[UNA COMARCA EN LA MOCHILA] Viaje I. Barjas
JOSÉ L. GUTIÉRREZ | (08-10-2020) Día típico de otoño. Amanece lleno de brumas entre las montañas, pero poco a poco se va despejando. Un sol que calienta pero que no quema hace su aparición. Huele a hierba mojada. Empezamos el viaje…
CAMPO DE LIEBRE
Desde Vega de Valcarce, allí donde pasan las vías de tránsito, tomamos la carretera que sube hacia el municipio de Barjas, uno de los más agrestes y olvidados del extremo más occidental del Bierzo. Nuestro destino y punto de partida es Campo de Liebre, aunque antes de llegar pasaremos por el pueblo de Moldes, que nos recibe con un imponente soto de castaños. Además de las persianas bajadas como en los poblados del lejano Oeste, también nos rodean las casas con los carteles de Se vende. Aparte de eso, no vemos a ninguna persona.
Campo de Liebre es un pueblo muy fotogénico, con edificaciones que parecen labradas con el esmero de los antiguos canteros profesionales. La piedra es sólida y las casas, robustas. Preguntamos a una vecina que descansa al sol custodiada por su perro Moro, y nos dice que sólo tres vecinos viven allí en la actualidad. No lo parece, pues la población aflora ante los ojos del viajero mucho más distinguida. En fin, una pena, una muestra de lo que ahora han dado en llamar la España vaciada.
La señora nos indica el camino hacia el monte Capeloso, nuestra próxima estación. No está segura de si mandarnos por un camino u otro. Hace décadas que nadie los huella, y no sabe si seguirán siendo accesibles. Finalmente se sincera, y nos dice que mejor será que intentemos la ascensión desde Busmayor, el pueblo vecino. No le hacemos caso y, siguiendo los mapas del IGN, nos dirigimos hacia el oeste, por uno que atraviesa un lugar con el llamativo nombre de Allar dos Piollos. El sendero, inicialmente bien empedrado y flanqueado por esos muretes de piedra fruto del trabajo del hombre durante generaciones, acaba metiéndonos en un berenjenal sin salida. A la altura de la Fonte da Moura, se vuelve intransitable y, sin una fouce o un palo a los que echar mano, las xestas y los zarzales nos empantanan, frenando en seco nuestro avance. Xestas que nos doblan en tamaño, y encima mojadas tras las últimas lluvias. Empapados hasta el tuétano, le propongo a mi compañero que es hora de volver sobre nuestros pasos. Sólo su cabezonería y su determinación de continuar a empujones, por pura fe, consiguen que enlacemos con la pista forestal que viene de Busmayor, tras numerosos arañazos y ropajes descosidos por las silvas. Caminos cerrados que han cedido ante la Naturaleza, que siempre reclama lo que es suyo. Sólo tres vecinos en el pueblo… Hará años que ningún paso, excepto el de las garduñas y las raposas, transita estas veredas que aún aparecen en los mapas. Por cierto, las moras silvestres, a estas alturas de octubre, siguen teniendo un sabor excepcional.
MONTE CAPELOSO
La hierofanía del Capeloso, rezaba el mes de noviembre de un viejo calendario que tenía en el garaje, un tapiz salpicado de malvas y amarillos, verdes y diminutos grises… Hasta aquí, suficiente… Dice sabiamente Sancho que la prolijidad suele engendrar el fastidio, así que dejad las descripciones a un lado y subid, que tampoco cuesta tanto… Al oeste, Galicia, con los picos más altos del Courel y O Cebreiro a lo lejos; al sur, las Peñas do Seo y sus minas de wolframio; al este, la Hoya berciana con Villafranca y Ponferrada; y al norte… Al norte, la autopista A-6 como un tajo irreversible, que quiebra el paisaje y sangra esa hierofanía que decía el poeta. A pesar de la distancia y la altitud (1.598 m.), se escucha el ruido de los motores y los camiones, rompiendo la armonía como una lanza de plomo. ¿Dónde está ahora el poeta para decir que el bosque encantado desprende magia de las ramas aromáticas? Se hace urgente girar la cabeza, desviar la vista. No hay escapatoria: sólo el vértice geodésico y el refugio. En esa cabaña al menos no se oyen los vehículos… Cualquier cebollino te dirá si te acuerdas de cuando para ir a Coruña íbamos por la Vieja. Sin embargo, únicamente puede sentirse nostalgia de aquel tiempo pasado, un tiempo mejor donde aún no estábamos sometidos a la tiranía de los relojes y la palabra viaje no había sido desposeída de su esencia. Por cierto, ese cebollino que a lo mejor ha ido una o dos veces a La Coruña en toda su vida… Y por Dios, que la crítica no empañe la belleza. Subid al Capeloso, que merece la pena.
Descendemos por el este hacia Campo de Liebre a través de un soberbio robledal que nos deja a las puertas de los antiguos pastos del pueblo. A pesar de la belleza del paraje, mi recomendación es que ascendáis al Capeloso por las pistas forestales y evitéis los antiguos caminos, ya perdidos para la posteridad.
BUSMAYOR
Siguiente parada, Busmayor, donde arribamos a través de una pista de apenas tres kilómetros desde Campo de Liebre. El pueblo aparece distante y hermoso, dividido en varios barrios. Hora de comer. El único bar de todo el municipio es La cantina de Busmayor, y se ubica precisamente aquí, por su famoso Hayedo.
Había contactado con la propietaria unos días antes a través de las redes sociales. Para el menú del día es necesario reservar; si no, nos ofrecen embutido, huevos, patatas fritas y chorizo. No hemos reservado, ante la incertidumbre de si llegaríamos o no a tiempo desde el Capeloso. La cantina no os defraudará. Atención extraordinaria y comida deliciosa. Mientras esperamos a que la propietaria sirva a unos operarios que están colocando una cubierta de pizarra en el pueblo, degustamos unos godellos en la terraza, y así, de paso, podemos secar las camisetas y sudaderas, humedecidas por la travesía cerrada del Capeloso.
La tapa de embutido resulta muy generosa y, para nuestra agradable sorpresa, lentejas con chorizo, plato del día. Deliciosas. Quizás un urbanita pijo apegado al móvil y a las redes virtuales hubiera escrito una crítica negativa por alguna chorrada, como que el vino estaba un poco frío; pero nosotros, que realmente valoramos lo importante, sabemos que hay cosas que no tienen precio, como una comida así en este entorno formidable. La botella de mencía cae con una rapidez inquietante. Las lentejas, en su punto, sabrosas y sin pasarse con la sal. Mi valoración, si tuviera la costumbre actual de contarle al mundo todos mis movimientos, sería de un cinco sobre cinco. Somos afortunados…
HAYEDO DE BUSMAYOR
Una de las pocas carreteras arregladas del municipio es la que conduce al hayedo de Busmayor y a su incipiente turismo masivo (el Hayedo ha pasado de 300 a 4.000 visitantes en 10 años). Que el foráneo vea prosperidad. Sólo existe aquello que se ve, y lo que no se ve, no es importante… Ahora bien, desde mi punto de vista, si alguien me preguntara por dos o tres sitios imprescindibles del Bierzo, el hayedo de Busmayor figuraría entre ellos; con toda certeza, mucho antes que otros con más renombre y reconocimiento, pero sin duda, más artificiales y menos auténticos.
Salimos del pueblo en dirección a la Senda do Faxeiral, uno de los conjuntos de hayas mejor conservados del país. El mastín de la última casa ni se inmuta y sigue dormitando. Es lo que tiene acostumbrase al tránsito de los forasteros. Hay una ruta larga y otra corta. El turista medio probablemente se decidirá por la corta, pues los seis kilómetros y los terribles 300 metros de desnivel de la larga lo disuadirán.
¿Qué decir del Hayedo? Todos sabemos lo que es un hayedo en otoño, aunque en estas latitudes aún le quedan un par de semanas para culminar su esplendor. Sucesión de claroscuros, regatos y cascadas. Hojarasca y piedras milenarias recubiertas de musgo. Naturaleza. Una riqueza en los tiempos que corren. Además de las hayas, también crecen abedules y serbales. No pienso usar el hiperónimo de los seductores árboles, que diría el poeta, y voy a mostrar una foto. Aún recuerdo a mi profesor de la Facultad de Ingeniería que nos demostró, matemáticamente (y sin despreciar el poder los vocablos), el manido dicho de que una imagen valía más que mil palabras. El profesor midió los resultados en indiscutibles y exactos bits, y no dejó lugar a dudas.
Y de esto me estoy acordando, con todos mis respetos, en la llamada Piedra de los Poetas, donde anualmente se reúnen los mayores eruditos del Bierzo cargados de resmas y carpesanos, para cantarle sus sentimientos al mundo. En el país de Bécquer, donde algunos se llaman Homeros a sí mismos, podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía. Y sólo tienes que caminar por el hayedo de Busmayor y comprobar personalmente que la poesía existe y permanece, sin que nadie te lo diga. Gracias a Dios yo no soy poeta, ni escritor, ni periodista…, ni pretendo serlo.
Por cierto, y creo que no lo hemos dicho todavía, estamos en uno de los municipios gallego-parlantes del Bierzo, un patrimonio a preservar, si aún estamos a tiempo. Los numerosos saltos de agua del hayedo están etiquetados como frevencias. Aquí sólo el turista dominical os hablará de cascadas. Fervenza, fervencia o frevencia, me da igual…; en este lugar limítrofe entre el Bierzo y Galicia (las fronteras son únicamente administrativas) todos sabemos a qué nos referimos. Mientras exista la libertad de léxico, aún no fijado por gramáticas ni diccionarios, todavía tenemos esperanza… Pero ¿cómo vamos a preservar el gallego en el Bierzo si ni siquiera el Hayedo está protegido?
BARJAS
Regresamos del Hayedo enlazando con la ruta corta, la de los merenderos y las barbacoas, bajo un tibio sol que nos deja unas imágenes privilegiadas de las vacas pastando en los prados de Busmayor y el humo a lo lejos, saliendo de alguna chimenea esporádica. Desde Busmayor, en diez minutos estamos en Barjas, localidad que da nombre al municipio.
Por el camino, numerosas fuentes bullen felices y eternas, sin tregua. Al igual que en el Hayedo, el agua mana de la tierra a borbotones. Un tesoro líquido en un país que dentro de diez años será un desierto desde el Manzanal hacia el sur.
Dicen que Barjas tiene incluso menos población que Moldes, y eso que en Moldes no vimos ni un alma (ni a la ida ni a la vuelta). Llegamos a la iglesia de Santa Marina, del siglo XVIII, y al ayuntamiento: bandera de España, de Castilla y León y del Bierzo. Nos ponemos a ojear los bandos. De repente, a nuestras espaldas, se escucha una voz:
—¿Quieren algo?
Nos giramos. Un hombre que no viste como los demás que hemos visto en el municipio. Vaqueros y una camisa metida por dentro. Poco después descubriremos que se trata del alcalde, el que más años lleva en su cargo de todo el Bierzo.
Lo acompañan unos familiares, que nos explican que han visto nuestro coche en Campo de Liebre y, después, en la cantina de Busmayor. Es lo que tiene hacer la visita entre semana. Todos los forasteros somos sospechosos y estamos estrechamente vigilados. Cualquier mota de polvo que turbe la rutina de estos lugares tan acostumbrados al abandono es escudriñada con lupa.
Barjas ha perdido su bar. Cuando un pueblo pierde el bar, desaparece su espíritu. Es una señal aún más nefasta que cerrar la escuela o los consultorios médicos, algo que nos venden como inevitable de un tiempo a esta parte. Apenas permanecen un par de casas rurales, actualmente cerradas. El alcalde nos comenta el incesante declive poblacional. Hay 190 vecinos censados en diversos núcleos muy separados, y la mayoría viven lejos, en la capital. Incluidos los que mandan.
El alcalde, receloso, nos deja. Tiene que atender una asamblea en el consistorio. Un grupo de hippies neorrurales ingleses está decidiendo si asentarse o no en uno de los pueblos vacíos del entorno. Supongo, y yo no soy quién para juzgar, que habrá que buscar alternativas al abandono.
SERVIZ Y GUIMIL
Antes de que anochezca, queremos visitar algún otro pueblo. Nos dirigimos a Serviz y Guimil, donde nos dicen que hay una antigua ferrería. Ambos núcleos están separados por apenas quinientos metros. No nos recibe nadie, sólo un gato color café que maúlla desesperado. Al momento aparece una burra corriendo que se ha escapado, y tras de ella, una mujer de mediana edad que se detiene un momento junto al coche.
—Dele unos friskies a ese gato, que parece que tiene hambre.
—No, no es hambre. Es que sus dueños hace tiempo que se fueron a Cuatrovientos, y cada vez que llega un coche se cree que son ellos.
Pienso que ese pobre animal es un símbolo de todos estos pueblos. La triste realidad de las personas que abandonan sus raíces para embalsamarse en un bloque de pisos de las capitales.
La mujer nos indica la dirección de la antigua ferrería. Por el camino, en uno de los taludes de la carretera, se puede leer una gran pintada que dice O Bierzo solo. Y yo me pregunto si también el Bierzo se ha olvidado para siempre de estos parajes arrinconados.
La ferrería se desmorona. Pasamos velozmente bajo su portilla de entrada temiendo que el arco se derrumbe sobre nuestras cabezas. En Barjas nos dijeron que pertenece a cuatro hermanos, residentes en Madrid, que no se ponen de acuerdo ni quieren saber nada de todo esto. Una ferrería con balconadas y capilla. Si no se hubiesen llevado todo el hierro y los materiales aprovechables, y este lugar se situara en otro punto del mapa, haría tiempo que recibiría cientos de expectantes visitas. Pero estamos en el Bierzo oeste, en el límite con el Courel, el dominio de las zarzas y la hiedra.
DESPEDIDA
Anochece y es hora de regresar a Vega de Valcarce, para enlazar con las autopistas que nos devuelvan a la capital. 190 habitantes (censados, que no reales) dispersos en núcleos de población alejados. Tirando de tópico, la España despoblada o vaciada, el lejano Oeste. Por la carretera bacheada de gravilla se desparraman los cementerios, y es inevitable reconocer que hay en estas tierras más muertos que vivos.
¿Cómo encajan unas tierras como éstas en la vorágine del mundo del siglo XXI? ¿Qué negro futuro les espera? No alcanzo a imaginarlo… Sólo puedo vislumbrar un turismo dominguero en un Hayedo progresivamente mercantilizado (si amplían las carreteras y los turistas no tienen que forzar demasiado sus coches), o una multinacional minera canadiense o australiana rapiñando algún mineral que escasee para los móviles y centros comerciales. O a los mandatarios cediéndoles el territorio a los escopeteros para que campen a sus anchas, disparando a diestro y siniestro a cualquier bicho viviente…
Parece que no hay solución posible, y un resignado pesimismo nos invade. Me temo que esos ancianos que vemos al regresar, apoyados en los quitamiedos de la carretera dejando el día correr, ya no tienen cabida en nuestro gangrenado mundo presente, a no ser que cambiemos nuestra forma de existir, de enfocar la vida, de medir el tiempo, de habitar la tierra… Pueblos como los del municipio de Barjas tendrán que decidir entre la despoblación o el expolio.
Hay que venir a Barjas, pero hay que venir con los ojos abiertos y críticos del viajero, no del turista de fin de semana, para entonces comprenderlo todo… No hace falta volar al fin del mundo para encontrarse de frente con un lugar de belleza infinita.
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