[LA OVEJA NEGRA] Agujeros negros
GERMÁN VALCÁRCEL | Soy de los convencidos que el virus de la COVID-19 existe -aunque jamás lo haya visto-, creo que hay una pandemia y que, en determinadas circunstancias y entre determinadas personas, el virus es muy pernicioso e incluso mortal, aunque en otras puede ser similar a una gripe o algo parecido. También estoy convencido que la pandemia está siendo utilizada para otros fines.
Nadie puede negar que la versión oficial de lo que está ocurriendo está repleta de agujeros negros, por eso desacreditar sin matices a todos los disidentes, de la forma inquisitorial que se está haciendo, es un ejercicio de totalitarismo peligroso. Creer que el autoritarismo de los confinamientos y la imposición de políticas liberticidas, al amparo del miedo, servirán para protegernos es un craso error que abre la puerta a todo tipo de medidas de excepción que las fuerzas reaccionarias utilizarán, más temprano que tarde, contra la ciudadanía en el escenario colapsista que se avecina.
Nadie, con rigor, puede sostener que la gente esté muriendo de forma masiva, no nos cruzamos con bandas de zombis víctimas de enfermedades neurológicas producidas por el coronavirus. Los datos sugieren que el virus tiene una escasa morbilidad y letalidad. La gripe mata todos los años a miles de personas y también colapsa los servicios sanitarios; les remito, por ejemplo, a las hemerotecas de enero de 2019.
Pensar que aislar socialmente a una gran mayoría de la población, poner en cuarentena a personas sanas o la imposición de mascarilla en espacios abiertos nos encamina hacia una forma de dictadura y no son medidas diseñadas para proteger nuestra salud, denunciar que la ciencia está, mayoritariamente, al servicio de la industria farmacéutica no tiene nada que ver con el negacionismo, ni con la actitud cerril de la extrema derecha.
Es lícito preguntarse por qué una respuesta tan exagerada ante un problema similar y no tener que ser ninguneado, descalificado, ni insultado. Ni los políticos institucionales -todos- ni los medios de comunicación representan en lo más mínimo a la ciencia, su objetivo no es contribuir al conocimiento, sino conseguir obediencia mediante el miedo, ya sea a un virus o a las conspiraciones.
Para servidor el problema real de algunas teorías de los calificados como “conspiranoicos” es que son unos analfabetos ecológicos que pasan por alto los problemas reales: la crisis climática, las crecientes y agudas desigualdades, el expolio que en otras geografías lleva a cabo nuestro sistema productivo para su funcionamiento, o los graves problemas energéticos a los que nos enfrentamos.
En el fondo las teorías conspirativas son relatos tranquilizadores al lado de lo realmente inquietante. Creer que hay un poder que tiene la situación bajo control es menos aterrador para la prepotencia antropocéntrica y los delirios narcisistas de nuestra civilización que está mostrando su tremenda vulnerabilidad. Si un pequeño virus está consiguiendo desquiciar a la población, debemos preguntarnos que pasará cuando las consecuencias del cambio climático o los problemas de abastecimiento se hagan presentes. Lo que está sucediendo solo es el aperitivo de lo que se avecina.
Creo que se está construyendo un falso culpable ante la catástrofe económica, social y política que se nos viene encima, que no ha sido originada por la pandemia, y que la hubiéramos sufrido de la misma manera sin el virus que ahora nos acompaña.
Por eso gastan tantas energías en mantenernos temerosos, aislados y enfrentados, y muy pocas en mejorar unos servicios sanitarios indispensables para atender los males que ocasiona la pandemia; por eso se dedican a culpabilizar a jóvenes, inmigrantes o a los llamados conspiranoicos, y muy pocas en aumentar el personal y los medios necesarios para una atención sanitaria adecuada. La polarización beneficia siempre a los mismos y hace que distorsionemos al enemigo real.
El Coronavirus está resultando muy útil para atemorizarnos y mantenernos controlados
Por eso los medios de comunicación, cómplices necesarios en esta política de distracción, dedican tanto tiempo y espacio a contabilizar contagios e ingresos hospitalarios, o a los infractores de las normas, y ninguno a la falta de personal, de equipos, de instalaciones, etc., siendo esto lo que sería necesario hacer para combatirla, puesto que la existencia y reproducción del virus no depende tanto de nosotros y no la vamos a poder evitar nunca.
La crisis sanitaria ha levantado el disfraz que la propaganda había puesto sobre nuestro sistema sanitario, ahora ya nadie podrá presumir de tener “uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo”. El emperador estaba desnudo: personal sanitario insuficiente, carencia de materiales, ancianos muriendo en residencias abandonados a su suerte. Nos obligan a circular con mascarilla en espacios abiertos mientras los trabajadores son obligados a ir al trabajo (la mayoría de rebrotes se desarrollan en centros de trabajo), y todo para que los patronos no dejen de ganar y ganar con el trabajo ajeno. A lo anterior añadan la propaganda intensiva presentando como bondadosos filántropos a los mayores depredadores del planeta. Se abren todo tipo de programas e informativos dando cuenta de sus donativos, de las migajas que reparten de todo lo que expolian y roban.
El Coronavirus está resultando muy útil para atemorizarnos y mantenernos controlados, para aislarnos, dificultando que nos organicemos, protestemos, o denunciemos las verdaderas causas del colapso sistémico y civilizatorio que desde hace tiempo se viene anunciando desde múltiples sectores sociales e intelectuales, eso sí, bastante minoritarios hasta ahora, todo hay que decirlo.
En una sociedad que da tantas facilidades para perder el juicio, que hace tan llevadero matarse y tan irresistiblemente placentero hacer daño al otro, que proporciona tantas comodidades para que aumentemos nuestra ignorancia y para que despreciemos a los otros y hagamos ricas a los patrones, podemos tener la casi total seguridad de que el virus es el chivo expiatorio que oculta a los verdaderos responsables de las enfermedades y muertes debidas a la explotación y destrucción de los seres vivos y los recursos naturales que el sistema capitalista necesita para crear plusvalor.
En una sociedad que lo único que no cuesta nada es la esclavitud; lo único que no requiere esfuerzo es la derrota, lo más cómodo es dejarse llevar por las directrices que llegan desde las terminales del poder.
Las sociedades occidentales y sus asimilados político-culturales en el resto del planeta han conseguido reducir las capacidades intelectuales y emocionales de los seres humanos alienándolos y atándolos a un modo de vida aberrante, mediante el bombardeo constante de paradigmas de sumisión, banalizando la explotación, el saqueo y la violencia, criminalizando cualquier disidencia que se niegue a aceptar esa sumisión que venden como libertad.
Para servidor lo más grave de la crisis es que está haciendo emerger lo peor de nuestra sociedad, esa derecha que pasea su odio y resentimiento, su racismo, su clasismo, su misoginia, su totalitarismo, sin complejos. Y no es algo que pase lejos de nosotros. En una comarca tan tranquila y privilegiada como esta, los tenemos a nuestro alrededor (dense una vuelta por las redes sociales) absolutamente desmadrados, defendiendo incluso el uso de las armas como forma de autodefensa, justificando todo tipo de violencia, incluso el asesinato, contra todo aquello que ellos llaman izquierda.
Lo que está ocurriendo con alguien tan funcional al sistema como Pablo Iglesias, al margen de diferencias políticas, solo es una forma de amedrentar a todos aquellos que cuestionen el modelo político y social en el que malvivimos cada vez más personas y dan alas a esa extrema derecha desbocada. Como también la campaña contra los okupas, a un mes del treinta de septiembre, cuando con el final de los ERTEs se prevé que engrosen las listas del desempleo cerca de otros dos millones de personas, forma parte del mismo intento de amedrentamiento, en un país en el que desde el inicio de la crisis de 2008 hasta la actualidad se han ejecutado más de un millón de desahucios por parte de las entidades financieras.
Mucho me temo que ante estos hechos seguiremos escondidos en nuestro propio agujero negro. Ya nos avisaba Camus en Víctimas y verdugos: «Algo nos fue destruido por el espectáculo de los años que acabamos de pasar. Y esa cosa es la eterna confianza del hombre, que siempre se le ha hecho creer que se puede sacar de otro hombre reacciones humanas al hablar el lenguaje de la humanidad. Hemos visto mentir, degradar, matar, deportar, torturar, y cada vez no era posible convencer a los que lo hacían de no hacerlo, porque estaban seguros de ellos y porque no convence una abstracción, es decir, el representante de una ideología. El largo diálogo de los hombres acaba de detenerse. Y, por supuesto, un hombre al que no se puede persuadir es un hombre que da miedo».