Quizás desconfiemos, con razón, de quien nos pide disculpas.
— Perdón. No lo volveré a hacer.
Quizás pedir disculpas, modificar una postura, plegarse a una evidencia, recapacitar… sean signos de hipocresía postrealista y yo, de pueblo al fin y al cabo, no acabo de enterarme.
Tampoco encuentro a los duelistas particularmente ingenioso; aunque sí convencidos, equivocadamente, de que el ingenio, suyo, vale como argumento si es lo bastante insultante. La verdad es que donde ellos ven una oportunidad yo veo personajes condenados a decir palabrotas para salir en los medios o a improvisar apotegmas para no perder el equilibrio.
Se trata, me parece, de dar una respuesta sea cual sea la pregunta y olvidan que en la respuesta de una persona inteligente se nota, enseguida, que ya había pensado en la cuestión que se plantea. No me parece que los duelistas piensen en otra cosa que en su respectivo opositor, lo cual, metafísicamente hablando, equivale a pensar en sí mismos más de lo que su cargo aconseja, mucho más, muchísimo más, obsesivamente, diría.
En su ensimismamiento, los duelistas conectan con el pueblo y, así, saben de buena fe no ya lo que saben los españoles o lo que traman los franceses, sino lo que desean los bercianos, ya sea, esto último, ser gallegos, leoneses o asturianos, y ello a pesar de que es sabido que lo que realmente quieren ser los bercianos es ciudadanos tan felices, despreocupados y coherentes como los bretones o los marcianos.
El caso es que tenemos ahora que decidir si el Bierzo prefiere ser el basurero de León, el de Castilla, el de Galicia, el de Asturias o, más generosamente, el de España. Nos lo explican muy bien los duelistas (que a pesar de su nombre son legión) porque conocen el «sentimiento» que guardamos en un almario cuya llave, por suerte, no se comió esa historia que puede usted reescribir como le plazca, pero que no será nunca más que eso: Historia.
La Historia no es un argumento y, siento decirlo, el sentimiento tampoco lo es. El sentimiento no va a quitárselo nunca su adscripción geopolítica, política o paleolítica; si acaso se lo quitará la Historia. Hablar de la Historia como si supusiese autoridad alguna es ignorar lo injusta que puede llegar a ser, y hablar de sentimientos para unificar criterios en una dirección conveniente es, simplemente, torticero además de cursi.
Podemos tolerar todo tipo de tendencias e ideas, pero cuando un colectivo presiona (y presiona) para imponernos las suyas, conviene que nos preguntemos por qué quiere lo que quiere, qué quiere exactamente, por qué queremos lo que queremos, qué queremos exactamente y cuánto nos va a costar (¡ojo!) que lo consigan o conseguirlo. No vaya a ser que nos estén utilizando, y terminemos igual de pobres que antes de dejarle negociar al duelista Lo poquísimo que, se ponga como se ponga la postverdad, nos pertenece.
Que no. Que no es usted berciano porque le rece a los saúcos o se sienta leonés o porque hable gallego o porque use chaleco o compre en Portugal, yo hago las tres cosas (4) y nací en Madrid (y moriré en Magaz de Abajo). Es usted berciano si atiende a la conservación (no explotación) de un entorno real, necesitado de su participación como de una economía coherente con sus debilidades y fortalezas y de una política autónoma y volcada en un desarrollo comparativamente justo dentro de la circunscripción que sea, la que sea. Resumo: es usted berciano si sabe lo que le conviene.
Avisados estamos. Se admiten insultos.