[LA PIMPINELA ESCARLATA] De políticos y de sueldos
EDUARDO FERNÁNDEZ | Ya tendría su historia que yo me pusiera estupendo con los sueldos de los políticos. He cobrado de todos ustedes, amables lectores, y bien que incordiará a muchos, porque he recibido sueldo como alto cargo de la Junta y como diputado nacional, y a diferencia de la vicepresidente Carmen Calvo, yo no opino que el dinero público no es de nadie. Es de los sufridos contribuyentes que con su presión fiscal al cuello aportan a los presupuestos públicos. Como antes de dedicarme a la política, he vuelto a la resignada situación de contribuyente neto a las arcas del Estado y sé de lo que hablo como autónomo.
Como es bien sabido en este complejo Estado multiterritorial que tenemos, Estado es todo, desde su Ayuntamiento al Gobierno de la Nación, pasando por el Consejo Comarcal, la Diputación Provincial y la Comunidad Autónoma, sin contar otros entes como juntas vecinales o mancomunidades y consorcios diversos. Aquí Luis XIV lo tendría negro para proclamar con esa suficiencia gabacha que el Estado era él, porque hay más estadistas pensando que el Estado soy yo, la Comarca soy yo o Peranzanes soy yo, que aficionados de la Ponferradina con aires de entrenador y mira que de estos hay uno en cada socio. Lo de Peranzanes no me lo entiendan por quien no va, porque con lo que más orgulloso me he ido de la política es ser hijo adoptivo de Peranzanes, un fornelo más que pasaba noche al raso por culpa de algún incendio.
Por cada político corrupto hay afortunadamente miles que redimen a la política de las servidumbres miserables de la naturaleza humana de la codicia. Pero eso no es noticia. Por cada político que vive de eso, hay cientos que se dejan tiempo, esfuerzo y alguna que otra amistad por el camino por hacer cosas por sus conciudadanos. También por suerte, cualquiera que sea la sigla que les haya amparado para ponerse en una lista y someterse al examen de los suyos en unas municipales, que como bien dice un amigo mío que siempre ha ido sobrado en las elecciones locales, las urnas son muy putísimas.
En este mundo mercantilizado no es posible que a la política se dediquen solamente -como pasaba antes- los que tienen posibles suficientes para entretenerse con estos pasatiempos de la cosa pública, teniendo los curritos de a pie que mirar desde el escaparate porque se están ganando la vida en ocupaciones que permitan llegar a fin de mes. Quizás el mejor logro del parlamentarismo británico fuera que sacó la política de las manos de los terratenientes para sentar en los escaños a los que no eran ricos de casa. El tiempo reciente ha venido a demostrar irreal ese viejo y miserable adagio de que hay que votar a los de derechas porque ya vienen con el lomo cubierto y los otros tienen todo por robar. Ni todos tienen la vida resuelta en uno u otro bando, ni tenerla previene el latrocinio, como han acreditado con pringues diversos algunos de mi partido. Claro que en la competición por la ignominia, otros han acumulado en bolsas de basura billetes como para asar una vaca, que decían algunos de los eres andaluces. Pero me revelo contra la impresión de que eso es lo que manda en la política.
Los primeros que han extendido esa impresión son los políticos cuando censuran que los del otro lado cobren sueldo público, sin pensar que ellos llegarían a lo mismo. La demagogia populista alcanzó a estos efectos el paroxismo con las promesas podemitas de no usar las tarjetas de los taxis del parlamento, no viajar en primera, cobrar poquito más que el salario mínimo y fruslerías incumplidas por el estilo, que a estas alturas de coche oficial, dietas y escolta benemérita de sus jefes parecen pueriles. Nada de eso queda cuando se pisan las moquetas del poder. Eso vale desde la púrpura ministerial hasta los sueldos de alcaldes, concejales y consejeros comarcales en El Bierzo. No hablo de las cloacas de las cajas b, que me parto viendo el triple salto mortal de los morados, desde jalear hasta poner a parir a los jueces según miren al PP y al PSOE o a Unidas Podemos. En este santo país y con este paisanaje, no hay más que sentarse a esperar. Hablo de lo cercano, las posiciones encontradas respecto a las remuneraciones en el Consejo Comarcal y en el ayuntamiento de Fabero. De que, si el Consejo ha de ser una Corporación Local con la dedicación necesaria de los que estén en él, debe tener una correspondencia para evitar que se considere un añadido al que dedicar solo el tiempo que sobra en el quehacer público. Nadie lo dudaría para un ayuntamiento o una diputación.
Hay dos problemas que complican esa simple correspondencia entre trabajo y retribución. Uno es coyuntural: la que cae en época de doble crisis económica, la de antes y la del covid, reforzándose una a otra para ponerlo imposible en El Bierzo para el empleo y la actividad económica. Otro tiene que ver con la manía de constituirse en el referente moral de la política, dar carnets de servicio a los ciudadanos y dar lecciones a todos los demás. Eso sí, antes se daban lecciones por el retraso de otros en las ayudas mineras y ahora se calla cómplicemente cuando se cierran térmicas por los propios. Cuando las lecciones vienen del ayuntamiento de Fabero, tiene más bemoles, si te colocas el sueldo que tus convecinos anhelan y no pueden alcanzar en muchos casos. A tanto el mes como en cualquier antro de la derecha, se acaba esa suficiencia para dar lecciones. Esa es la diferencia entre unos y otras, aunque sean del mismo partido. Lo que yo espero, como parte de los que pagan sus impuestos, es que nos solucionen lo que decían que otros no sabíamos y por eso seguramente los ciudadanos les dieron tan amplias mayorías. De esto va al final su sueldo; si en el Consejo Comarcal se prestan más y mejores servicios a ciudadanos y ayuntamientos bercianos estarán justificadas las retribuciones. Si en Fabero crece el empleo, aumenta la actividad y se mantiene la población, también. En caso contrario, que se aplique a hacérselo perdonar. En particular, por los suyos.