[LA OVEJA NEGRA] Repensar la política y la economía
GERMÁN VALCÁRCEL | Me niego a asumir que las mentiras y medias verdades, aunque dichas con mucha corrección política y trufadas de tecnicismos, se conviertan en materia de fe. No me pidan fe para creer lo que no veo, me están invitando a negar lo que miro, y me niego al consumo de bicarbonato para poder digerir algunos relatos consistentes en disfrazar lo evidente.
Si hay algo que irrita más que ver cómo menguan tus derechos por una crisis que no originas, pero soportas, es que encima te tomen por imbécil. Así se siente uno cuando te restriegan tanta hipocresía, así se siente uno cuando ve al frente de las protestas de los desventurados y cada día más empobrecidos hosteleros de la ciudad, al bien remunerado y con su salario asegurado con nuestros impuestos, con los de esos mismos que protestaban ante la institución que dirige, al máximo responsable municipal de Ponferrada. Por una vez, y sin que sirva de precedente, el portavoz del Partido Regionalista del Bierzo, Tarsicio Carballo, atina en su crítica.
Nuestros gobernantes municipales soportan mal que se les eche en cara su nefasta actuación, su desinterés ante las personas que sufren en carne viva todo el horror que la necro política que practican nos impone, sus fuegos artificiales, su pasividad, su demagogia, su creciente cinismo e hipocresía. ¿Pero qué se puede esperar de quienes ahora cargan con dureza contra Samuel Folgueral porque los critica, ciertamente sin ningún rigor y con mucha desvergüenza y cara dura, y sin embargo enterraron judicialmente, con su inacción, lo que ahora le echan en cara? Qué bien les vino durante tanto tiempo la causa judicial, como doping, para poder sentar hoy sus posaderas en los sillones del poder.
Cuánto miserable tactismo político han demostrado en tan poco tiempo. Tampoco sorprenden, es el PSOE en estado puro. Al fin y al cabo, todos “maman” de la misma “cultura política”: el navajerismo y la traición política, las señas de identidad del pesoismo, eso que tan bien se les da en todo su esplendor.,
Parece que el tripartito piensa solucionar el estropicio causado por la pandemia con algunas App, y transformar a los camareros y demás personal de la hostelería que queden en el desempleo en expertos profesionales de la nueva era, mediante algún curso de los que, sobre Turismo Sostenible y Desarrollo Local o Internet de las Cosas, se imparten en la UNED (cuyo Consorcio preside el alcalde de Ponferrada), esa institución convertida en “abrevadero” de las mediocres elites -políticas, funcionariales, empresariales, intelectuales y culturales- locales. Nada de intentar poner los cimientos para solucionar las taras estructurales que sufren esta ciudad y esta Comarca. Simplemente la nada envuelta en papelitos de colores.
Los políticos que nos “representan”, desde su cloaca de poder, provocan descalabros históricos que disfrazan con palabras como “progreso”, manoseadas y pervertidas hasta la náusea. Los pusilánimes “progres” que nos gobiernan festejan cada nueva victoria lograda a punta de mentiras y medias verdades, mientras las empresas beneficiarias cierran sus fauces sobre el botín. Nos están hablando del Internet de las cosas, eufemismo con el que se disfraza el nuevo capitalismo de vigilancia, y el modelo para seguir produciendo y consumiendo bienes y servicios innecesarios, en vez de intentar transformar un modelo que machaca y explota a los más vulnerables. Así de simple, así de atroz.
No pretendo impugnar el desarrollo tecnológico, ni caer en posicionamientos simplistas acerca de su maldad intrínseca. La tecnología nos es útil y nos facilita la vida, pero en el sistema capitalista no es neutral. Solo intento llamar a reflexionar sobre los intereses que se esconden detrás de ciertas decisiones. Es lícito preguntarse a quien o a quienes beneficia. ¿Ayuda a cerrar las brechas sociales o las amplía? La tecnología ciegamente aplicada dista mucho de ser beneficiosa para la mayoría de la población. Al contrario, es un mero mercadeo, y más en tiempos donde la energía neta no hace más que caer.
La tecnología ciegamente aplicada dista mucho de ser beneficiosa para la mayoría de la población
La pandemia está sirviendo al capitalismo para echar a andar la nueva maquinaria de consumo, las nuevas tecnologías, el internet de las cosas no son más que sus vehículos y la forma de imponer unas pautas regladas de consumo y de buen gusto clasemediano. Los confinamientos, los cierres de espacios físicos, la hostelería a domicilio, son la forma de aislarnos, deshumanizarnos y transformar nuestras costumbres, las redes sociales las vías por las que van a hacer circular “las relaciones sociales”. Las medidas restrictivas impuestas y justificadas por el Covid han venido para quedarse, y van a trasformar las prácticas sociales cotidianas y terminar con todo lo que rebase los limites normativos que les puedan suponer un riesgo. Detrás de ciertas decisiones políticas se esconde un clasismo brutal. Están preparando la ciudad para seguir defendiendo sus privilegios. Es la consecuencia lógica de la función social de las categorías del poder.
Por eso a los que nos gobiernan no les gusta que les hablemos de precariedad laboral, de pobreza, de los miles de familias que en esta comarca no pueden encender este invierno la calefacción, ni de las que, desesperadas, miran el saldo rojo de sus cuentas corrientes sin saber si podrán dar de comer a sus hijos. Ellos sí pueden hacer todo eso, sus calefacciones funcionan a todo trapo y sus cuentas corrientes rebosan con nuestros impuestos. Ellos siguen en su cálida burbuja, aunque sea invierno, clasemediana. Terrible los niveles de soberbia y codicia de quienes nos gobiernan. Qué injusto, qué rabia, cuanta impotencia.
Tampoco les gusta que les hablemos sobre la extralimitación ecológica, ni sobre el cambio climático, ni que el Covid19 está fomentado por la degradación de los ecosistemas, ni que el capitalismo verde no es más que una de las muchas quimeras que los socialdemócratas eurocéntricos venden, ni que las energías renovables nunca van a ser capaces de sostener nuestro actual nivel de consumo energético. Y eso es así porque su TRE (tasa de retorno energético) es mucho menor y en consecuencia proporcionan mucha menos energía neta, además de porque esas energías necesitan, para su captación, un uso exagerado de minerales y materiales que, algunas de los cuales, escasean en el planeta.
Ellos no quieren oír ni hablar de integrar simbióticamente nuestro modo de vida en la biosfera. Ni de que la civilización industrial ha colapsado. Ni de redistribuir la riqueza y el empleo, con ello atajaríamos el creciente desempleo, ni fomentar pautas de consumo y ocio más acordes y solidarias con el ser humano.
Nuestros representantes prefieren sus ventas de humo, su pensamiento mágico, nos seguirán hablando del internet de las cosas como si para su desarrollo no fuera necesaria energía, como si el desarrollo tecnológico no necesitara las ingentes cantidades de energía (en los últimos setenta años hemos consumido más que en los doce mil anteriores, habiéndose triplicado su consumo en los últimos sesenta) que consumimos para llevarlo a cabo.
Pero, sin embargo, siguen hablando de eficiencia energética. Estoy convencido que muy pocos, o ninguno, de los insignes economistas de la Comarca Circula hablarán a sus alumnos de la Paradoja de Jevons o de Georgescu-Roegen. Los sumos sacerdotes de la Universidad son así de parcos. Nada que cuestione la verdad oficial tiene cabida en el templo del conocimiento. Ellos están para preparar a emprendedores acríticos, a caporales y siervos del capital que perpetúen este sistema expoliador, explotador y ecocida.
Recientemente escuché a un veterano y curtido político berciano, ya retirado, decir: “Los políticos de hoy solo miran por ellos”. Conoce el paño a la perfección, aunque servidor añadiría que en el fondo son simples alumnos, malos y mediocres alumnos, eso sí, de los de su generación. Y es que, en la acción política institucional, y parafraseando a Julio Cortázar, no existen los cronopios, solo un desagradable e irritante coctel de famas y esperanzas, con unos egos enfermizos, y con una codicia que les supura por todos los poros de su piel.
Empiezo a sospechar que Rousseau no tuvo un buen día cuando alumbró el buenismo como seña de identidad del hombre, afinó más Hobbes, con aquello de que “el hombre es un lobo para el hombre”.