[CARTAS] Y líbranos del mal, amén
A la Virgen de la Encina dos cosas pido: que nos libre de la peste que nos asola y que ilumine las adormecidas mentes de una pasiva ciudadanía que acumula una ira y desesperación que comparte con familiares, amigos y allegados, pero que silente agacha la cabeza, mirando para otro lado, esperando que la divina providencia haga acto de presencia y altere el rumbo, o más bien coja el timón, de una sociedad a la deriva, que se dirige pusilánime hacia las rocas.
Por eso, mi querida Morenica, más que de una, debes mediar para librarnos de las dos pestes que, como la carcoma, poco a poco y sin darnos cuenta, llevan demasiado tiempo agujereando la barca de nuestro destino, de la que cada vez cuesta más achicar el agua, y que terminará por hundirse, poco a poco, solitaria, vagabunda, sumergida por la peste de la necedad y la ignorancia. Sí, es ésta una peste que nos persigue desde tiempos no inmemoriales, pero sí suficientemente remotos.
Es verdaderamente frustrante y descorazonador ver cómo una sociedad que ha tenido y todavía tiene -de momento- todos los medios a su alcance para cultivar y fortalecer su pensamiento crítico, provocar y saciar inquietudes intelectuales, ha optado en cambio por el desprecio hacia lo que ignora, ha confundido el tener una mente abierta con una especie de culto por la aberración ética, estética y moral, ha frenado y/o impedido el verdadero desarrollo individual y social, maniatado por prácticas extendidas y socialmente aceptadas como el nepotismo y el entretejimiento de redes clientelares a nivel político, sindical y empresarial.
Es, y permítanme la expresión, jodidamente triste ver a alguien echarse las manos a la cabeza cuando en una feria le piden 20 euros por un libro, y sin embargo su bolsillo siempre está presto y dispuesto -más bien estaba- para aflojar esos mismos 20 euros o los que hagan falta durante una ronda de vinos. Sí, ya lo sé, la lectura no llena el estómago, pero es seguro que contribuye al llenado de un depósito de combustible fundamental, a menudo en reserva por estas latitudes: el cerebro.
Contrasta ver cómo en esos países denominados “subdesarrollados, en vías de desarrollo o del Tercer Mundo”, de esos “donde andan en taparrabos”, que dirían por esta comarca en coma, región, provincia, cantón, lander, cluster o lo que sea, es donde, precisamente, muestran en no pocas ocasiones un suficiente dominio de una lengua ampliamente extendida como, por ejemplo, el inglés, que les permite expresarse y ser entendidos sin dificultad. Mientras, en esta nación, país, erial, escombrera o lo que sea, a día de hoy, no sólo el porcentaje de su población que se defiende con el inglés es exiguo, sino que una parte de ese rácano porcentaje se mofa de quienes, teniendo un mínimo conocimiento, cometen lógicos errores de pronunciación. Lo dicho, la burla y el desprecio hacia los demás como contrapeso a las carencias intelectuales propias. Y, ojo, el problema no es la ignorancia… el problema es la actitud de no querer salir de ella. Tenemos, pues, a unos “seres en taparrabos” que viven en una “choza”, que son capaces de comunicarse en inglés; y aquí a unos “seres emperejilados, perfumados y ataviados a la última moda”, que a veces les cuesta diferenciar el inglés de las ingles, pero que vomitan una sonora carcajada cuando oyen a alguien decir “sha-kes-pe-a-re” en lugar de “ˈʃeɪkspɪə”. Los que van en taparrabos apenas disponen de agua potable pero hacen uso de lenguas universales; mientras, aquí, con todos los recursos humanos y materiales a nuestro alcance… no sólo no nos esforzamos por aprender idiomas de carácter universal, sino que maltratamos el nuestro mientras se despilfarra el dinero de todos en lenguas de alcance local… en fin.
¿Qué esperar cuando en la Península y sus Ínsulas, con la que está cayendo y la que se avecina, prácticamente la única protesta ciudadana en las últimas semanas, de carácter espontáneo, ha tenido por objeto pedir a un jugador que no se vaya de su club? Al hilo de esto, me viene a la mente aquella otra manifestación que tuvo lugar a finales de los 90 del pasado siglo. No, no hablo de alboroto en las calles derivado de algún conflicto de tipo laboral o político; me refiero a la movilización ciudadana que se llevó a cabo ante la sanción impuesta a un futbolista por lesionar a otro.
Puedes pensar que estoy exagerando, mi querida Patrona, pero aquí te pueden acribillar a impuestos, te pueden someter a arresto domiciliario con la excusa de un virus, te piden sacrificios cuando apenas llegas a fin de mes mientras ellos -todos sabemos perfectamente quiénes son ellos- mantienen e incrementan sus privilegios, te puedes quedar sin trabajo… vamos, que todo puede irse al garete… menos una cosa. El fútbol… que no me lo toquen, ¿eh? -así se habla, alto y claro, con vehemencia, con solemnidad y, dentro de poco, con telarañas en el estómago-. Alguna vez escuché a algún que otro aficionado decir que se había ido a la cama sin cenar, disgustado por la derrota de su equipo. Bueno, ello no debería suponer problema alguno siempre y cuando al despertarse de madrugada, con las tripas en pleno concierto, no se encontrase con la nevera vacía.
Intercede pues, mi Señora, para que la peste de la ignorancia, la necedad, la soberbia o el pancismo deje, primero, de extenderse por estos pagos para, después, ir remitiendo poco a poco en pro de sus antagónicos. Soy consciente de que, más que una intercesión, lo que te estoy pidiendo es un milagro. Pero es que sólo atajando esta peste será posible combatir la otra que, con alevosía y premeditación, está contribuyendo a nuestra devastación moral, ética y social.
¿Que cuál es esa otra peste? Mejor ni mentarla.
El Bandido Fendetestas