[LA OVEJA NEGRA] Disonancia cognitiva
GERMÁN VALCÁRCEL | La pandemia del Covid19 nos ha mostrado, con toda crudeza, que dominar en el mundo en lo material no es posible si no se domina en las ideas. La imposición con las “ideologías” se profundiza y alcanza a las ciencias y a las artes. Las ciencias y las artes dejaron de ser lo distintivo de lo humano y se acomodaron en el estante del supermercado del capitalismo global. El conocimiento pasó a ser propiedad privada.
Las evidencias, de forma abrumadora, nos muestran que el Capital se ha consolidado como una gran máquina trituradora, usando ya no solo a la humanidad y a la naturaleza como materia prima para producir mercancías, también los conocimientos y las artes.
La destrucción del planeta, el desempleo, la corrupción, las desigualdades, la debilidad de los gobiernos ante las grandes corporaciones, la barbarie por venir, no son producto de los excesos del Capital, o de una conducción errónea de un sistema que prometió orden, progreso, paz y prosperidad. Todas esas desgracias son la esencia misma del sistema. De ellas se alimenta, a costa de ellas crece.
La destrucción y la muerte son el combustible de la gran máquina del capitalismo global y la necro política su representación institucional. Y visto lo visto, fueron son y serán inútiles los esfuerzos por “racionalizar” su funcionamiento, por “humanizarlo”. Lo irracional y lo inhumano son sus piezas claves. No hay arreglo posible. No lo hubo antes. Y ahora ya tampoco se puede atenuar su paso criminal. La única forma de detener la destrucción que ocasiona es destruir la máquina. En la guerra actual la disputa es entre el sistema y la humanidad. Por eso la lucha anticapitalista es una lucha por la humanidad. El capitalismo colapsa destruyendo el planeta entero y toda forma de vida que en el habita.
Quienes todavía pretenden “salvar” el metabolismo social creado por nuestra muy desarrollada civilización, en el fondo nos proponen el suicidio masivo, global, como sacrificio póstumo al Poder. Pero en el sistema no hay solución.
Son muchas las personas que optan por ignorar el escenario en el que nos encontramos, lo cual es propio de necios. Pero la cuestión es mucho más grave cuando no son solo “muchas personas”, sino las instituciones las que se niegan a aceptar la realidad.
Carecemos de tiempo para evitar eludir la grave situación en la que se encuentra el planeta y la especie humana. Por mucha prisa que nos demos, hay ya fuerzas físicas que han avanzado de forma irreversible, a lo más que podemos aspirar es a gestionar el colapso sistémico que ya están sufriendo los más desfavorecidos, los que ya han sido espoliados, los que ya no tienen voz. Resulta penoso que los debates de la sociedad española estén centrados en mascarilla sí o mascarilla no. La masacre de la democracia tapada con la falsa ilusión de la libre expresión en las redes sociales.
El actual escenario ya fue pronosticado hace cincuenta años por el Club de Roma, pero la sociedad española, embrutecida y alienada por partidos políticos y medios de comunicación, vive en un estado generalizado de disonancia cognitiva, de negación colectiva de la realidad.
Con este escenario me resulta penoso escribir nada sobre la miseria cotidiana que nos rodea en la Comarca Circular. Donde soportamos a unos políticos mediocres y codiciosos que lo único que les importa son sus sueldos y privilegios. Un lugar donde todos esos problemas antes expuestos se agudizan, sepultados por la más absoluta mezquindad y mediocridad. Donde la tolerancia a la realidad es nula. Si no, no se puede entender que una empresa como Cosmos convierta en noticia que ha empezado a envenenar el aire y a malbaratar nuestra salud, sin que ningún responsable político o social sea capaz de levantar la voz. Ni siquiera el débil movimiento ecologista berciano, agotado en una pelea socialmente perdida en una sociedad que se siente cómoda ante cualquier ecocidio y que, hace ya mucho, antepuso lo económico a la salud, parece capaz de seguir resistiendo.
La destrucción y la muerte son el combustible de la gran máquina del capitalismo global
Con las principales instituciones provinciales –la Diputación, el Consejo Comarcal, los ayuntamientos de León y Ponferrada– gobernadas por el PSOE, algunos ingenuos todavía piensan que es la izquierda quien gobierna. Craso error. Los dirigentes “Pesoistas”, salvo raras excepciones que confirman la regla, son personajes que surgen de yacimientos antropológicos enigmáticos en general, son homínidos dotados de sentido espeleológico y escatológico de los bajos fondos de la democracia y con masters en fontanerías ocultas, siempre dispuestos a borrar todos los rastros para que no queden posibilidades de pedir a los servicios de inteligencia que investiguen de dónde vienen y a dónde van.
Sin ir más lejos Don Olegario Churchill, actual alcalde ponferradino, ha terminado siendo un buen ejemplo, y a medida que se siente afirmado en su cargo, y los apologetas y medios de comunicación paramunicipales (pagados con nuestros impuestos) hablan de él como si fuese el mismísimo Churchill, pero en berciano y democráticamente correcto, es decir, un salvador capaz de llevar a Ponferrada a las más altas cimas de desarrollo.
De las maneras prepotentes del señor Ramón ya había muestras, pero después de haber iniciado el triunfal viaje alrededor sí mismo, como consecuencia de la pandemia del Covid19, las airea mandando en Ponferrada como si fuera su cortijo particular (para eso dispone de una policía municipal donde ciertas prácticas, digamos aprendidas del “sionismo”, son de uso y abuso de un grupo de agentes) y con aires de gallito de pelea: hoy te arreglo la plaza de tu barrio (a algún compañero socialista, si dejas de protestar por la central de calor), pero se niega a facilitar información relativa a todos los gastos en materia de comunicación, protocolo y representación, gastos en que incurre cada grupo político municipal, personas contratadas por esos grupos y la relación de miembros del Consistorio asignados en otros organismos oficiales y dietas que perciben. Eso era lo que se le solicitaba, no “la elaboración de informes confeccionados ad hoc… ni la elaboración de gráficas”, como contesta el propio alcalde en una falaz y miserable misiva firmada por él mismo.
Parece que el señor alcalde no se fía de la concejala responsable de transparencia (es bien sabido, en el grupo municipal socialista, que no se fía de nadie y, sin embargo, a todos utiliza: el señor Cartón, convertido en el “saco de las hostias” bien puede dar fe de ello), y toma él mismo el mando ante la posibilidad de que se escape algo que no quiere que se sepa. ¿De ahí vienen ciertos ajustes en las “responsabilidades” de alguna concejalía?
Otra presunción confirmada: el creciente e incontrolado mal yogur del señor alcalde, por lo visto propenso a la irritación y a descalificar y ningunear a cuantos no piensan como él; habrá que recordarle que, para que haya democracia, debe haber control por parte de los ciudadanos (no solo de los partidos políticos) y estos contar con medios e información suficiente.
Cabe deducir que a don Olegario “Churchill” lo de la trasparencia se le olvidó el mismo día que tomó posesión del cargo. No en vano quince meses después de su acceso al poder, el Consistorio que preside tiene un 32,1% de transparencia municipal y ocupa la posición 272 en el ranking elaborado por DYNTRA (DINAMIC TRANSPARENCY INDEX). Está visto que a don Olegario le gusta vivir emboscado, lo tiene demostrado desde los tiempos en que circulaba por la oposición.
El pervertido entramado político comarcal hace que la exigencia social de regeneración en la izquierda berciana, en este momento encabezada por tres políticos tan mediocres y pancistas como los que dirigen la Diputación, el Consejo Comarcal y el Ayuntamiento ponferradino, sea tan necesaria, y sólo desde el prejuicio y la desinformación pueda ser calificada de utópica. Lo que está en peligro no sólo es la mayoría social de izquierda, sino los fundamentos democráticos.
Por eso es necesario levantar el viento de abajo con resistencia y rebeldía, con organización. Solo así podremos sobrevivir a unos políticos que anteponen sus privilegios y prebendas al bien común. Solo entonces podremos repetir aquellas palabras que escuché por primera vez en el poblado zapatista de la Realidad, Estado de Chiapas, México: “Cuando amaine la tormenta, cuando la lluvia y el fuego dejen en paz la tierra, el mundo ya no será el mundo, sino algo mejor”.