[LA PIMPINELA ESCARLATA] Olegario no es Churchill… y Abascal tampoco
EDUARDO FERNÁNDEZ | Con mucha frecuencia cuando un interfecto te anuncia que es muy clarito y no tiene pelos en la lengua, expresión horrible que merecería una condena en galeras -o si uno es de Podemos, azotar a alguien hasta sangrar- suele ser la frase que precede a una grosería o una impertinencia, normalmente propia de quien carece de la suficiente agudeza, ingenio y cultura para ser aún más hiriente, pero sin faltar a la inteligencia. Me he puesto a escribir para no sufrir un minuto más lo de la moción de censura de Vox, anunciada con los mismos argumentos de amenaza de trazo grueso tipo “voy a ser muy clarito, España, por ti siempre y porque yo lo valgo”. A mi no me enseña a ser derecha sin complejos nadie, y menos los que dividen el mundo en buenos patriotas y tibios, que me producen igual urticaria que los que reparten carnés de progresismo.
El aire de indefinible chulería que gastan algunos de Vox, al menos los que mandan, que los que obedecen parecen pintar poco, se queda en poca idea original, mucha frase patriotera de brocha gorda y ninguna solución útil para mejorar el lío en el que vive la sociedad española. Que es lo que de verdad importa, porque España son sus gentes, por lo menos para los que nunca hemos sentido la necesidad de ejercitar más el músculo y la puntería que el cerebro y de llevar la bandera en pulseritas más que en el corazón. Pero así están los tiempos de política nueva y polarización populista. La derecha que ha construido y hecho avanzar a Europa no solo no tiene nada que ver con esa derecha populista de eslogan ramplón, sino que la ha combatido siempre. Eso vale también para la izquierda que ha impulsado la solidaridad europea. Generalmente desde la capacidad de tender puentes a aquellos que no piensan como nosotros, porque desde los puentes, desde la centralidad si no terminan de pillar lo del centro, se edifica la calidad de una democracia que no caiga en la polarización y el interés personal. Del interés personal a la codicia hay un paso y de esta a la corrupción, medio. En España, un centímetro escaso.
Esta idea crucial se ha ido progresivamente abandonando por la socialdemocracia y los populares europeos por no perder el tren de la radicalidad que en la postmodernidad hace estar más pendiente de las redes sociales que de la filosofía. Es el signo de los tiempos en que se razona entre el tuit y el bando municipal.
Winston Churchill combatió toda su vida la radicalidad. Y lo hizo desde la clarividencia de anunciar (y bautizar) el telón de acero. Y con él un montón de conservadores de los que me enorgullezco; les pongo el caso de dos que no podían ser más conservadores y que pagaron con su libertad en la cárcel su lucha contra el totalitarismo de nazis y fascistas como Konrad Adenauer y Alcide De Gasperi, junto a Robert Schuman y Jean Monnet. Ser conservador hoy es fácil, mientras que en los tiempos de todos estos te jugabas el físico porque los malos eran malos de exterminio generalizado. Y ahora vienen por toda Europa los alegres muchachotes de la derecha radical -sólo los ignorantes los confunden con la extrema derecha- con pinta de pasar mucho más tiempo en el gimnasio que en la biblioteca, a quitarnos el complejo a los que nunca lo tuvimos. La derecha radical es más peligrosa que la extrema derecha, porque esta se ve venir a leguas con su parafernalia fascistoide y su xenofobia rompiéndoles las costuras del traje democrático, pero la derecha radical se aprovecha de la democracia y socaba las instituciones desde dentro de los parlamentos. Y así se llega a una moción de censura que, dado que la Constitución la plantea como constructiva, tiene como primer objetivo no solo derribar un ejecutivo, sino fundamentalmente instaurar a otro en su lugar. Y si el otro es Abascal, pobre España. Yo eso de cambiar al presidente lo viví en la única que prosperó, y fue con el apoyo de gente tan radical como la que desde el otro lado del espectro la propone ahora; algunos muchísimo más radicales, porque tienen entre ceja y ceja romper la convivencia constitucional y lo han demostrado con sangre. Serán los que más se rasguen las vestiduras. La división del centro-derecha (si es que eso existe) y la derecha es vista como un éxito por quienes se aferran a la poltrona de los ministerios, los asesores, los coches oficiales, los escoltas y la pareja colocada con la misma ansiedad que antes censuraban a otros. Y lo peor es que hay lideres en Vox y PP que creen que es un éxito que sobrevivan ellos, y no los votantes que les dan sentido. Es de Churchill la frase que define el éxito como la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo. Pues así hasta el final. Yo he celebrado en esta columna la división de la izquierda ponferradina y como buen encajador, me duelo de la que me cae más cercana, que lo del cainismo va por días.
Todo este larguísimo exordio para decir que profeso a Churchill una admiración rayana en la idolatría por haberse opuesto tanto al totalitarismo de derechas como de izquierdas. Y por haber conducido a su país por una durísima trayectoria en la guerra y haber sabido conquistar luego las urnas en la paz y haber sufrido los sinsabores de un alejamiento injusto de la política.
No acepto con resignación que en este mismo medio se hable de “Olegario Churchill” y reto en duelo a muerte a quien sostenga semejante afrenta. Que él elija las armas, que me vale igual pistolón decimonónico que sable o que desafío a comer pasteles hasta la disolución del hígado. No hay medida humana capaz de ponderar la distancia entre Churchill y Olegario. No solo porque el primero naciera en familia aristocrática en un palacio que ni Downton Abbey y el segundo -según literal reseña periodística- “en el seno de una familia humilde y numerosa, entre las montañas del remoto Valle de Fornela… la infancia en el pueblo marcó su vida y carácter”, aunque como fornelo adoptivo doy fe de que entre el socialismo de allí hay caracteres muy distintos al suyo. No es eso, ni de lejos. Es que a Olegario le oímos frases como «en la situación actual y con la contundencia con la que se ha actuado parece lógico que el pacto continúe», que viene a ser la explicación del atropello tipo «como alcalde vuestro que soy os debo una explicación y esa explicación que os debo os la voy a pagar», estilo Bienvenido, Míster Marshall. Aunque entre las suyas le doy nota superior a “no vamos a ser siervos de nadie, solo de la ciudadanía” que recuerda vaporosamente a la de otro genio de la política, «la tierra no pertenece a nadie, salvo al viento».
Por el contrario, Churchill decía cosas como “un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad”, “mejorar es cambiar; ser perfecto es cambiar a menudo”. Por experiencia propia me adhiero a lo de que “a menudo me he tenido que comer mis palabras y he descubierto que eran una dieta equilibrada». También dijo que “el problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles sino importantes”; y unos dejan huella en el BOE y otros en un bando. Soy incapaz de imaginarme a Olegario prometiéndonos “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. A lo peor es que viene ya todo sin promesa. Alguno en la oposición prefiere achacarle otra frase de Churchill: “nunca me preocupo por la acción, sino por la inacción”.
En lo personal tengo buen concepto de Olegario, que aún no ha empezado -y espero que no llegue- a creerse entre Dios y los hombres, como algún predecesor. En lo político, el corona lo tapará todo. En lo mediático, compararlo con Churchill hace que yo prometa hackear este medio la próxima vez que lo vea, porque como le pasa a Abascal y por distintos motivos, Olegario no es Churchill.