[LA OVEJA NEGRA] Capitalismo de catástrofe
GERMÁN VALCÁRCEL | En el caos que domina nuestro tiempo es casi imposible sacar conclusiones analíticas, pero es más que probable que la tormenta que algunos vaticinábamos se va a convertir en una verdadera guerra contra la mayoría de la humanidad.
No podemos seguir actuando como si no lo fuera o no nos tocara. La batalla desencadenada por la pandemia del Covid19 está promoviendo la construcción de muros culturales y jurídicos con los que enfrentar cualquier resistencia o rebeldía, pero también acabar con la solidaridad y el apoyo mutuo de quienes ven atacadas sus vidas y libertades. Los apaleamientos y multas a los que se rebelan y protestan, las campañas de criminalización contra la supuesta ocupación de viviendas, la acelerada destrucción de la Sanidad pública no son más que pequeñas muestras de que es toda la humanidad la que esta criminalizada y perseguida.
La situación es muy difícil, pues, a pesar de la catástrofe que viene, no creo que sirva ─o que siquiera sea posible─ la revolución violenta tradicional y sin embargo el desmoronamiento del sistema y del ecosistema va a traer grandes cantidades de violencia. Lo podemos observar ya a diario en nuestro país donde las calles se llenan de miedo, insultos, palos y sirenas, de multas, en aplicación de una Ley Mordaza que este gobierno, tan progresista él, no ha querido derogar.
Si algo nos está enseñando la pandemia del Covid19 es que la crisis civilizatoria se agudiza y los dispositivos de poder y represión se levantan, una vez más, para los de abajo, cuyo destino es resistir y luchar, ya que la “gestión” de la pandemia dejara, en nuestro país, a decenas de miles de personas muertas, a millones en la pobreza, la desigualdad, la desocupación y el desempleo se agudizaran, pero eso sí, unos pocos empresarios y sus capataces: los políticos y sindicalistas, llenaran sus bolsillos y será una simple “incomodidad” para los restos de los cada vez más escasos satisfechos y colonizados clasemedianos eurocéntricos que no ven más allá de su bienestar y de sus barrigas supremacistas. Es el capitalismo del desastre.
Pero no le hablemos a esos clasemedianos, incluidos los sectores progres, de las inquietantes conclusiones que se obtienen de los errores completamente inexplicables del gobierno más izquierdista de la historia de España (el mismo que tiene a un ministro que dirige a unas fuerzas de orden público que apalean a las clases populares en Vallecas, cuando van a exigir una sanidad digna, pero agachan la cabeza en el barrio de Salamanca) son los mismos progres que treinta años después descubren –oh sorpresa- que su otrora admirado líder, Felipe González, es un canalla.
La narrativa o el relato del desarrollo de los acontecimientos que están sucediendo en nuestro país no encajan con la frialdad de los datos correctamente interpretados y cotejados. Los errores de estadísticas oficiales y sus correcciones a posteriori (al alza o a la baja) son tan groseros y evidentes que cuesta entender las razones que expliquen semejantes desajustes. Pero finalmente siempre sienten que tienen razón, porque su gran argumento es que la represión -incluso la que ellos mismos sufren- las palizas y multas policiales que soportan las clases subalternas están protegidas “por la ley y las normas”.
Mientras, los medios de alienación embrutecen y adocenan a la gente, convirtiendo al virus en el chivo expiatorio que oculta a los verdaderos responsables de las enfermedades y muertes debidas a un modo de vida basado en la explotación y destrucción de los seres vivos y de la naturaleza. Un metabolismo social antinatural que está llevando a la extinción de muchas especies incluida la nuestra. Un sistema que ha normalizado que los más elementales derechos humanos sean convertidos en mercancía, inalcanzable para muchos y fuente de lucro para una minoría, como ocurre, sin ir más lejos, con la vivienda.
El Covid 19 está acelerando un proceso que ya estaba en marcha para precarizar, todavía más, a amplios sectores de la población. Las fascistizadas, colonialistas y supremacistas clases medias occidentales no quieren escuchar que su “desarrollado, tecnológico y opulento modo de vida”, está sustentado en la exclusión y cosificación de millones de seres humanos en el planeta, y en el exterminio de especies y ecosistemas. Lo enmascaran en la defensa de los cada vez más decrépitos “Estados del Bienestar”, al menos en el primer mundo. Pero no les pregunten por quien paga el precio de ese “bienestar y desarrollo tecnológico”.
El desmoronamiento del sistema y del ecosistema va a traer grandes cantidades de violencia
Algunos, incluso, lo justifican en la necesidad de seguir avanzando en el desarrollo tecnológico, él nos salvara, sostienen. Un desarrollo tecnológico sustentado en el saqueo que perpetran las multinacionales que se capitalizan sobre la destrucción de montañas y ríos. Mediante el extractivismo sin el cual es imposible seguir desarrollando los “inventos científicos”.
El progreso es, ciertamente, una realidad y también una ideología. El conocido proverbio “el progreso no se detiene” es un principio de sumisión repetido mil veces, es una prescripción cotidiana: cada uno debe progresar, cambiar, evolucionar. Pongamos por ejemplo la cuestión que se plantea a quien escribe y publica: tienes quinientos lectores, ¿qué hacer para progresar? ¿Pero por qué hace falta tener más? Porque, al ser siempre de orden cuantitativo, el progreso necesita ser medido. Es necesario crecer.
Por eso el capitalismo en su necesaria acumulación, para poder sobrevivir, intensifica la explotación contra las clases subalternas y depaupera a las clases medias de las Metrópolis. Desde la caída de la antigua URSS el Capital ya no necesita seguir fingiendo. En la pandemia ha encontrado la justificación para darse el gran festín de la explotación, ya no guardan la compostura, todo es privatizable, empezando por la Sanidad, siguiendo con la Enseñanza, y continuando con cualquier cosa necesaria para la vida, desde el agua hasta el aire pasando por la tierra.
Curiosamente, cuentan para ello con la anuencia de esos mismos clasemedianos (conformados, mayoritariamente, en pequeñas ciudades como la nuestra por políticos y funcionarios) que esperan seguir recogiendo las migajas que caen de la mesa del Capital. Esos clasemedianos inyectados de individualismo y sumisión (gran trabajo han hecho los mass media) y empapados de desprecio hacia todo pensamiento crítico que cuestione las bases intelectuales del modo de vida occidental, terminarán devorándose a sí mismos, eso sí, después de haber sido los cómplices necesarios de la miseria y cosificación del resto.
Cada vez estoy más convencido que la civilización occidental ha sido una construcción generada por una idea perversa y equivocada de la naturaleza humana. Lo peor de nosotros se ha convertido en lo mejor: el individualismo feroz y posesivo, expresado en forma de la búsqueda de la “felicidad” y de la satisfacción individual, es ya un derecho inalienable.
El que no quiera ver lo que quema la vista en este atrasado y abyecto sistema de clases, actúa, por su ceguera, como el instrumento alienado de su propia sumisión y ayuda a perpetuar la explotación e injusticias de este sistema criminal.
Poco importa que la clase obrera, -la peor pagada y más necesaria para que el país funcione- muera, al fin y a la postre si un trabajador muere será reemplazado por otro en este sistema de clases en el que la vida de los de abajo es constantemente molida y pisoteada. Poco importa que para que la máquina del capitalismo siga funcionando vayan a trabajar hacinados. Poco importa su muerte, su salud, su angustia y precariedad galopante mientras la maquinaria de exprimir vidas siga reportando enriquecimiento y puedan silenciar a quienes protestan, poco importa mientras tengamos bares abiertos para que podamos ahogar nuestras miserias, penas y dolor en alcohol.
No quiero terminar esta columna sin dedicar un recuerdo a Walter Benjamin en el día -26 de septiembre- que se cumplen ochenta años de su desaparición. Benjamin murió en Portbou, huyendo de la barbarie nazi, solo, viejo, desamparado y vencido. Nos dejó una obra inclasificable, tan amplia en sus intereses y tan fragmentaria que han pasado décadas para que sea reconocida. Como tantos otros que se adelantaron a su tiempo anticipó los rumbos posibles que tomaría el conocimiento en el porvenir mediato. Le gustaba citar a Kafka: “Hay esperanza, mucha esperanza. Pero no para nosotros”.