[LA OVEJA NEGRA] Lo que el ciudadanismo esconde
GERMÁN VALCÁRCEL | La amarga verdad de esta hermosa y explotada geografía berciana es que, con la tercera década del siglo XXI ya comenzada, continúa acogiendo una sociedad opresiva y asfixiante donde la ideología neoliberal ha encontrado un acomodo simbiótico entre hábitos antiguos, complejos de inferioridad y frustraciones atávicas.
Nunca me he reconocido como parte de la sociedad berciana, ni siquiera en ninguna de sus partes, mis anclajes a esta tierra son íntimos, más emocionales que sociales, y ligados a la naturaleza. Nunca podré compartir mis disquisiciones como no sea con gentes muy cercanas o de lugares lejanos. Como consecuencia de ello, es como si viviera exiliado. Es el precio que pago -y no me quejo- por ir contracorriente y ser fiel, como diría Bakunin, a la gran causa de la humanidad.
En el Bierzo crees que conoces a sus gentes por sus palabras, pero con los años terminas dándote cuenta que hablan más y son más explícitos sus silencios. En esta tierra hay que aprender a escuchar lo mucho que hablan para poder descubrir lo mucho que callan. Esos silencios. y la adaptación de la mayoría a las necesidades y caprichos de los poderosos de esta ciudad, la han convertido en un lugar difícil para el debate leal y el pensamiento crítico.
Ponferrada, a pesar de las ínfulas de sus clasemedianos es un poblacho donde el azar reparte la mala suerte, puesto que a pesar de que sus gentes han sacrificado su libertad, su independencia, e incluso su salud a la protección de los caciques políticos y a la economía, ha terminado siendo un espacio solo apto para personal gregario o gente depredadora.
Vivimos una época deleznable. Es como si el olor a putrefacción que impregna casi todos los rincones del municipio tuviese efectos narcóticos sobre sus habitantes e invitase a las gentes que aquí habitan a continuar por el sendero de la inacción y del conformismo. No se vislumbran fuerzas vitales renovadoras que derrumben el aberrante edificio social construido durante las últimas décadas e iniciado hace un siglo con el extractivismo carbonero.
Los tiempos no son propicios para que cada uno de nosotros encontremos nuestro campo de acción natural; servidor no sabe a ciencia cierta cuál es su campo, ni a quién dirigirme cuando me siento a escribir esta columna. Mis escasísimos amigos, y la mayoría de los, incluso, más escasos lectores de este espacio, se saben de memoria lo que aquí pueda contar. Todo lo que me rodea parece cada vez más irreal. La memoria, las efemérides y los dogmas que imponen la castuza política y empresarial comarcal, sus sicarios de los medios de comunicación, y la infumable, mediocre, acrítica y pancista (qué le vamos hacer, me gusta adjetivar) intelectualidad y los mandarines culturetas locales, tratan de congelar un falso pasado glorioso, para revivirlo como esperpento a todos horas, mediante la repetición de mantras tartamudos para que no se note su silencio ante el expolio, explotación y ecocidio que se esconde tras el “emprendedurismo” berciano.
La fascistoide (a partir de ahora, gracias a la RAE que acaba de aceptar el término, me sentiré protegido por la comunidad académica cada vez que utilice el termino) arrogante, extractivista, meapilas y putera “burguesía” ponferradina, se desarrolló siempre al calor de las inversiones estatales en el sector minero-energético y sobre la especulación y los pelotazos urbanísticos.
Otra característica de esa pueblerina burguesía y de sus representantes, la derecha política y funcionarial local, es la preocupación enfermiza por el control social. Para ello han contado con la ayuda de una izquierda política y social convertida en cementerio de utopías y de luchas sociales. Dedicada a hacer de la militancia política y de los movimientos sociales meras plataformas de medraje político, ascenso social y económico, lo que contribuye a consolidar y reforzar el expolio y explotación que, una y otra vez, se cierne sobre esta tierra, disfrazados, en el momento actual, de desarrollo tecnológico y con una manita de verde, casi eco, que diría la insigne vicerrectora de la ULE.
Impera un solo punto de vista, el de la mediocre y avariciosa castuza dominante
La izquierda berciana y los movimientos sociales, meras máscaras y disfraces entre la usurpación y la ventriloquia, en el juego carnavalesco de las falsas identidades rojiverdes o moradas se confunde con los partidos y organizaciones sindicales de los que son deudores. La inmensa mayoría de sus miembros son favorables a la negociación institucional y a la amistad con los partidos políticos. Si necesidad hubiera, los medios de comunicación contribuirán a formar liderazgos con la intención de alejar a los radicales y crear un equipo de interlocutores –con el buen ciudadanismo por bandera– que más adelante podrían ser candidatos. Los partidos les ofrecerán puestos en sus listas, o subvenciones y prebendas que les permitan seguir con sus intrascendentes e insustanciales “luchas” que para nada cuestionan el orden establecido. Dada la inclinación al realismo político y el miedo de sus caras más conocidas a echarle un pulso a las instituciones, terminan aceptando y con ello desmovilizan y renuncian a construir una masa crítica que cuestione la “democracia clientelar” en la que estamos instalados. Diremos que la “democracia” es la figura retórica de todos cuantos desean prosperar dentro de las instituciones. Los que la cuestionamos meros provocadores, en el mejor de los casos, o simples terroristas.
Consecuentemente, en ausencia de una auténtica opinión pública solamente puede formarse un partido: el partido del orden clasemediano y funcionarial. Y, por tanto, impera un solo punto de vista, el de la mediocre y avariciosa castuza dominante. Ese dominio sin réplica le ha permitido ensalzar las condiciones existentes como las mejores posibles, glosando inventados pasados templarios y falaces épicas mineras como divertimentos inocuos. Sin la existencia de un pensamiento rebelde, critico y coherente que sepa comunicarse, un estado de opinión radical es imposible y por lo tanto la regeneración y renovación social no tienen ninguna posibilidad de salir adelante.
La memoria histórica social ha sido borrada gracias a la destrucción, mixtificación y museificación de los lugares donde antes hubo alguna vez vida y hubieron tensiones. Su significación ha sido extirpada de cuajo o desnaturalizada por los relatos de unos literatos mediocres a los que interesa más la forma que el fondo y, de paso, obtener pingües beneficios, premios y reconocimiento social.
Sin duda la infamia de nuestra época es la creencia en el progreso, la idea de que el mundo es cada vez mejor y de que la sociedad se aleja cada vez más de la pobreza, del despotismo y de la ignorancia, aproximándose en igual medida a la abundancia, la libertad y la lucidez. En el Bierzo las pruebas demuestran lo contrario y los desastres a los que nos conduce el modelo económico-social imperante se manifiestan a plena luz. El desarrollismo ha producido, sigue produciendo, un grado de destrucción que cualquiera que recorra la Comarca Circular lo puede apreciar. Las heridas dejadas por el extractivismo o la generación de energía ahí están. Y el futuro no se presenta mejor. Nuestros montes van a ser ocupados por aerogeneradores, y nuestras huertas “sembradas” de paneles que en otros cuarenta años serán toneladas de chatarra. El razonamiento con el que se defiende este ecocidio tiene una base bien clara: la identificación del progreso humano con el desarrollo tecnológico y el crecimiento tecnológico a ultranza, es decir, la identificación con el progreso suicida del sistema capitalista.
El futuro que se nos ofrece pasa por la renuncia a opinar y elegir, por evadirnos de nuestras responsabilidades a fin de que políticos, expertos y empresarios nos ahorren el trabajo de participar en las decisiones que nos afectan e incluso que nos cambian la vida, decisiones que nos dicen no ser de nuestra incumbencia, ya que son de la suya.
La libertad existe en una sola dirección -la pandemia y su gestión política nos lo está dejando claro- la del expansionismo tecnológico y financiero. El nuevo totalitarismo, sustentado en el capitalismo de vigilancia y la democracia virtual, delimita claramente los campos: a un lado el “progreso”, “el desarrollo” y la “modernización”; al otro el “atraso” la “superstición” y los “antisistema”. Lo que traducido al lenguaje de las clases subalternas y de los que vivimos en los márgenes del sistema, significa que en una parte están “ellos” los que gestionan y transforman la ciudad y el territorio, convirtiéndolos en campos de experimentación económica y técnica (el internet de las cosas. Por cierto, en relación a este tema no olviden este nombre: ADAMO, volveremos sobre él); en la parte contraria estamos “nosotros”, los miles de víctimas de sus decisiones. Me temo que cuando queramos despertar será demasiado tarde.
Ya nos decía Jonathan Swift, en El Arte de la Mentira Política: “La falsedad vuela, mientras la verdad se arrastra tras ella, de suerte que cuando los hombres se desengañan, lo hacen un cuarto de hora tarde”.