[OBITUARIO] Te debemos una, César
MIGUEL Á. VARELA | Ponferrada te debe su existencia como ciudad literaria, que es una de las formas más hermosas y perdurables de ser. La ciudad fea, desarrollista y sentimental. La ciudad rica, golfa y mestiza. La ciudad mítica, noctívaga y clandestina. La ciudad del dólar, del maquis, de los inmigrantes ennegrecidos del carbón y los nuevos ricos del Café Edesa. La ciudad que seguiste, escribiste e imaginaste.
Las cosas sólo existen cuando alguien las cuenta. Con talento, con inteligencia y con pasión. Tú contaste esa Ponferrada que crecía como la masa en el horno. Fue tu magdalena de Proust con la que muchos mojamos el café con leche en una ciudad de la que ningún historiador puede hacer mejor crónica. La Ciudad del Puente de Hierro es nuestra porque tú la creaste, sembrada en el huerto fértil de la memoria, abonado por inabarcables cantidades de amor mezclado con la borra de la memoria.
César Gavela, abogado enrolado tempranamente en las filas de la administración; niño curioso que veía pasar camiones, obreros y comerciantes desde su ventana de la Avenida de España; adolescente enamoradizo y contradictorio en las provincias oscuras del final del franquismo; joven cautivado por la literatura, la casa furtiva en la que se refugió de la rutina funcionarial. César sabía que la escritura es una amante tan complicada y caprichosa como prometedora y complaciente. En sus brazos encontró el ligero regusto del efímero placer de la vida.
Jugó con esa amante en todos los campos. Algún partido ganó, en forma de premios, publicaciones y otras banalidades sin mayor importancia. Escribió, desde muy joven, en periódicos. Publicó novelas que ganaron premios de renombre (Premio Vargas Llosa, Ciudad de Irún, José María Pereda, Torrente Ballester, Ciudad de Valencia…). Viajó por el interior de la Península, siguiendo los pasos de su querido Ramón Carnicer, buscando en pueblos con más historia que vecinos el sustrato del que todos venimos, aunque lo hayamos olvidado. Amó a mujeres inteligentes y discretas, signo evidente de buen gusto.
Fue ponferradino. Y berciano. También leonés, asturiano de herencia y valenciano de adopción. Y vecino de un noroeste que no sale en los mapas. Buscó identidades en las memorias de escritores oscuros y en las aldeas que sólo se iluminan a mediados de agosto. Hablador, memorioso, atento, divertido. Con el rigor jurídico en el relato mezclado con la imaginación desbordante de los paisanos de Cunqueiro. Fue un buen escritor. Un buen amigo, sin necesidad de excesos sentimentales. Lo echaremos mucho de menos en este final con más fanfarrias que talento.
Ha fallecido en Valencia, a la luz de un Mediterráneo que hizo suyo. Y en Ponferrada, en el Bierzo, le quedamos una a deber.