[LA OVEJA NEGRA] Esperando la nada
GERMÁN VALCÁRCEL | Aunque no es sitio, ni tiempo, para que yo me explaye sobre mi progresiva desconfianza hacia la política, desconfianza que nace de su contrario, la confianza, es conocido por quienes leen esta columna que, hace mucho tiempo, sostengo que en el Bierzo la izquierda institucional es mercancía averiada, mercancía averiada y bien averiada.
Don Olegario “Churchill” (a pesar de que la ironía parece no ser del agrado de la derecha de orden, clasista, meapilas, reaccionaria y sabionda, seguiremos utilizándola) y sus huestes, esa izquierdita autocomplaciente que hacen que “gestionan” la cosa pública de esta ciudad, han venido a confirmar esta aseveración.
Una vez más se demuestra que una izquierda sin sueños es una mala derecha, una derecha con mala conciencia. Por eso, recordarle a la izquierda melaza que tenemos al frente del Consistorio ponferradino (como la melaza, es pringosa, se adhiere como un ungüento contra todo lo que no sea decoro, y lo cubre y sumerge en su dulzura, empalaga, hace perder agilidad y tras un periodo de excitación, embota el cerebro) que exigir lo necesario no es irresponsable, al contrario, es necesario frente una concepción de la gestión con manguitos, obediencia y resignación. Gestionar nunca ha sido pensar a fondo o transformar, sino sólo modular lo que se nos presenta como necesario e inevitable, contra lo que nada debe intentarse.
En tiempos en los que lo único que nos queda es resistir, sin tener claro por qué ni para qué, servidor empieza a estar hasta el moño de los que, careciendo de capacidad de encaje ante la crítica, se autocalifican de «tolerantes» (el lenguaje no es inocente), palabra muy usada por progres y “sociatas” en particular, y clasemedianos en general, palabra con un tremendo sentido clasista. Nos toleran, a los nadie o clases subalternas que dirían los gramscianos, mientras, eso sí, no protestemos demasiado ni critiquemos sus auto concedidos privilegios, pero no nos respetan si no ensalzamos sus supuestas virtudes, cuestionamos su gestión y no rendimos pleitesía.
Pero dentro de dos años volverán a acordarse de nosotros y volverán a mentirnos para que les votemos, para que les sigamos manteniendo en el poder y cobrando sus buenos sueldos, para seguir gestionando los cada vez más escasos recursos públicos a su antojo y beneficio, ahí tienen a los miembros del Consejo Comarcal del Bierzo auto concediéndose salarios. Da prestigio a la institución nos dice su máximo responsable. Eso sí, nosotros, los de abajo, debemos seguir sumisos, obedientes, atemorizados mientras se adhieren entusiásticamente a las medidas de los que desmantelan los servicios educativos, sanitarios y culturales, dentro de un guion típico del capitalismo de catástrofe.
La política institucional es un instrumento contra productivo y lo peor de todo no es eso, sino que una vez aceptado el modelo –ya decía Voltaire: “la civilización no suprime la barbarie, sino que la perfecciona”– el supuesto paraíso acaba convirtiéndose en la peor pesadilla que podía haberse imaginado: la política se convierte en negocio facilitando la explotación de los ciudadanos dejándolos sin ningún tipo de derecho, salvo el que otorga el “representante”, que nunca se equivoca de objetivo. Lo cojonudo es que encima están convencidos que realizan una gran labor social, se autodefinen como servidores públicos.
Tengo en los cajones material suficiente para hablar de algunos campeones de la ética, esos políticos que se creen él no va más de la solidaridad, la justicia social, el progreso y todas esas palabras que suenan a buen rollito y que, cuando rascas un poquito, son simplemente mentiras.
Pero va a ser que no, al menos por el momento. Léanse mientras tanto una buena novela negra, posiblemente salgan ganando. Pero que no pidan calma y confianza porque la rabia será lo único que nos salve, si no de la decepción, al menos sí de una vida dominada por las decisiones vanidosas de personas sin conciencia.
Una izquierda sin sueños es una mala derecha, una derecha con mala conciencia
Mucha gente tiene la tendencia a utilizar el término cínico o cinismo cuando en realidad quieren decir hipócrita o hipocresía. La verdad es que, más que intercambiables o sinónimos, ambos términos son contrapuestos. El hipócrita es aquel que, con su doble moral, dice una cosa cuando en realidad piensa la contraria. El cínico, sin embargo, lo que hace es decir siempre lo que piensa sin tener en cuenta el prejuicio que esto puede causar. En cualquier caso, son ustedes los que deben juzgar qué prefieren, un cínico que, aunque les ofenda, les diga la verdad o un hipócrita que les adule pero que, en el fondo, los desprecie. No sé ustedes, pero yo tengo muy claro lo que prefiero.
Hablo de la izquierda instalada en el poder, la que se refugia en una cultura de poder, y en mi opinión, una de las obligaciones de la izquierda cuando llega al poder es cambiar esa cultura del poder y no producir el efecto contrario, y es que la cultura del poder te cambie a ti.
Va siendo hora de despertar. Tal vez, todo se limita a que algunos aspiran a tapar la mierda anterior para poder patentar la próxima. Y, por si faltara algo, ahí están los medios de comunicación locales jugueteando con el derecho de la ciudadanía a saber, reduciendo de paso nuestra estatura ciudadana al tamaño de nuestra niñez, cuando se nos expulsaba de las habitaciones si se iban a contar historias de maquis o de adulterios vecinales, aunque entiendo que no está la caverna mediática para andarse con disquisiciones éticas.
Tengo que reconocer que servidor tiene una cultura política muy chapada a la antigua, educado en el materialismo histórico y la lucha de clases, y que todo lo fiaba a los libros, hasta que descubrí que tenía que conformarme con la Mencía, ya que los libros no me servían, o me sirven como filtro muchas veces.
Creo recordar que al principio de la pandemia escribí que mi estado de ánimo era una mezcla de miedo, rabia y tristeza. Pues bien, ya no siento ni miedo ni rabia, solo me queda una profunda tristeza, y lo demás es un inmenso tedio. En medio de esa tristeza y ese tedio emergen en la izquierda posiciones puramente defensivas. A falta de nueva imaginación política, la izquierda se aboca a disputar con la derecha la gestión del miedo, la impotencia y el victimismo: “nosotros os protegemos mejor”. Es un estrechamiento suicida del ámbito de lo posible.
En días como hoy, en los que me ataca la tuberculosis del espíritu, servidor se pregunta cuál es la utilidad de seguir escribiendo esta columna, para el improbable lector seguramente ninguna, para mí un desahogo y seguir empoderándome ante un poder miserable que acabara colapsando las cloacas. Y la posibilidad de seguir haciéndome esas dos preguntas traidoras: ¿para qué? Y ¿por qué? Que parecen amigas, pero te dejan colgado en el vacío. Y así estoy, en un bucle.
Mientras tanto, en Ponferrada, en el Bierzo, sus habitantes empezamos a convertirnos en desguace, asfixiados por la nostalgia de lo que pudo haber sido y no fue, por la angustia de carecer de futuro, con las organizaciones representativas, léase partidos políticos y sindicatos mayoritarios, en manos de carreristas y burócratas alimenticios.
Sin pasado y sin porvenir, el tiempo queda en manos de un presente que representa las derrotas del siglo XX y la dificultad de construir esperanzas transformadoras para el XXI. Habrá que aprender a vivir con la derrota individual y colectiva en la memoria con la desesperanza, el miedo y la rabia, e impotentes ante la inexistencia de futuro, víctimas de la insolidaridad que nos asola.
¿Qué queda por narrar cuando vemos que cada día se confirma y se pone a prueba la capacidad de la especie humana para destruirse a sí misma, y al mismo tiempo al resto de seres vivos, de las maneras más diversas? El futuro está poco menos que gastado o, si se quiere, arruinado.