‘La isla’, un sublime duelo actoral al servicio de un texto a la vez sobrecogedor y cercano
La Isla es un inteligente texto que explora con gran sutileza esa delgada línea que separa lo que sentimos de lo que podemos reconocer que sentimos frente a los demás y frente a nosotros mismos, de asumir lo que nos sucede. Llegará al Bergidum el jueves, 12 de noviembre, a las 19.30 horas, en horario adaptado al toque de queda.
El montaje de la obra de Juan Carlos Rubio realizado por Histrión Teatro fue Premio Especial del Jurado en la Feria de Artes Escénicas de Palma del Río en 2019 y toda la crítica ha subrayado la calidad del trabajo actoral de las dos actrices protagonistas, Gema Matarranz y Marta Megías.
Ada y Laura son una pareja que se enfrenta cada noche al dolor, a un dolor profundo y, a veces, inconfesable que se ha apoderado de sus vidas y las ha convencido de que no hay posibilidad alguna de escape. O quizá si. Pero reconocerlo abiertamente puede llevarlas a un rincón demasiado oscuro y solitario. Ese oscuro rincón llamando conciencia. La isla explora esa fina línea que separa lo que sentimos de lo que podemos reconocer que sentimos frente a los demás y frente a nosotros mismos. A fin de cuentas, dice el autor de la obra, todos somos una isla rodeada de agua y soledad.
El argumento, estructurado en una meditada ambigüedad entre realidad y ficción, gira en torno a una historia de amor entre dos mujeres de diferentes edades e inquietudes culturales que, a pesar de sus diferencias, han conseguido mantener una relación de pareja estable durante años. Y no lo han tenido nada fácil. La mayor parte de su vida en común han tenido que lidiar con la crianza de un niño discapacitado cuya exigencia de cuidados ha sido tan alta que ha mermado su amor.
El autor, Juan Carlos Rubio, que también dirige una función escrita expresamente para la compañía granadina Histrión Teatro y para sus dos magníficas actrices, Gema Matarranz y Marta Megías, ha explicado algunas claves de la pieza: “La sociedad nos ha ido domesticando a la hora de expresar el dolor, aleccionándonos para cumplir con lo políticamente correcto, para incluso durante las más terribles desgracias asumir el papel a medida que nos han escrito las normas de convivencia. Pero ¿qué sucede cuando sentimos lo que no se debe sentir, lo que no se puede sentir? ¿Qué sucede cuando el dolor nos sobrepasa y queremos huir de él? ¿Nos convertimos en depredadores, conectamos con el lado más salvaje de nuestra naturaleza, con ese animal cargado de instintos primarios que somos? ¿Deseamos sobrevivir a cualquier precio?