[LA OVEJA NEGRA] Clasismo clasemediano
GERMÁN VALCÁRCEL | A estas alturas podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la pandemia es un hecho político no porque sea inventada, inexistente o haya sido producida artificialmente en un laboratorio. La pandemia es un hecho político porque está modificando todas las relaciones sociales, y es por eso urgente y legitimo pensarla y debatirla políticamente.
A pesar de lo que el improbable lector pueda pensar, no escribo desde la certeza, sino desde la duda, la pregunta y la intuición, conocedor que cualquier cosa que se diga puede convertirse en una afirmación obsoleta, ingenua, ridícula, carente de consistencia como cubitos de hielo en un whisky on the rocks.
Pero para que no se me pueda acusar de hipocresía, reconozco que escribo sangrando por los cuestionamientos que me han dejado décadas de activismo político y social; desde la conciencia de clase mamada en las múltiples asambleas obreras en las que he participado a lo largo de mi vida, desde la consciencia obtenida a través de las múltiples luchas ecologistas, las cuales me han permitido conocer que todos los seres vivos y no vivos formamos parte de un entramado de sistemas que incluye las relaciones entre ellos y de ellos con la especie humana. Incluso escribo desde el pensamiento decolonial adquirido en las comunidades de los pueblos originarios de Abya Yala (América). No escribo –ya no, la vida no son solo dos bandos– desde la falaz confrontación izquierda-derecha, dos caras de la misma moneda colonialista, sino desde la lucha frontal contra el patriarcado, desde el anticapitalismo, el anticolonialismo y el decrecentismo.
Escribo siendo conocedor de que la política institucional, y más en la geografía donde vivo, la Comarca Circular (la nomino así para que una antigua amiga siga mofándose) es un espacio habitado por políticos de todas las tendencias y creencias, tan plural que conviven en él desde oscuros pecadores a rezadores miembros de cualquier paso de Semana Santa, pasando por psicópatas, narcisos y mitómanos, todos ellos dirigiendo su codicia a las rebanadas del pastel que se reparte en las instituciones, avarientos dispuestos a meter mano, eso sí, “legalmente” y con todos los informes favorables de Tesorería e Intervención, incluso del Tribunal Supremo, al presupuesto municipal.
Durante algún tiempo pensé que a estos profesionales de la industria de la representación les movían las ansias de poder; me equivocaba, tan mediocres y cutres son que es simplemente ganas de dinero y de darle lustre a sus egos. Tan es así que ni siquiera se hallan dispuestos a renunciar a ese pequeño 0,9% de aumento salarial (ajuste, en el lenguaje de la concejala de Hacienda) que por ley les corresponde a trabajadores y funcionarios públicos. Conviene recordarles que ellos no los son. Pero ellos también tienen familia, dicen, y seguramente hipoteca, digo yo, aunque nadie les haya obligado a presentarse en una lista electoral, más bien todo lo contrario: han apuñalado, traicionado, engañado y ninguneado a quien hiciera falta para lograrlo.
Solo unos datos para ayudar a sostener mi afirmación: los costes de políticos, asesores, cargos de confianza y demás mamandurrias se van a ir –por todos los conceptos– en torno a los tres cuartos de millón de euros, una cifra similar a la cantidad recaudada por la recientemente impuesta tasa de basura. Solo los nuevos cargos de confianza van a detraer de las arcas municipales una cantidad por encima de los 130.000 euros. En el año 2009 (últimos presupuestos antes del inicio de la “crisis”), con una población de 69.000 habitantes y un presupuesto municipal de 72.800.000 euros, los gastos de personal ascendían a 17.800.000. En el año 2021, con una población de 64,000, un 8% menos, y un presupuesto 62.600.000, un 15% menos, los gastos de personal ascienden a 21.800.000, un 18% más.
Los costes de políticos y asesores equivalen a la cantidad recaudada por la nueva tasa de basura
Don Olegario y su concejal de personal, como buenos “servidores públicos” y activos miembros de un sindicato corporativo (antes llamados amarillos), saben bien a quienes hay que contentar y de donde extraer rentas y a donde dirigirlas si lo que se pretende es perpetuarse en el poder y hacer carrera política. En una ciudad como Ponferrada el funcionariado es, actualmente, la elite clasemediana. Por eso es difícil encontrar algun presupuesto municipal de los últimos años que destile tanto clasismo como el que se va a aprobar el próximo lunes. Blindaje de los cada vez más mermados y escasos sectores clasemedianos que representan y el miserable y paternalista asistencialismo progre para las cada vez más mayoritarias y depauperadas clases subalternas. La socialdemocracia siempre fue extractivista, repartía las migajas del expolio colonialista entre los ciudadanos de las metrópolis, aunque ahora también se dedica a despojar a los sectores más depauperados, para así contentar a rentistas y pequeños propietarios clasemedianos, su electorado.
El paso de doña Gloria Merayo por el Consistorio, al margen de cualquier opinión que servidor pueda tener respecto a su acción institucional (doña Gloria está ya fuera de la política activa), dejó alguna que otra enseñanza y, sobre todo, avisos a navegantes: los políticos pasan y se deben a la opinión publica, los funcionarios se quedan y la ley les ampara y les concede muchos privilegios, en comparación con el resto de trabajadores. Pero doña Gloria era una aprendiza al lado de los socialeros, estos saben practicar la política del palo y la zanahoria, si algún funcionario se les resiste “inventan” puestos con los que puentear a los, digamos, no afines, a otros incluso le ofrecen un puesto en la próxima lista electoral. Sindicatos tan corporativos (o tal vez precisamente por ello) como los de la función publica acaban de afear ese intento de inventarse canonjías con las que marginar a quien no dice «sí Señor».
A servidor los socialpancistas no le sorprenden, ellos son los que institucionalizaron la corrupción (no hablo solo de meter mano en la caja) en este país durante los catorce años ininterrumpidos de gobierno de Felipe González. Don Olegario y sus concejales no han llegado al ayuntamiento para “inquietar” a nadie, faltaría más, y mucho menos a los más privilegiados dentro de la función pública. Tan necesarios, por otra parte, para conseguir esos informes favorables, esas complicidades que en caso de necesidad permitan salir con bien de cualquier escollo o incumplimiento programático (reconozcamos que los contratos puentes son un magnifico invento), Don Samuel Folgueral, otro de la escuela socialera, puede dar fe del buen hacer de esos funcionarios. ¿Por qué creen que ni don Olegario, ni su concejala de Hacienda, tan activos y escandalizados ellos en la oposición, con lo que conocían, movieron un dedo para recurrir el archivo de la causa del Mundial? Sin embargo, en un tema como el del personal de confianza no han tenido ningún problema en llegar hasta el Supremo.
Pero en el pecado llevan la penitencia: Roma no paga traidores y los usitas van a pasar factura, por mucho que diga el informe del perito judicial. Harán bien, y además nos entretendrán con una divertida pelea entre felones y trileros. Leer, en las redes sociales, las peroratas del más narcisista de los socios políticos de Ismael Álvarez para arremeter contra el actual alcalde nos indica que vivimos tiempos de tuberculosis del espíritu y de incivil malicia. Por una vez, los tontos útiles mirarán desde la barrera, y así podrán librarse de las dentelladas de estas alimañas.
El actual equipo de gobierno municipal es, según ellos y sus hooligans, el gobierno más progresista de los últimos treinta años en la historia de Ponferrada. A estas gentes se les llena la boca de justicia social y a continuación se preguntan por qué amplios sectores de las clases subalternas y de los jóvenes sin futuro terminan en las filas de Vox. Seguramente si analizaran sus leyes, sus decisiones políticas, sus incumplimientos y sus presupuestos encontrarían muchas respuestas.