[LA OVEJA NEGRA] Tiempos de abuso
GERMÁN VALCÁRCEL | Cuando te das una vuelta por las redes sociales y observas que la mayoría de la gente no posee ninguna capacidad de reflexión, crítica, argumentación o análisis, pierdes toda esperanza de que este país tenga un futuro digno.
En ese recorrido se refleja, mal que nos pese, la realidad social, cultural y política de un país, el nuestro, viejo, podrido, polarizado y definitivamente quebrado, en todos los sentidos; y se puede observar que, casi todas las cuestiones más delicadas (economía, política, ecología, inmigración, etc.…) se despachan con afirmaciones burdas, sin desarrollar ni contrastar o bien mediante groseras hipótesis que no vienen al caso. Todas esas personas suelen dejar traslucir en sus comentarios de bar (pero de un bar de borrachos medio inconscientes) unas ideas muy reaccionarias e insolidarias.
Creo que se está gestando entre una gran parte de la población un nuevo fascismo (no hablo solo de las gentes que apoyan a Vox o a la derecha extrema, también entre algunos de quienes se autocalifican de izquierda los hay) que ya no necesita de grandes líderes de masas, sino de un lento pero imparable aborregamiento generalizado que se nutre, no ya de imaginarios míticos de pasados glorificados, sino del rampante cretinismo de los medios tradicionales y de las redes sociales.
Un fascismo alimentado por los aspectos más bochornosos del individualismo, con lo que ni siquiera tiene claro a sus enemigos (salvo en la forma de un confuso bosquejo), lo que lo vuelve más peligroso que el fascismo clásico. Un fascismo que tiene el beneplácito de una democracia roída en sus entrañas por una corrupción rampante y carente de potencia de recuperación, pues se entregó a una partidocracia esterilizante y sus estandartes al mercado para que los convirtiera en un discurso huero que ha terminado de pudrir unas cabezas que ya estaban en franco proceso de putrefacción.
Es, también, la consecuencia de haber reducido la política a gestión, espectáculo y negocio que, administrada por unos políticos mediocres, y según el código gobierno-oposición, con la complicidad de unos medios de comunicación serviles que, llenándoles la cabeza de mierda, han ayudado a convertir a las personas en meros espectadores de una representación que ha terminado amenazando la vida digna, la vida a secas, y supone tanto un obstáculo como un peligro.
Vienen tiempos duros, muy duros. Necesitaremos mucha solidaridad y sobre todo mucha acción. Los de abajo nos necesitamos, vienen a por nosotros. Para nosotros, confinamientos, multas, violencia, matonismo e intimidación policial, pobreza, desahucios, cierre de pequeños negocios, vienen a por los jóvenes sin trabajo -llamándolos poco menos que terroristas víricos-, por las familias desahuciadas por bancos y fondos buitre -vergonzante y siniestra la campaña contra la ocupación, es un ejemplo-; contra los autónomos arruinados por el cierre de sus pequeños negocios.
Sin embargo, fiestas privadas, libertad de movimientos, cenas de gala y barra libre para las elites, ahí tenemos la fiesta de Pedro J. Ramírez, director del Español; o “genuflexiones” y buenos modos policiales ante la salida masiva de los clasemedianos y cayetanos que disponen de medios económicos o segundas residencias hacia el campo.
Unos clasemedianos que piden más policía y más represión, en vez de exigir más médicos y más sanidad, nada de invertir más en sanidad, nada de potenciar la atención primaria, nada de contratar y pagar dignamente a médicos, enfermeras y rastreadores.
Y es que no hay nada como una crítica radical a lo que representan para que esos apocados, modositos y políticamente correctos clasemedianos enseñen esa patita negra que llevan siempre escondida, eso sí en zapatos de marca: la del fascismo.
La famosa obra de Orwell, 1984, lleva camino de convertirse en un cuento de Walt Disney
Por otra parte, el campo semántico en el que se están moviendo, tanto el gobierno central como los autonómicos, son propios de una dictadura: estado de alarma, toque de queda, restricciones de movilidad, prohibición de reunión y manifestación, represión por parte de los cuerpos y fuerzas de Seguridad del Estado con intimidaciones, brutalidades y amenazas constantes, todas la personas somos potenciales terroristas víricos, mientras no se demuestre lo contrario, todo disidente es potencialmente un delincuente. Todo ello trae consigo, además, la desconfianza, los señalamientos, la delación y la sospecha. La famosa obra de Orwell, 1984, lleva camino de convertirse en un cuento de Walt Disney.
Es tan evidente la tentación totalitaria que podríamos sorprendernos de que los políticos no caigan en ella. Pero estamos equivocados porque caen, vaya si caen. Cambia el color de los gobiernos, pero no las políticas de fondo, demostrado ha quedado en este año que todo lo que este Gobierno anuncia a bombo y platillo como histórico, acaba en nada. Lo tienen fácil, si quieren constatarlo, dense un garbeo por los Presupuestos Generales, analicen el trabajo legislativo de la mayoría progresista en el Congreso durante este año. Cuanta ingenuidad pensar que las elites económicas franquistas, son quienes realmente gobiernan este país, van a permitir cualquier cambio real.
Que este gobierno, supuestamente democrático y progresista, tenga alma de censor y conciencia de represor nos debería aterrar tanto que no vale la pena aterrarse, ya que en España estos hechos nos pillan de vuelta de cualquier posibilidad de sorpresa, al menos a servidor. Desgraciadamente se veía venir, hace ya siete meses escrito quedó, en esta misma columna hace siete meses, la titulada El miedo.
En definitiva, lo de siempre, la sensación de derrota, la desazón de constatar que “el Ejecutivo más progresista de la historia de España”, está dispuesto a cometer los mismos errores y traiciones que en el pasado cometió el PSOE en solitario.
Les da igual. Mientras ganen las elecciones cada cuatro años y puedan seguir haciendo caja, les da igual, porque piensan que tienen la legitimidad para hacer de su capa un sayo, aunque, eso sí, sometidos como subalternos, a los poderes reales.
Les viene bien, a las elites, la presencia de Podemos en el gobierno, frena cualquier protesta o movilización social, su aparición como partido político, en enero de 2014, ya sirvió para sacar de las calles a una ciudadanía indignada durante los años más duros de la crisis financiera iniciada 2008, repasen la hemeroteca. Ahora sirve de tapón y de elemento desmovilizador para cualquier intento de organización autónoma, al margen de los partidos tradicionales.
Pero para sus acríticos hooligans y votantes la responsabilidad es de los que, con nuestras “críticas”, debilitamos a esa izquierda electorera, los que “desde la pureza y falta de pragmatismo” no apoyamos a esa pandilla de trepas ansiosos de poder y llenos de codicia que, renunciando a casi todo lo que prometieron, sientan sus culos en los sillones del poder. Somos calificados de cómplices de la extrema derecha, terraplanistas, negacionistas, antisistema, o todo a la vez.
Para servidor, seguramente es un problema de la edad, lo que está ocurriendo, con el actual gobierno, es un Déjà Vu, algo similar a lo vivido en el lejano 1982. Que se podía resumir en una frase: de la chaqueta de pana al moño, pasando por la coleta.
La pandemia no solo ha mostrado la vulnerabilidad del ser humano, sino también la codicia y estupidez de los gobiernos, de sus supuestas oposiciones y de una ciudadanía instalada en el individualismo más feroz, incapaz de pensar colectivamente. Incapaz de unirse para luchar por lo único que realmente tenemos, la vida. Y la lucha por la vida no es un asunto individual sino colectivo. Algo que tampoco podemos dejar en manos de “unos representantes”.