[LA OVEJA NEGRA] ¡Aquí no!, ¿dónde entonces?
GERMÁN VALCÁRCEL | El muy honorable alcalde de Ponferrada, don Olegario Churchill, autoerigido en látigo del hampa política local, de las gentes de mal vivir y de los perroflautas e intelectuales asintomáticos, nos acaba de regalar una gran lección de ciencia política y periodística.
Para don Olegario los que firman sus opiniones con su nombre y apellido son unos cobardes y quienes esconden sus misóginos y clasistas pareceres tras un seudónimo, o los retiran de internet, son unos valientes, dignos de ser calificados como gente fiable. En las sociedades donde la política es espectáculo, nadie es quien dice ser y nadie actúa como propone. Don Olegario da constantemente buenos ejemplos de ello.
Pero dejemos, por hoy, las pequeñas miserias locales y hablemos de cosas importantes, ya que tengo la firme impresión de que nuestro mundo va camino de irse a pique (no hablo de mañana mismo), nuestros sistemas políticos se encuentran en grave peligro y han dejado de tener utilidad, nuestros patrones de conducta social, tanto internos como externos, han demostrado ser un fracaso. Y lo más trágico de todo es que no podemos, ni queremos, ni tenemos la fuerza para cambiar el curso de la historia. Es demasiado tarde para las revoluciones y en lo más profundo de nuestro ser ni siquiera creemos ya en sus efectos positivos. A la vuelta de la esquina nos aguarda un colapso sistémico, y algún día este pasará por encima de nuestra ultra individualizada existencia.
Por eso creo que ha llegado el momento de comprobar quienes tienen alternativas, y cuáles son ante la catástrofe climática, la creciente escasez de recursos y los graves problemas medioambientales que afectan al planeta y van a condicionar, de manera inminente nuestras vidas, y quienes solamente plantean operaciones de maquillaje, marketing o greenwashing (lavado verde), para que la actividad económica, comercial y financiera siga su curso normal, asociada, eso sí, a su cotidiano proceso destructivo.
Es muy loable y oportuno ese grito –¡Aquí no!– que, a través de un potente video, circula, por redes sociales y medios de comunicación, como indignada respuesta al proyecto de parques eólicos en la cordillera Cantábrica, nacidos de las medidas a aplicar para iniciar eso que llaman Transición Ecológica. Pero a servidor le surge la pregunta que da título a esta columna: ¿dónde entonces?
El Bierzo está, también, en el punto de mira del nuevo plan energético; hay, en la comarca, más de 1000 MW de huertos solares planificados que ocuparán cerca de 3.000 hectáreas y otros cerca de 2000 MW de eólicas que requieren la apertura de muchos km de pistas y vías de escape para su instalación y mantenimiento, todo ello en zonas de altísimo valor medioambiental, agrícola y ganadero, como el Bierzo Oeste y la Sierra del Caurel. Lo que va a dejar tras si la Transición energética, en la Comarca Circular, y en el conjunto de la España vaciada, que no vacía, es un deterioro y destrucción muy superior al que dejo el extractivismo carbonero.
Lo que nos venden como transición energética hacia la descarbonización es tan solo una nueva oportunidad de negocio, vestida de verde, para las grandes corporaciones energéticas y financieras. Solamente Endesa, con sus “proyectos”, se va a llevar 20 de cada 100 euros que lleguen de Europa. Y aquí no quedarán más que las migajas en el bolsillo de los conocidos listillos de siempre, la explotación de nuestras gentes, y el expolio y la destrucción medioambiental, que ya se inició, sin casi encontrar ninguna resistencia (solo las protestas de unos pocos perroflautas, que diría el muy clasista alcalde ponferradino) con otro proyecto generador de “energía sostenible”: Forestalia.
Ninguna otra cosa podemos esperar, cuando, por ejemplo, los ingenieros forestales que adquieren su titulación en el Campus berciano y terminan asesorando a políticos como nuestro alcalde o al consejero de Medioambiente, son formados con criterios que equiparan plantaciones de árboles con esos complejos holobiontes que, conocidos como bosques, han necesitado siglos para encontrar su equilibrio. Esa concepción es lo que lleva a que un árbol solo adquiera “valor” cuando es talado.
Lo que nos venden como transición energética hacia la descarbonización es tan solo una nueva oportunidad de negocio
Por otra parte, la lectura del real decreto, que desarrolla la colaboración público-privada, del pasado 30 de diciembre, nos confirma que el gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos (el, supuestamente, más progresista de la historia de España), da un paso más en la entrega de los recursos del Estado a las empresas privadas, creando una figura denominada Proyectos Estratégicos para la Transformación Económica (PERTES). Ese real decreto es el equivalente a la ley 15/97 que ha servido para desmantelar la Sanidad pública y entregarla al negocio privado.
No nos dejemos engañar, no es cierto que se vaya a hacer una transición energética (solo es una agregación energética para seguir generando plusvalías), se van a seguir quemando combustibles fósiles y no solo en las centrales de producción eléctrica. Es radicalmente falso que en el 2030 vayamos a sustituir, con las supuestas renovables, la totalidad de los 14,000 millones de TM anuales de petróleo equivalente en forma de carbón, gas y petróleo que quemamos actualmente. Las renovables solo pretenden compensar, no sustituir, el agujero que deja la caída de producción de petróleo y demás combustibles fósiles, y además no podrán igualar totalmente el déficit, con lo cual vamos a tener serios problemas de abastecimiento energético.
Para hacer cierta esa transición, deberíamos renunciar al PIB y a su crecimiento infinito en un planeta finito. Un crecimiento del PIB del 2,5% anual supone duplicar la economía cada 30 años, hacerlo al 8% supone duplicarla cada 10. Seguir hablando de “economía circular”, “desarrollo sostenible” y “crecimiento”, todo junto y mezclado, es un oxímoron, una de esas mentiras a la que tan acostumbrados nos tienen las elites económicas, los políticos, sus voceros, la mayoría de los clasemedianos occidentales y desgraciadamente algunos sectores del movimiento ecologista y los oportunistas que lo parasitan y mercantilizan. Para esos sectores autoproclamados “ecologistas”, la sostenibilidad es un manto cómodo. Pueden decir: tengo un coche eléctrico, practico y vendo turismo sostenible, en definitiva, su capacidad adquisitiva les permite vender y comprar un estilo de vida sostenible con dinero.
Capitalismo verde, Transición energética, Agenda 2030 (a principios de siglo, la anterior campaña de marketing verde auspiciada por la ONU, como esta, la llamaron Agenda XXI, ¿recuerdan?, ya ni siquiera se molestan en pensar eslóganes originales y creativos) no son otra cosa que una reorganización de la economía que necesita la destrucción de los pocos ecosistemas que quedan para que se pueda seguir haciendo negocio con su supuesta reparación. Las llamadas renovables, aplicadas desde la óptica capitalista, solo son un placebo temporal y un nuevo negocio para las empresas antes del colapso energético. Los fondos que invierten en compañías de energía verde son los productos financieros que más ganaron en bolsa durante el pasado 2020.
Descarbonizar significa que hay que dejar de consumir, y ello supone un impacto negativo sobre el actual modo de vida de los clasemedianos -la mayoría lo somos- de esta parte del mundo. En otras geografías, ciertamente, no tienen ese problema. Nuestro modo de vida se sustenta, precisamente, en ese ¡Aquí no!. La mierda y los desechos que generamos, para lograr nuestro “bienestar” y permitir nuestro consumismo, se los cambiamos por sus recursos y por la explotación de miles de millones de personas que mal viven en esas geografías.
Servidor está de acuerdo en que hay que descarbonizar urgentemente nuestro modo de vida si queremos, como especie, seguir habitando en este planeta, pero hay que explicar cómo y que supone hacerlo, y sobre todo y más importante que supone no hacerlo. Explicar claramente los impactos que cada decisión tiene sobre miles de millones de personas.
Si el ¡Aquí no! no va acompañado de una crítica radical al sistema capitalista (lo que hubo en la antigua URSS y sus satélites, y hoy día en China, no es otra cosa que capitalismo de Estado) y una renuncia expresa al crecimiento, con todo lo que ello supone, no deja de ser una respuesta basada en el colonialismo que sustenta nuestra antropocéntrica y eurocéntrica civilización.
Si ese ¡Aquí no!, lanzado desde el movimiento ecologista, se queda solo en eso, mucho me temo que, como sostenía André Gorz: «La ecología es como el sufragio universal y el descanso dominical: en un primer momento, todos los burgueses y todos los partidarios del orden os dicen que queréis su ruina, y el triunfo de la anarquía y el oscurantismo. Después, cuando las circunstancias y la presión popular se hacen irresistibles, os conceden lo que ayer os negaban y, fundamentalmente, no cambia nada».