[LA OVEJA NEGRA] Si quieres saber cómo es Juanillo, dale un carguillo
GERMÁN VALCÁRCEL | Si a la mediocridad y el maniqueísmo le añadimos el sectarismo, completaremos, así, la tríada nefasta que nos abraza y entontece.
Hasta ahora, cuando hablábamos de sectarismo, nos referíamos a algo que era predominante en el entorno político, pero está instalado también, de manera preocupante en el ámbito privado. El sectarismo es un peligro que deberíamos tomar muy en serio. Algo que debería preocuparnos.
Vivimos una ola de sectarismo que nos está convirtiendo en seres embrutecidos, no juzgamos las apreciaciones por sus razones intrínsecas sino por quién las mantiene, cerramos filas con los propios, aun cuando defiendan o hagan los mayores disparates y no damos tregua al adversario, aunque se coincida con él, al menos parcialmente.
Lo cierto es que el espacio político y social se está convirtiendo en cenáculos cerrados, estancos. Se es de unos o de otros y, situado en un determinado círculo, automáticamente quedas privado de libertad de pensamiento y conciencia -a no ser que quieras convertirte en sospechoso- y condenado a profesar y defender el dogma del partido o tribu.
El sectarismo pervierte las ideas, nubla la capacidad de discernimiento, compromete nuestra dignidad, devalúa a quien lo padece e impide la elaboración de relaciones sociales y políticas constructivas. Ignorarlo conduce a la hipocresía, permitirlo a la complicidad y sufrirlo, a veces, al odio irracional.
Cuando una sociedad desprecia la inteligencia, el rigor y el pensamiento crítico, confunde la ironía con los chistes burdos, equipara a los trapicheros políticos con estrategas, cuando la equivalencia a ser feliz son la ceguera y la sordera, cuando equipara legalidad y leyes con ética y justicia, cuando confunde caridad con solidaridad e individualismo con libertad termina siendo una sociedad como la nuestra.
Por eso no resulta extraño que, como consecuencia del virus COVID19 (de la gestión de la pandemia), se hayan despertado entre los políticos dos rasgos preocupantes: el autoritarismo y la jerarquización. Los modos y maneras desplegados, cada vez con más frecuencia, por el alcalde ponferradino son un buen ejemplo. El señor Ramón, alcalde de Ponferrada, adicto a las redes sociales, ha contratado, en un municipio de menos de 65.000 habitantes, a una profesional para que se las maneje, y así poder señalar a sus “enemigos” y proyectar sus fragmentados y distorsionados relatos como estrategia de hacer oposición a la oposición y desprestigiar toda crítica y disidencia.
Don Olegario dispone, además, de un responsable de “comunicación”, uno de esos escribas mercenarizados de los que todo político que se precie se rodea, que remite a los subvencionados medios de incomunicación y propaganda -la media docena de digitales, los dos periódicos en papel, las cuatro o cinco estaciones de radios y a la televisión comarcal- unos patéticos comunicados, “para no ser publicados”, en los que el señor alcalde da “consejos” de cómo tratar ciertas noticias.
A nuestro alcalde, en el fondo, lo que le molesta, y no duda en demostrarlo con cada vez más frecuencia, es cualquier atisbo de pensamiento alternativo y cualquier crítica le enerva. De seguir por ese camino terminará instaurando sus propias “mañaneras”, a imagen y semejanza del presidente mexicano López Obrador o el “Aló alcalde” de Chávez. Don Olegario acabará meándonos encima y dirá que llueve, mientras sus palmeros seguirán lamiéndole la mierda de la suela de los zapatos.
Por eso servidor tiene la sensación que, desde la llegada al poder municipal de la izquierdita gobernista y las dos adherencias quincalleras que conforman el tripartito, nos falta algo. Ha sido tanto el autobombo de la supuesta regeneración que prometía el actual alcalde, que es imposible mantenerlo a los mismos decibelios todas las horas, todos los días, en cuanto descansan las fanfarrias el silencio atruena como un ruido.
Todo el relato que se emite desde el Consistorio desprende el clásico tufillo Green New Deal
Seguramente por eso se prodiga tanto en las redes sociales, desde donde evangeliza a una ciudadanía indolente, negligente, acomodaticia y acostumbrada a la mentira y al fraude, sobre las bondades de la supuesta regeneración habida en Ponferrada (el autobombo le dio buenos resultados un tiempo, pero el poder desnuda a quien lo ejerce), una ojeada a lo que llevan realizado, una vez consumido un tercio del mandato, no da para pensar que en el ayuntamiento de Ponferrada algo haya cambiado, desde el punto de vista estructural. Nos engañan, lo llevado a cabo es simple ‘gatopardismo’, ya saben aquello de que todo cambia para que todo siga igual, o incluso algunas cosas empeoren.
Corren malos tiempos para la esperanza, la hemos matado entre todos, aunque algunos han aprovechado para doctorarse en cinismo y maniqueísmo político. Y engordar su cartera. Servidor hace mucho que es consciente que de los representantes institucionales no se puede esperar nada, lo que llega de ellos es, siempre, una combinación de ceguera, cortoplacismo y una defensa obscena de connotados intereses privados, todo ello trufado de narcisismo, con algún fuego de artificio de por medio. Cualquier cosa que dijeran o prometieran, antes de llegar al poder, prefirieron olvidarla en el mismo momento que tomaron posesión de sus cargos y empezaron a cobrar las jugosas nóminas auto concedidas.
Resulta muy arduo, y cansino, volver a explicarles que, en el horizonte inmediato que nos espera, seguir hablando del “internet de las cosas”, o de “turismo sostenible” (la llamada revolución digital, como el desarrollo sostenible son herramientas clasistas, para la creación y al exclusivo servicio de clasemedianos) como solución a los problemas de esta ciudad, es perder el tiempo. Todo el relato que se emite desde el Consistorio, tanto el Alcalde como la concejala responsable, desprende el clásico tufillo Green New Deal tecnológico y corporativo que sabemos no será ninguna salida y solo servirá para acelerar la progresión hacia los puntos de inflexión de un sistema que ha roto sus costuras. ¿Cuándo aceptaran que no se puede crecer infinitamente en un planeta finito y que una grave crisis energética esta a la vuelta de la esquina?
Ellos prefieren seguir engañando y adormeciendo a la ciudadanía, haciendo que hacen. Pero si queremos escapar de la barbarie vamos a tener que conjugar verbos que chochan frontalmente con el discurso tecnólatra y crecentista del señor Alcalde y sus concejales, como decrecer, desurbanizar, destecnologizar, despatriarcalizar y descomplejizar, y, sobre todo, utilizando palabras del ecólogo, especialista en temas relacionados con los aspectos medioambientales y sociales del uso de la energía y sus fuentes, Richard Heinberg: “lo más importante que tenemos que conservar para las futuras generaciones es la lección moral que acompaña al crecimiento y al colapso de la civilización industrial”.
En el contexto actual ya no se trata de ser renovables y tecnológicamente avanzados sino más bien de cambiarlo todo y vivir con mucho menos. Sé que es un mensaje que no gusta. Pero entonces no nos vendan que luchan por la transparencia, la verdad, la honestidad y la justicia. Prefieren seguir conformando una sociedad atemorizada, de rebaños inmaduros, indolentes, acríticos, narcisista y ególatras que les permita seguir mantenido su cómodo modo de vida clasemediano, eso sí, no quieren saber a costa de quien y que.
A don Olegario y a sus concejales y concejalas, solamente decirles que no es animadversión personal denunciar determinados comportamientos o exigir coherencia en la acción política, con quienes detentan el poder. Cuando él no lo ejercía no le parecía mal. Lo que sí hay, en cambio, es la olorosa chamusquina del vencido por la historia. Del peatón de la historia que, para colmo, debe apechugar con su propia invalidez y andar por la vida con muletas que le sostengan el ánimo, que le ayuden a mantener el temple necesario para sobrevivir en los cuarteles de invierno del alma, único refugio individual una vez perdidos, definitivamente, los puntos de referencia que creía perpetuos y sacados de las ‘biblias’ izquierdistas de Marx, Engels, Proudhon y Bakunin, enriquecidas con las interpretaciones de los profetas del nuevo testamento, desde Marcuse, Debord, Camus, Hannah Arendt, Fanon, Thoreau, a la escuela de Francfort, pasando por Gramsci., Pasolini, el recientemente fallecido David Graeber, Marina Garcés o el bueno de Jorge Riechmann.
De Pasolini tomé como guía, hace ya muchos años, algo que me ha acompañado desde entonces: “Es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota. En no ser un trepa social. Ante este mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de prevaricadores falsos, ante esta antropología del triunfo. Prefiero con diferencia, al que pierde”. Seguramente para los “triunfadores” que gobiernan nuestro Consistorio, estas cosas les parecen tonterías y chocheces, en el mejor de los casos, o simple resentimiento, envidia y mala baba. Conozco sus reacciones como si los hubiera parido.