[UNA COMARCA EN LA MOCHILA] Viaje IV. Candín (I)
—Puerto de Ancares, 1.669 metros. ¿Por qué no estará aquí el límite de la provincia?
—Pues sería lo lógico, es la frontera natural. Habrá que investigarlo…
Empezamos…
SUÁRBOL – MOREIRA
Primer día de las dos jornadas programadas para visitar el municipio de Candín. Han cambiado la hora y se nota: los días se acortan y a las seis de la tarde ya es de noche.
Si en viajes anteriores hablábamos de lo absurdo de algunas fronteras y límites autonómicos, en éste podríamos decir justo lo contrario. Quizás, la barrera natural del puerto de Ancares sí debería marcar el final del Bierzo y el comienzo de Lugo. No lo hace, y tras superar el paso de montaña, iniciamos descenso hacia Suárbol y Balouta, poblaciones aún bercianas. La razón de este asunto se me escapa, y sólo sé que sigue habiendo litigios entre Galicia y León por la propiedad de algunas tierras, y que unos extraños entrantes y salientes se dibujan en esta esquina del mapa.
En lo que a nuestro proyecto respecta, la ruta que hemos decidido para hoy pasa indistintamente del Bierzo a Lugo y viceversa. Una vez echado al monte, ya no piensas más en ello, a pesar de que hoy entrará en vigor la prohibición de moverse entre comunidades autónomas… La ruta parte de Suárbol, es circular, y tiene una distancia de cerca de 15 kilómetros (500 metros de desnivel acumulado), la mayoría por los antiguos caminos rurales de Suárbol, Moreira y Piornedo.
Suárbol es un pueblo homogéneo y uniforme. Tras un incendio, sus últimas pallozas desaparecieron y las casas se restauraron con piedra y pizarra, lo que nos ofrece una bonita postal donde ninguna construcción chirría ni destaca sobre las demás. Al pasar la carretera por una ladera algo más elevada que la población, el sitio se presta a hermosas fotos, con los campos verdes, tranquilos y trabajados, y los bosques otoñales que se extienden hacia la montaña como telón de fondo.
La iglesia parroquial de Santa María de Suárbol está declarada BIC, y se distingue por su pórtico con cinco arcos de medio punto que miran directamente hacia la cumbre de Pena Longa. Como dato curioso, esta iglesia alberga un cementerio intramuros que ha ido sobreviviendo a las diferentes normativas que obligaban a enterrar a los muertos lejos de los templos.
También son destacables algunas casonas que resistieron al incendio. En concreto, en una muy próxima a la iglesia se encuentran unas curiosas figuras antropomorfas. Como se apreciará en la foto de abajo, una de ellas es un hombre que parece agarrarse sus partes con la mano izquierda, mientras que con la derecha se dirige vehementemente hacia el cielo, como jurando esos rayos y truenos de las viñetas de los cómics.
El camino rural que llega hasta la aldea gallega de Moreira hay que disfrutarlo, y mucho más en un día soleado como hoy. Los pastos de Suárbol, donde desayunan cabras y vacas, van quedándose atrás. El recorrido transcurre a media ladera y, cuando la vegetación lo permite, disfrutamos de los colores del otoño abrazando todo el Val da Freita. En algunos tramos, los regatos no canalizados se desparraman por todo el camino, y no queda otra que mojarse el calzado.
A pocos metros de entrar en Moreira, ya en Galicia, nos cruzamos con una anciana que camina en sentido contrario. Al igual que en Suárbol, nadie lleva mascarilla. La verdad es que sería un poco ridículo en un pueblo tan pequeño, con gente moviéndose individualmente al aire libre. Damos los buenos días en gallego y le preguntamos cuántas personas viven allí; nos responde que unas veinte…
Moreira es una aldea ecléctica, donde las pallozas con el techo de chapa se mezclan con otras más auténticas, y a su vez con casas de piedra, de ladrillo, de un piso, de dos y de tres, con el cemento crudo del asfaltado, remolques de tractores, castaños y postes de la luz… Desde dentro ésa es la impresión pero, cuanto más te alejas, más gana la visión de conjunto de su perspectiva, y más amigable te parece. También ayuda mucho su marco paisajístico típicamente ancareño.
Desde Moreira a Piornedo, y tras un breve tramo de carretera, comienza la subida más exigente. Como siempre en la vida, las mejores recompensas llegan tras los esfuerzos, y quizás ésta sea la parte más interesante de la ruta, al menos en cuanto a entorno se refiere. Robles, castaños, acebos, arroyos, alvarizas, muros de piedra esmeradamente levantados y las vistas de Moreira y otras aldeas perdiéndose a los lejos nos flanquean durante la andadura. En algún punto, el camino y el arroyo se convierten en la misma cosa, y aunque toca mojarse, el espíritu humano se regocija inconscientemente al ver el agua desbocarse sin más leyes que la Naturaleza.
A medida que ganamos altitud y nos acercamos a Piornedo, la vegetación de ribera deja paso a unos pastos de un verdor difícilmente explicable, que se ve recalcado por el brillo del sol. Los campos y las huertas están vivas, y el pueblo también. Así nos lo demuestran tres grandes mastines que, entre ladridos, nos enseñan amablemente por dónde tenemos que alejarnos.
PIORNEDO
Es difícil conjugar en estos tiempos un pueblo pintoresco y vivo a la vez. Normalmente, si el pueblo es pintoresco, tiende a convertirse en un pueblo museo o en un parque temático. Piornedo es uno de esos pocos ejemplos que logra escapar de la quema. Con razón se le define como el pueblo más bonito de los Ancares lucenses.
Lo que más destaca de Piornedo es su conjunto de pallozas y hórreos perfectamente conservado. Una de esas pallozas, la Casa do Sesto, puede visitarse, aunque hay que solicitarlo expresamente en la cantina Mustallar. El bar-restaurante está cerrado, ya que en esta época sólo abre los fines de semana. Llamamos al timbre y aguardamos. Al cabo de unos segundos, aparece una mujer renqueante, que camina y respira con dificultad. No creo que sea mayor, pero en su cuerpo se reflejan las fatigas y trabajos de toda una vida. Nos dice que sus hijos han convertido en museo la antigua palloza familiar, en la que habitaron hasta 1974.
El interior de la Casa do Sesto es un museo viviente, donde se han ido almacenando los aperos y enseres de toda una vida (en vez de tirarlos, como hace la gente que prioriza el valor material al sentimental): cestos, telares, cuencos, fotos, carros, herramientas, potes…, y numerosos utensilios cuyo uso se escapa a mis conocimientos. Dos gatos de la señora, al ver la palloza abierta, entran presurosos y se apostan sobre una vieja arca. Curiosamente, la palloza sigue teniendo usos más allá del museo, pues aún hospeda pitas y marraos en sus dependencias interiores.
Un párrafo aparte le dedico al lar, el lugar junto al fuego donde se sentaba el clan familiar. ¿Qué harían años atrás cuando tenían que sentarse todos juntos y hablar o contar historias, en vez de refugiarse en la cálida luz azul de los teléfonos inteligentes? Seguro que la vida era más dura, eso es indudable, pero también mucho más humana.
—¿Podría hacerle una foto a usted en el interior de su palloza? —pregunto.
—No, mejor no. No quiero salir. Gracias… —me responde la señora con una dignidad difícil de encontrar hoy día.
Antes de marchar, me llevo una botella de licor de arándanos, un recuerdo típico de esta parte de Ancares, que me aseguran que cura los males del estómago. Salimos del pueblo cuesta arriba, junto a la capilla de San Lourenzo, en dirección al Teso do Campo. A nuestras espaldas, unas vistas espléndidas de Piornedo, con las gentes trabajando los campos de labor.
SUÁRBOL (Vuelta)
El camino de vuelta hacia Suárbol, si evitas la carretera, es precioso, aunque algunos de sus tramos están perdiéndose entre la vegetación. Encontramos algún cartel de Refuxio de fauna, colocado allí por la Xunta de Galicia. Informándonos un poco más, nos enteramos de que toda esa extensión de caminos entre Suárbol y Moreira y Piornedo es un corredor natural del oso pardo, que encuentra aquí su libertad de movimiento lejos de las peligrosas e infranqueables autopistas. Dicen que, en los días de invierno, es posible atisbar sus huellas marcadas sobre la nieve.
Una vez más, muchas de las partes del camino están encharcadas. Los arroyuelos que descienden libres por la ladera a veces se ponen caprichosos, y se desvían por donde les da la gana. Es sabido que las guerras del futuro no se librarán por petróleo, sino por agua… Dentro de 50 o 60 años un lugar como éste podría convertirse en el nuevo Golfo Pérsico, y no es descabellado imaginarse una película en la que Arabia Saudita o Turquía nos atacan para llevarse el oro líquido incoloro.
Cuando nos toca cruzar el río de la Vega, ya resulta imposible atravesarlo saltando de piedra en piedra, y toca descalzarse, remangarse los pantalones y sumergir las pezuñas en unas aguas que están heladas. Al principio es como si te acribillaran las pantorrillas con miles de pequeños cuchillos. Después, ya dejas de sentirlas… Como dirían los sabios, al menos vendrá bien para la circulación.
El camino desemboca justo en unos prados que hay sobre Suárbol, en los que numerosos caballos pacen a sus anchas. Es el fin de una ruta muy recomendable, sobre todo si tienes espíritu aventurero y una aceptable forma física. En caso contrario, también puede hacerse en vehículo por la carretera.
Suárbol, Moreira y Piornedo, tres topónimos muy apegados al bosque que les da la vida…
BALOUTA
Es la hora de comer, y obligatoriamente tenemos que encaminarnos hacia el Hotel Rural Miravalles, en Balouta, ya que en estos tiempos de dificultad es el único restaurante abierto del municipio. En coche, desde Suárbol hay unos 15 minutos, y otra vez hay que atravesar esos recovecos del mapa que pertenecen a Galicia. Están arreglando y ampliando el firme del puerto de Ancares en su vertiente que sube de Balouta. La última vez que lo arreglaron fue para que la Vuelta a España descubriera Ancares, allá por 2011. Nos quedará la duda de si, en realidad, los Ancares querían ser descubiertos.
El Hotel Miravalles, en el que ya habíamos pernoctado en el pasado, nos ofrece un menú del día sencillo pero muy sabroso. Tras habernos mojado bastante, apetece un caldo gallego casero de primero, y bacalao y un filete de ternera muy tierno de segundo. El postre, tarta de castaña, proviene del Hórreo Ribada de Balboa; y la botella de godello, curiosamente, de Monterrei, lo que demuestra la cercanía de estas tierras con Galicia, más que con el Bierzo.
Además de nosotros, sólo están almorzando otras dos personas en el amplio comedor:
—Está la cosa jodida… —nos confiesa el propietario.
También nos dice que muchos catalanes se han quedado en el pueblo por la epidemia, ante el miedo de regresar a la gran ciudad. A continuación, nos cede las llaves de una palloza para que podamos acercarnos hasta ella. Le hacemos caso y salimos del bar. El imponente pico Miravalles nos observa desde las alturas.
Pasamos por delante de la casa de los catalanes, que reconocemos inmediatamente por las antenas wifi y las parabólicas. El diccionario define el término gentrificación como el proceso urbanístico y social que provoca un desplazamiento paulatino de los vecinos empobrecidos por otros de un nivel social y económico más alto. Pues eso, la definición encaja con lo que está pasando en muchos pueblos del Bierzo.
La palloza no está tan arreglada para el visitante como la de Piornedo, pero es innegable su poética autenticidad. Actualmente se usa como almacén, y en ella se apilan troncos de leña, paja y ruedas de tractor. Algunas estancias, como el dormitorio principal y el lar permanecen inalterados, como si hasta la semana pasada aún hubieran estado habitados.
Como mañana volveremos a Balouta, damos un pequeño paseo por el pueblo casi desierto, devolvemos la llave de la palloza, y nos vamos hacia la siguiente visita. Mientras, el río de Santadores fluye fresco junto a la iglesia.
PAN DO ZARCO
Tras dejar Balouta, de nuevo en dirección puerto de Ancares, llegamos a la Cruz de la Cespedosa, lugar donde convergen cuatro carreteras. Tomamos la más estrecha, la que se dirige a la braña de Pan do Zarco, saltando otra vez ese imaginario límite que nos pasa de nuevo a Galicia. En sus prados de lozana hierba, pastan las vacas, manan las fuentes, y el sol se pone poco a poco tras los picos más altos de Ancares, recalcando las formas ovaladas de las cabañas restauradas y las dolménicas piedras de las lindes.
Pan do Zarco se ha convertido, desde que la Vuelta a España lo presentara al mundo en 2014, en un santuario para los ciclistas. Lo llegaron a llamar el sucesor del Angliru, por sus 12,7 kilómetros al 9% de media, con rampas que llegan hasta el 20%. Como ciclista que soy, doy fe de que en la Península sólo los puertos de Ancares podrían competir con los grandes colosos del Tour. Aquella Vuelta de 2014 destacó por el duelo Contador-Froome, que alcanzó su máxima rivalidad en esta exigente subida. En uno de los intentos de ataque del británico, un espectador le pegó con un palo en la cabeza, frenando en seco el demarraje. No es que a mí me caigan bien los ingleses, pero de ahí a darle un estacazo a un corredor que está en pleno esfuerzo…
Dos años antes, en 2012, la Vuelta había finalizado en el mismo puerto de Ancares (aunque ascendiendo por la vertiente de Balouta), que también había sido zona de paso el año anterior. Perico de los Palotes se enorgullecía en la televisión de que el ciclismo descubría para el público estos recónditos valles que, durante siglos, habían permanecido ocultos como un tesoro. En aquel final de etapa en 2012 al que asistí, la serpiente multicolor dejó a su paso un reguero infinito de porquería y basura: bidones, plásticos, papel albal de los bocadillos, latas de cerveza y coca cola, litronas de los aficionados, ceniceros de los vehículos vaciados en el suelo…, y varios perros y gatos de los pueblos fueron atropellados por la implacable caravana de la Gran Vuelta (recuerdo a un mastín malherido en la cuneta, embestido por un coche publicitario, que miraba alrededor sin comprender nada). De esta peculiar manera se daba la bienvenida a Ancares en el reino prometido del mundo globalizado.
PEREDA DE ANCARES
Volvemos a subir el puerto de Ancares, ya de regreso a casa, para hacer una breve parada en Pereda de Ancares y poner en orden las notas del día. Dejamos el coche junto a la iglesia e intentamos visitar nuestra tercera palloza de la jornada, la del Señor Antonio. Sin embargo, está cerrada y en el número de teléfono colgado en la puerta nadie responde.
El pueblo es apacible, con muchas casas arregladas y un predominio de la construcción en piedra. Los habitantes apuran la recogida de castañas con las últimas luces del día. Caminando por el pueblo llegamos a la tienda de artesanía Pumariego, donde la chica, muy amable, nos enseña la exposición y el taller. Nos cuenta que trabajan todo tipo de madera, y que elaboran desde utensilios de cocina o pendientes hasta las señales y paneles que vemos en muchas rutas. Comprar en estos sitios en vez de en el China Market o Amazon también es tirar por el Bierzo, y no sólo ondear una bandera o vocear en las redes que traigan de vuelta el carbón.
Ya de noche, nos sentamos en la última mesa de la terraza exterior del hotel Valle de Ancares a tomar algo. Somos sus únicos clientes. Al poco rato, sale el propietario a decir que con la perra pequinesa no podemos permanecer allí.
—Cómo se está agriando el carácter de la gente con la peste…
José L. Gutiérrez
VIAJE IV. CANDÍN (I) 30 y 31-10-2020
Altitud | 888 msnm | Superficie | 140,90 km2 |
Población | 283 hab. (2017) | Densidad | 2,01 hab./km2 |
Núcleos | Balouta, Candín, Espinareda de Ancares, Lumeras, Pereda de Ancares, Sorbeira, Suárbol, Suertes, Tejedo de Ancares, Villarbón y Villasumil. |
Próxima semana: Candín (II)