumbre voluntaria tan a flor de piel en estos tiempos oscuros. Necesitamos luchar contra el virus, pero también tomar conciencia de que nos encontramos ante un ensayo general que va a ser empleado, desde los estamentos del poder, para implantar medidas en la línea del eco fascismo.
Es necesaria una defensa cerrada de lo público, pero añadiéndole los adjetivos de autogestionado y socializado. Debemos apoyar, aprovechar e incidir en los efectos positivos de la pandemia, tales como la reducción de la contaminación, la desaceleración del consumo de energías fósiles, y frenar de forma definitiva la turistificación; en definitiva, evitar que los avances sobrevenidos e imprevistos, como consecuencia de la pandemia, se diluyan en la nada. Es necesario propiciar una contestación al crecimiento y sus tributos, no tanto para esquivar el colapso que viene como para adaptarnos al escenario que nos va a dejar.
Nos lo avisaba el pensador italiano Antonio Gramsci, y esa frase refleja claramente la situación que, en estos tiempos oscuros, se está viviendo, sobre todo, en el mundo occidental y su área de influencia: “El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer, en ese claro oscuro surgen los monstruos”.