[LA OVEJA NEGRA] Se nos acaba el tiempo
GERMÁN VALCÁRCEL | Ya lo dejó dicho Marx: la violencia siempre ha sido la partera de la historia y estamos en el final de una forma de entender el mundo, de un modelo de convivencia.
El metabolismo económico, político y social -las llamadas sociedades de bienestar- nacido tras la II Guerra Mundial está siendo finiquitado; las élites político-económicas, esas pandillas de sociópatas sin alma, y con demasiado dinero y poder que entienden la vida en clave de negocios, han tomado en sus manos la construcción de uno nuevo.
La crisis ocasionada con la excusa del COVID19 está teniendo efectos demoledores en la vida cotidiana de los ciudadanos, está cambiando costumbres, relaciones personales y sociales en la mayoría de los habitantes del Planeta. Tiendas, negocios cerrados, oficinas, cines, gimnasios, teatros, casinos, universidades, playas, hoteles, restaurantes, estadios, escuelas vacías, toques de queda. Siendo rigurosos hay que reconocer que la pandemia sólo ha hecho que empeorar y sacar a la luz lo que ya estaba en marcha, y que durante años nos hemos negado a admitir.
Pero ahora, embozados tras una mascarilla, sin referencias validas, sin puntos de apoyo, solo queda la nostalgia de un pasado que no volverá. Del futuro poco o nada sabemos, pero lo que nos indica el consenso científico es que la civilización humana va camino de autodestruirse, cociéndose entre 3 y 5 grados más de temperatura para final de siglo, un clima que secará ríos, convertirá los lagos en charcas y arrasará los humedales, destruirá las selvas, dejando paisajes apocalípticos por doquier, y masivas migraciones climáticas por todo el planeta, pero también a multimillonarios creando urbanizaciones militarizadas, mientras celebran el deshielo del Polo Norte para repartirse el petróleo polar y abrir una ruta comercial ártica.
Sin embargo, tenemos que seguir escuchando a los clasemedianos y a sus representantes políticos, liberales y progres biempensantes, pretendiendo que un verdadero liberalismo o un nuevo keynesianismo, en forma de Green New Deal (Transición Ecológica en España) podría ser la solución. ¿Dónde están los científicos que saben de todo esto y no se les da voz en los medios ni en el debate público? Sin embargo, se da voz a opinologos que de todo saben y nada entienden ¿Por qué se tiene que hundir la civilización ocasionando tanto dolor y muerte, y dando la espalda a la supuesta sabiduría que en teoría la caracteriza? Tal vez lo que sucede, sobre todo en lo que se refiere a los occidentales, es que, como bien saben los dominadores del orbe mundial desde siglos, el pensamiento bien pensante, precisamente el más funcional a los dominadores, ha calado tan profundamente entre los clasemedianos eurocéntricos que ya ni saben, no que no quieran, pensar de una manera distinta al bien pensamiento.
Vivimos en una sociedad estrictamente inimaginable. Inimaginable en su actualidad, inimaginable en su porvenir. El sentimiento de estar presos en una tela de araña se hace cada vez más y más real. La crisis ecológico-social avanza cada vez más rápida, mientras los recursos para afrontarla menguan, el tiempo para actuar escasea y los procesos destructivos desencadenados por nuestro modo de vida son crecientemente irreversibles: el calentamiento climático, los escasez de recursos naturales básicos -el petróleo en primer lugar- la hecatombe de biodiversidad (la Sexta Gran Extinción antropogénica) que está convirtiendo el Planeta en un lugar cada vez menos habitable para nuestra especie y para otras muchas, la perdida de tierra fértil, la toxificación del medio ambiente, la acidificación de los océanos, la eutrofización de las aguas, la escasez de agua dulce, todo ello no hace más que favorecer las pandemias. Ya nos decía Chateaubriand que “los bosques preceden a las civilizaciones, los desiertos las siguen”
Nuestras desarrolladas y complejas sociedades se sustentan en un brutal consumo energético. Consumo obtenido de las energías fósiles, casi un 40% del petróleo (un barril de petróleo contiene la energía que generan 27,000 horas de trabajo humano), un 24% de gas natural y algo más del 23% del carbón que suministran entorno al 85% de toda la energía que necesitamos a nivel mundial, ello a pesar del publicitado despliegue de la proveniente de las mal llamadas renovables. La dependencia de la energía fósil es prácticamente total en sectores como el del transporte -entorno al 95%- o el agroindustrial -cerca del 90%-, cuyas dependencias, bajo el modelo de sociedad actual, son imposibles de combatir. Pero la realidad es que no hay, prácticamente, ningún sector que no dependa en un grado u otro del petróleo.
Nuestras desarrolladas y complejas sociedades se sustentan en un brutal consumo energético
Hay que decir la verdad a la ciudadanía, señalar qué sectores sociales son enemigos de una civilización posible, más allá de las irrisorias invectivas de la partidocracia, lo que podemos esperar de la derecha, en sus diferentes modalidades, ya lo sabemos: ecocidios, guerras, desigualdad, desolación y muerte. Es la lógica pura y dura del capitalismo neoliberal. Pero si queremos ser intelectual y políticamente honrados también debemos denunciar a esa supuesta izquierda institucional que pretende contentar a todo el mundo y fundamentalmente a su egoísta, narcisista e insolidaria clientela electoral, esos clasemedianos deudores intelectuales de un eurocentrismo colonial y tecnolatra, infatigables productores de fantasías de omnipotencia, obsesionados por erradicar lo incontrolable y convencidos que el universo está hecho para sustentar su modo de vida. Por eso, esa izquierda institucional, es incapaz de poner estos asuntos en el lugar que merecen, ni de decir abiertamente que en los próximos años todos vamos a perder, y que la única cuestión política, realmente sustancial a discutir, es quiénes deben perder más, y a qué velocidad, llego la hora de quitarse las hipocritas mascaras buenistas.
Hay que empezar por lo menos a hablar del mismo tipo de soluciones radicales que ya discuten los numerosos científicos que ya han asumido el colapso necesario de la civilización y se limitan a tratar de que este no acabe en una matanza sin precedentes, por no decir la practica extinción del ser humano.
Regenerar la calidad de la tierra, promover la producción, distribución y consumo local, desurbanizar los grandes núcleos civiles, frenar la extinción de especies y la consiguiente pérdida de resiliencia de los ecosistemas, frenar la concentración de la riqueza y la propiedad y en especial la improductiva, gestionar la tendencia imparable de robotización del trabajo manual y automatización del trabajo de servicios de clase media (que es la principal aliada actual del capital automatizador; ahí tienen, como ejemplo cercano, a nuestros gobernantes municipales y su internet de las cosas), gestionar políticamente las previsibles oleadas de inmigración.
Todo esto requiere un programa de decrecimiento económico, frenar el saqueo de recursos, transiciones industriales masivas en todos los sectores, una reforma agraria masiva, replanteo del mantenimiento de todas las infraestructuras actuales y no digamos de los macro proyectos de nueva ejecución. Por no hablar de la posible necesidad de abandonar el marco del estado-nación en favor de un sistema de regiones más o menos autosuficientes.
En realidad, el colapso civilizatorio ya llegó hace mucho a nuestras periferias, donde las sequías, pobreza extrema, guerras y marginación, son los frutos que deja nuestro opulento y desarrollado modo de vida en esas otras geografías. Pero también va, necesariamente, a desplegarse, más temprano que tarde, al orbe occidental, solo que el problema para los occidentales es que están ya absolutamente incapacitados como para poder enterarse. Occidente morirá de autocomplacencia. Es algo que se ve venir.
En este tiempo histórico, como sostenía Walter Benjamin, “la revolución no es un tren que se escapa. Es tirar del freno de mano”.