[SUJETO de ABAJO] Picaresca
JUAN CARLOS SUÑÉN | Por no leer, ni el Lazarillo de Tormes ha leído esta gente que achaca a picaresca el abuso de poder. De haberlo hecho, sabrían que es patrimonio del pueblo, la picaresca, y que emana de una desgracia cuya responsabilidad recae en los de siempre, en los que pueden provocarla, en los que viven de provocarla.
Hablo, ya se han dado cuenta ustedes, de esos listillos que han corrido a vacunarse como el matón (camisa blanca, pantalón negro, sombrero vaquero, bigotito y cicatrices de viruela) que se cuela en la cola del cine en Guatemala; aunque la comparación más justa sería la del capitán que abandona entre ratas el barco que se hunde, dejando a su suerte a viajeros y tripulantes.
No. La picaresca es patrimonio de pobres (que pagan vacunas y errores) y, por eso, indigna que se esgrima como justificación de prevaricaciones más o menos conscientes, más o menos escandalosas. En estos casos, creo, importa poco la buena o mala fe de los implicados, y relativamente nuestro escándalo. No es eso lo que se juzga. Importa más su patente falta de inteligencia, su manifiesta incapacidad para saber qué es exactamente lo que están administrando, y a qué se deben. No hablaré de su cobardía, la cobardía es un asunto estrictamente personal.
Junto a la escasa altura moral de quienes la esgrimen (reputados, nominados, imputados), conservadores, autoritarios, la picaresca es resistencia, minería social y, sobre todo, supervivencia anónima; eso la hace moralmente irreprochable. No, lo de esta gente no es picaresca, es franquismo.
— Petit franquismo.
— El mal que nos persigue.
Otra cosa es proponer que se les castigue no dándoles la segunda dosis: ocurrencia medieval, disparate que distrae del delito y hace de los culpables sujetos de venganza, no de justicia. No hay peor verdugo que la irracionalidad, no lo duden, y de eso nos sobra en un país con más epidemiólogos que epidemiófobos.
¿Habrá epidemiófilos?
Los hay, si atendemos a lo entretenidos que andan algunos a los que ninguna restricción parece sostener (y no me refiero a los cazadores), ya sea esta o la contraria, envalentonados en la prolongación de su rutina de pan y circo. Bajo la lente behavorista que deberíamos de aplicar a la picaresca, si popular, son otro producto de un espectáculo sin el que les quedarían los boletines terraplanismo y poco más para creerse vivos. Pero al epidemiófilo le pasa lo mismo que al cobarde: solo se puede juzgar a sí mismo.