[LA PIMPINELA ESCARLATA] El último minuto, para los que sufren
EDUARDO FERNÁNDEZ | Un problema serio que se nos presenta a la gente de orden es que nuestra natural querencia a la jerarquía y aprecio reverencial al mando genera dificultades de encaje cuando el que manda es del otro lado. Yo no me siento en absoluto representado por los miembros y miembras del gobierno. Que van a Valladolid dos ministros, dos, Planas el de Agricultura el 18 de enero y Maroto la de Industria el 8 de febrero con el socialista alcalde a impulsar un parque agroalimentario que debería estar en el Bierzo, pues no me siento representado. Si eso lo llegan a hacer otros, teníamos lío en la calle y en el campo; como son de los propios, algún genio sale a decir que cada palo aguante su vela y no sabemos entre el trío de socialistas quién es vela y quién es palo, pero el palo se lo dan al Bierzo, confío en que no ante la pasividad de los suyos aquí. También me cuesta ver mis intereses y expectativas representados y protegidos por la pareja ministerial de Galapagar, qué quieren que les diga. En cambio, me siento representado por mi alcalde. Será por la cosa de la cercanía geográfica, que termina por imponer un vínculo emocional. Por eso nada me queda que esperar del gobierno, pero me obnubilo con algunas cosas que pasan en el salón de plenos. Hay que hacer una limpieza parapsicológica allí, porque a alguno le saca lo peor de dentro, que el final del pleno viene a ser cruce entre poltergeist y el exorcista.
Les reconozco que, como mi mujer es psicóloga, las vacilaciones existenciales las resuelvo en casa. Y las demás, ya saben mis querencias, en el confesionario. Menos mal, porque otros que escriben aquí arrastran desde hace días dudas de personalidad: si son sanedrín o gente de mal vivir. Yo entre susto y muerte me pediría intelectual asintomático, pero no puedo soñar con serlo. Me falta categoría académica y solidez filosófica. Considerar que hay intelectuales asintomáticos es muestra de inconsistencia lógica que probablemente se pasase con lecturas más diversas que el argumentario del partido. El intelectual es persona -salvo que en el ayuntamiento de Ponferrada demuestren lo contrario- que necesariamente alcanza tal condición de manera pública. Ser intelectual en casa viene a ser como creerse un cruce entre secretario general de la ONU y premio Nobel y ser en realidad alcalde. El intelectual, en consecuencia, adquiere tal naturaleza en abierta exposición al mundo de su posición ética e ideológica. Sólo con cierto revoltijo conceptual se puede llegar a defender que el intelectual no muestra síntomas de tan excelsa condición y quien lo afirma, en pleno o no, está errado, pongan ustedes si con o sin h según su natural inclinación. Ese error se cura mediante una simple inyección de cultura, que esa se la pueden poner los ediles sin saltarse cola alguna de vacunación. Me parece que una de las lecturas más recomendables contra las sandeces que se dicen de los intelectuales es Historia de las dos Españas, de Santos Juliá, por poner a alguien de tendencia política opuesta a la mía. En su defecto, y por abrir el abanico, Intelectuales de Paul Johnson, Intelectuales contra el intelecto de Leszek Kolakowski o Los intelectuales y la política, coordinado por mi admirado Rafael del Águila y publicado por la Fundación Pablo Iglesias, lo que será señal de fiabilidad para los del pensamiento único oficial. Todavía ninguno ha consagrado su investigación a los intelectuales asintomáticos, probablemente por no hacer con ello el canelo como al estudiar Genómica funcional de los gamusinos fornelos o Computación cuántica aplicada a los alcaldes ponferradinos.
Aguántenme la soberbia intelectual. He conseguido terminar cinco carreras; algunas, permítanme la jactancia ya puestos, con cierta brillantez. Son Derecho, Geografía e Historia, Ciencia Política y de la Administración, Español Lengua y Literatura y Economía. También un máster en Cultura y Pensamiento europeos. Y un doctorado en Historia de las Ideas Políticas, mundo hispánico, para más precisión. Lo cual podría indicar únicamente que puedo ser igualmente necio en cinco disciplinas a la vez, se lo concedo. Otros no llegan a tontos en una sola ocupación y ello no les ha impedido alcanzar concejalías notables. Todo ello, como debe ser, como parte del estudiantado de a pie al que no le regalan másteres ni doctorados. He escrito alguna cosa, todas insoportablemente especializada hasta el aburrimiento. Salvo el próximo libro que sale en abril editado por Tecnos, sobre la ideología en las Comunidades que cumplen cinco siglos (sí, como Umbral yo también he venido a hablar de mi libro). Pues con todo, ni sueño con ser intelectual.
Algunos me dicen que por escribir en este medio tendría que encajar a la fuerza en alguna de las categorías restantes. Qué duda, entonces. De modo que sabiendo que no soy sanedrín, ni intelectual, asintomático o no, y siendo más gente de orden que de mal vivir, habiendo quedado mi sobrada experiencia en el hampa política –Escarramán popular– en el pasado, no me siento concernido personalmente por las palabras del alcalde. Miles de ponferradinos no se sienten siquiera interesados por ellas y eso debería preocuparle mucho más. A mí, se lo confieso, me engancha como un prestidigitador que cada vez da una nueva vuelta a su viejo truco. Uno cree que no se puede llevar al siguiente nivel el asunto de reservar el final para la ofensa gratuita, y sí. No defraudan los plenos municipales, parece inviable que cada vez sean de menor entidad institucional. Y conseguido. Me tienen admirado.
Aun así, me representa, pero… yo esperaba de una cabal representación que con la que cae, dedicara sus últimas palabras siempre a las personas que peor lo están pasando. O en su defecto, como parece preceptivo en las lides de un pleno, a la oposición. Entretenerse con quienes son una porción muy pequeña de la ciudadanía es error que por garrafal le tienen que perdonar, no los aludidos, sino los omitidos. Que en esa semana del pleno se mueren varias personas en el hospital de Ponferrada y no haya como cierre una palabra de solidaridad para sus familias, de aliento para quienes los echan a faltar, de ánimo para quienes están en el hospital y de entereza para la ciudad toda, pero sí las haya de reproche para quienes cometen el nefando atrevimiento de hacer pupita al ego municipal, es torpeza insolidaria, que demostraría que se está más pendiente de la propia fama que de la vida ajena. Me niego a creer eso de mi alcalde, cualquiera que sea. Me dice un recién salido del hospital que estos meses de pandemia hemos tenido la constatación dolorosa de que en España hay enfermos asintomáticos, pero tontos con todos los síntomas exteriores, que se empeñan en proclamarlo con solemnidad. Por eso, para evitar esta impresión en la gente, igual en el próximo pleno, el último minuto, para los que sufren.