[ZASCAS] Ni fino estilista ni duro fajador
Una lástima que no podamos presentarle ya a Olegario Ramón a Iñigo Domínguez de Calatayud para que le enseñe a insultar.
El director del decano a finales de los 70 y principios de los 80 definió a los redactores del efímero semanario Ceranda como aprendices de tupamaro (Manuel A. Nicolás), seminaristas rebotados (Pedro G. Trapiello), desechos de tienta (Ricardo L. Témez) y plumíferos sin oficio ni beneficio (Julio Llamazares). Aquel hombre sí que sabia insultar con clase.
En cambio, el alcalde de Ponferrada se desliza por lo trillado una y otra vez. Como quizá le pareció poco lo del sanedrín de perroflautas (eso tenia su gracia, es de justicia reconocerlo), al final del pleno de este viernes se permitió el desahogo de ajustar cuentas dialécticas a propósito de la teoría de la sobrina con los que calificó de «gente de mal vivir», «hampa política», «intelectuales asintomáticos» y «cobardes».
Suponemos que será una manifestación más de su humor casi inglés, que dicen algunos, y lejos de sentirnos aludidos (ni mucho menos ofendidos) lo que nos provoca es la carcajada al comprobar su inexplicable nerviosismo, su escasa cintura política, su verdadero talante y su torpeza al ir descubriendo sus debilidades.
Es lo mismo que en su momento hizo Folgueral, al que dicho sea de paso cada día se parece más y no a su admirado Celso López Gavela. Y mira que sufrió, y soportó estoicamente, ataques injustos el primer alcalde de la democracia, al que se cansaron de buscar el chalé de Portugal. El de ahora está demostrando cada día más que tiene poco de fino estilista y mucho menos de duro fajador.