[TRIBUNA] Chapó, magos
LUIS CEREZALES | El domingo leí el magnífico reportaje sobre Los Magos del Bierzo en el semanal de El País, y claro, me emocioné, seguro que son cosas de la edad trufadas con el síndrome del sentimentalismo patrio. Les cuento: corría el remoto año de 1970 y yo era un chaval a punto de ir a la mili pero que ya estaba enredado en la única experiencia vinatera de mi vida; el caso es que participaba en una reunión en el edificio de Sindicatos de Madrid con la pretensión de vender vino a una gran distribuidora de EE.UU.
Recuerdo perfectamente el nombre de la entidad americana Opici Wine Company, que parece que sigue existiendo, y cuya pretensión era importar a su país un vino pasable en calidad a un precio competitivo. Los yanquis estaban asediados por el mamoneo nacional que imperaba en el sindicalismo vertical para que lo compraran a sus enchufados; y así fue, lo que pretendían se cumplió porque a los demás nos habían llevado de comparsas para hacer bulto.
No obstante, hasta el último momento albergué cierta esperanza, al haber sido informado de que nuestro vino del Bierzo, concretamente el Padorniña, había sido preseleccionado por expertos para recomendarlo a los compradores americanos; pero la suerte estaba echada y el apaño se consumó en la línea de una tara que no ha dejado de gravitar sobre nuestra nación cual es el triunfo del politiqueo sobre los argumentos de verdadero valor.
Ante mi decepción, y tal vez apiadado de mi bisoñez, un veedor de cooperación, sibarita y bon vivant a la vez que bodeguero por familia, que había participado en la preselección y que después fue un buen amigo, me dijo algo casi profético:
“No te hagas mala sangre, vuestro vino sin duda es el mejor, pero aquí estaba todo decidido; así que si te apura vender vino, olvídate de la bodega y la calidad y dedícate a lamer culos que es la forma de lograrlo. Aunque yo en tu lugar no lo haría, los vinos del Bierzo triunfarán solo con el paso del tiempo, no lo dudes”. Almacené la experiencia en el registro de las anécdotas y el consejo en apartado de los vaticinios con moraleja, y me fui de recluta al Ferral.
Ese Bierzo resignado que se deja robar y no la pía tiene bastante más de lo que se merece
En 2005, en el icónico Restaurante Piccasso del Hotel Bellagio de Las Vegas, tuve la corazonada de que la profecía de mi amigo, ya difunto, se iba a cumplir al degustar uno de los vinos que nos recomendó el sommelier: Cepas Viejas de Dominio de Tares. Desde entonces siempre pido vino del Bierzo en los restaurantes, aunque no figure en la carta, para aprovechar su falta y así animarles a que los incluyan. Y para mí, después de estas dos décadas prodigiosas, el reportaje del domingo es la palmaria constatación de que, por una vez en el terruño, el talento sin atajos ha obrado el milagro.
No conozco a Ricardo P. Palacios ni a Raúl Pérez, y bien que me gustaría, tampoco a ninguno de los mencionados con la sola excepción de un poco a Ada y apenas a Alejandro, pero ya son mis héroes y les diré por qué: precisamente porque lo suyo es una historia de fe, pundonor e ingenio, sin letanías pardas ni lamer culos en militancias o capillas interesadas. El milagro del vino del Bierzo nada tiene que ver con esa lógica de una tierra postrada que asume el chalaneo político como vehículo para lograr lo que su mediocridad les niega.
El milagro tiene que ver con la edafología de suelos variados; con la geología que conforma un cuenco único; con el clima que aprieta o agobia; con la altitud que entiende el calendario; con la orientación que tanto corteja como pasa del sol, con la inclinación que debe ser importante al obligar a los equinos a trabajar de equilibristas; con la historia que trajo las vides y dio tarea a las personas que sin saberlo preservaron, fuera de plano, a un caleidoscopio mediterráneo; y sobre todo, con estos nuevos alquimistas devotos del dios de las pámpanas que embrujan las pócimas tintas y blancas y crean emociones divinas.
Esta es una historia de éxito, que no de chiripa, como pocas lo han sido desde que un astur le mostró una pepita de oro a un romano; desde que Osmundo construyera el puente de hierro y abrió el camino a la cultura reflejado en las estrellas; desde que el ahora injustamente olvidado Carlos Lemaur descubriera y explotara la primera mina de carbón; o desde que se fundase aquí Endesa hace 75 años. Esta gesta colectiva de las gentes del vino, de los del reportaje y de todos cuantos con su iniciativa y trabajo en el sector la agrandan cada día, merece de la admiración y el reconocimiento de los que tan escasos somos en esta tierra.
Me decía recientemente, con mucho acierto, un amigo y maestro que es socorrido decir que el Bierzo tiene lo que se merece, pero que él cree que tiene mucho más de lo que se merece. Y sí tiene razón: ese Bierzo resignado que se deja robar y no la pía, el pasivo que se deja envenenar sin liarla parda, el manso que acepta bobino cuanto le imponen sin siquiera levantar la cabeza para cornear o disentir, tiene bastante más de lo que merece.
Por eso, en medio de este desastre anunciado y ganado a pulso, cuando todo nos dice que van a pintar bastos por mucho tiempo, es mucho más que un regalo de la providencia poder saber que la hazaña histórica e incuestionable de colocar a nuestros vinos en el Olimpo está lograda; y solo cabe decirles con devoción: CHAPÓ, MAGOS.