[ANÁLISIS] El coronavirus, Pedro Muñoz y la nada
JUANJO URBINA | Como no hay mal que por bien no venga (ya lo dijo Franco cuando volaron a Carrero Blanco), a la clase política el coronavirus le ha venido de perlas para encubrir su alarmante falta de proyectos ilusionantes. Ahora ya solo se habla de cómo afrontar los efectos de la pandemia y, por cierto, más allá del salvamento y socorrismo tampoco en ese campo es que vayan sobrados de ideas, aparte de los tópicos de rigor y ampulosas vaguedades.
La crisis sanitaria del coronavirus marca el primer año de Olegario Ramón en la alcaldía, así que su programa prácticamente se ha visto reducido a tres simples postulados: quédate en casa, ponte la mascarilla y lávate las manos. Un mandato que comenzó, no lo olvidemos, aumentando el gasto político en un 30% después de predicar la austeridad. Tan acertado en el diagnóstico de la situación municipal como timorato en el tratamiento, al menos el alcalde ha conseguido preservar la estabilidad del tripartito sin conflictos relevantes, culminar las obras que había dejado aprobadas la corporación anterior y poner paz en el funcionariado.
En el haber del tripartito se pueden anotar decisiones como la disolución de Pongesur, Turismo Ponferrada y la Fundación de Deportes o la rápida reacción ante el caso Pedro Muñoz, su mayor sobresalto en este primer año, virus aparte. La anecdótica política de gestos destaca por acabar con el cachondeo de las invitaciones de la Encina (un año después ya acabó con las propias fiestas). Otras decisiones, como no recurrir el archivo de la causa del Mundial pero sí la sentencia de la red de calor, demuestran que en el consistorio siguen mandando demasiado los mismos funcionarios de siempre. Y ya veremos si el programa de municipalización de servicios llega finalmente a puerto, porque las dudas no han hecho sino acrecentarse en este primer año de mandato. Las mismas dudas se ciernen sobre la ambición de los presupuestos (los primeros carecieron de ella) y la aplicación del tan cacareado plan de recuperación, que hasta ahora solo se ha traducido en fricciones con comerciantes y hosteleros. Fuese por el coronavirus o por falta de ideas, el caso es que en este primer año no se ha visto absolutamente nada que marque un sesgo distinto en la gestión municipal. Ponferrada sigue en el mismo estado de postración económica, depresión anímica y deterioro físico.
Este mes de septiembre traerá, al menos eso se nos dijo, la remodelación pendiente del equipo de Gobierno. Coalición por El Bierzo aspira al área de Participación Ciudadana, ahora en manos de Podemos, y ofrece un cambio de cromos cediendo el proyecto sobre la soledad ideado por Pedro Muñoz. En esos términos o en otros habrá acuerdo porque más allá de su competencia en determinado nicho electoral ambas formaciones saben que la estabilidad del tripartito es un bien a conservar. Y no hay alternativa, por más que a algunos de los que se sientan en los escaños de la oposición les encantaría cambiar de lado en el salón de sesiones.
Ponferrada sigue en el mismo estado de postración económica, depresión anímica y deterioro físico
Conforme vaya avanzando el mandato, Coalición por El Bierzo y Podemos deberán tener especial cuidado en mantener un perfil propio e identidad diferenciada para no verse fagocitados por el hermano mayor del tripartito. El Partido de El Bierzo se verá obligado además a un esfuerzo organizativo, institucional y de imagen para que el caso de Pedro Muñoz no arruine la coalición en la que se había diluido y se convierta en la tumba del bercianismo político. Sería la hora de la reunificación con el PRB si no fuese porque, más allá de las coincidencias programáticas, el proyecto de Tarsicio Carballo es unipersonal y excluyente. Carballo y Alonso son, además, políticos inmiscibles.
La oposición, es verdad, estuvo a la altura de las circunstancias en este año tan complicado. Pero eso no lo va a recordar nadie dentro de tres años. Dicen que es tiempo de grandes acuerdos, y está muy bien. Pero la oposición debe saber que si esos acuerdos salen mal las culpas se repartirán entre todos los firmantes. En cambio, si salen bien, los méritos se los llevará el alcalde (ni siquiera el tripartito) como cabeza visible de su ejecución. Esta obviedad política apenas se ve matizada por el hecho de que, en el mejor de los casos, contarán con más de dos años hasta las elecciones para que sus mensajes calen en la ciudadanía.
Además, en situaciones de crisis basta evitar las actuaciones estridentes y amoldarse a los gustos (en este caso a los miedos) de la mayoría para salir reforzado sin necesidad de ir más allá de la obediencia debida (quizá incluso con delectación o cálculo político en la aplicación de las normas) ni de exhibir ideas propias o capacidad de liderazgo para las que no basta con la afición a los vídeos y a las redes sociales. A veces asombra ese empeño de los cargos intermedios del PSOE por seguir en sus errores a la cúpula en lugar de intentar marcar un perfil propio. Será por hacer méritos.
Es evidente que el peso de la oposición le corresponde llevarlo al Partido Popular, que en este primer año ha centrado sus esfuerzos en presentarse como un grupo leal y constructivo, a veces tratando de abarcar demasiado, otras enseñando los dientes y algunas lastrado por la gestión de los alcaldes anteriores, sin atinar del todo ni con el tono ni con el estilo. El proyecto unipersonal de Samuel Folgueral, pese al balón de oxígeno del archivo de la causa del Mundial, está condenado a la irrelevancia y la desaparición; Ciudadanos, desconcertado tras el batacazo electoral nacional, no encuentra su sitio y cuando lo intenta recurre a mociones grotescas y fuera de lugar; y Tarsicio Carballo continúa encerrado, como era de esperar, con los mismos juguetes de siempre. A su edad no sería justo pedirle que cambie.