[CARTAS] El taller de grabado de Asprona Bierzo y el juego de la estampita
En la Segunda Parte de don Quijote de la Mancha, hace el caballero una semblanza de lo que entiende que es la caballería andante:
-Es una ciencia –replicó don Quijote– que encierra en sí todas o las más ciencias del mundo, a causa que el que la profesa ha de ser jurisperito, y saber las leyes de la justicia distributiva y conmutativa, para dar a cada uno lo que es suyo y lo que le conviene (…)
No vamos a atribuirnos la representación del ideal de caballero tan erudito, pero si aceptamos el principio de la justicia distributiva, o conmutativa, notaremos algunas distorsiones inesperadas desde ciertas tribunas de reivindicación social. Es el caso de Asprona Bierzo, por ejemplo, que reclama legítimamente la atención a la que las personas con discapacidad intelectual tienen derecho: la misión de Asprona Bierzo persigue en primer lugar la mejora de la calidad de vida de las personas con discapacidad intelectual y del desarrollo y personas dependientes, trabajando en la construcción de una sociedad más justa, igualitaria e inclusiva.
La distorsión, con esa filosofía de partida, está en la falta de consideración por parte de sus directivos a los derechos de los trabajadores.
No ha sido el coronavirus el culpable del cierre del taller de grabado, como se afirma en la nota de prensa que se publicó en el Diario de León el día 9 de febrero. La decisión de clausurar ese taller, junto con el de encuadernación y carpintería estaba tomada desde hace mucho tiempo. Y la razón fundamental está relacionada con el concepto un tanto oportunista que tienen sus directivos sobre lo que debe ser una institución de atención social. El objetivo del cierre, claramente, ha sido la de deshacerse de los trabajadores más antiguos y hacer nuevos contratos en los que los empleados cobren el salario más bajo posible, pero tengan asignadas funciones polivalentes. Como en la descripción que hace don Quijote, que continuaba diciendo:
-(…) ha de ser teólogo (…); ha de ser médico, y principalmente herbolario (…); ha de ser astrólogo (…); ha de saber las matemáticas (…); ha de estar adornado de todas las virtudes teologales y cardinales (…); ha de ser casto en los pensamientos, honesto en las palabras, liberal en las obras, valiente en los hechos, sufrido en los trabajos, caritativo con los menesterosos y, finalmente, mantenedor de la verdad.
Esa lista de cualificaciones que adornaban la misión de los caballeros andantes es la que les gusta a los directivos de Asprona, que, por cierto, deberían poner negro sobre blanco los cientos de miles de euros que se han gastado en despidos improcedentes para conseguir esa mesa redonda de personal polifacético. Y no parece muy coherente el lamento disfrazado de reivindicación social para decir que se anda escaso de maravedíes. En realidad, los fondos donados por ENDESA hace unos días han servido para financiar un par de despidos.
¿Qué interés pueden tener estos directivos -trabajadores asalariados también, al fin y al cabo- en llevar a la precariedad a sus antiguos compañeros? Como acabo de decir, tener a todos sus subalternos con la posibilidad de realizar tareas multifuncionales, porque esa polivalencia libera mucho el trabajo de organización -el suyo-, que de otro modo tendría que adaptarse a cada perfil profesional necesario. Por otro lado, supone también un ahorro económico considerable, eso es cierto. Pero aún no he visto que ninguno de ellos renuncie a ciertas prebendas, como coches de renting, teléfonos a discreción, desplazamientos con los gastos cubiertos, complementos personales y ese tipo de cosas.
-Mirad, Sancho –dijo Sansón-, que los oficios mudan las costumbres, y podría ser que viéndoos gobernador no conociésedes a la madre que os parió.
Ellos, a diferencia de la corte de Camelot, parece que sí han encontrado el Santo Grial en forma de sillón.
Desde febrero de 1999 me hice cargo del taller de grabado de Asprona, como persona de referencia para las dieciocho personas con discapacidad intelectual que desarrollaban su labor allí. Mi cometido consistía, básicamente, en organizar las tareas propias del taller y adaptarlas a las capacidades de esas personas. La filosofía de los talleres ocupacionales está basada en desarrollar y potenciar las habilidades sociales y prelaborales, y acercar de esa manera, el objetivo de la integración social a un grupo de personas tradicionalmente marginado. Los talleres de oficios, como el de grabado, incorporan matices que difícilmente pueden sustituirse con el coloreado de fichas impresas, que es lo que hacen esas personas en la actualidad. La edición de obra gráfica conlleva tal cantidad de procesos complementarios, que se facilita enormemente la integración en una línea de trabajo a un numeroso grupo de personas con diversas capacidades. Eso tiene como correspondencia una satisfacción muy gratificante porque hay un reconocimiento social, y el grado de realización resultante para las personas con discapacidad es un elemento nada desdeñable, entre otras cosas porque cumple con la misión que se anuncia en los principios de la entidad.
Tengo que decir que la fundadora de ese taller fue Josefa Agra, tres o cuatro años antes de mi incorporación, y sigo considerando esa idea como algo magnífico y seguramente inédito en el campo de la atención a las personas con discapacidad intelectual.
La gestión de este centro, como muchos otros de similares características, es de carácter privado. Como asociación, hay un órgano de gobierno formado por una junta directiva que dispone con su criterio personal el nombramiento del gerente. Éste, a su vez, organiza los cargos ejecutivos y dispone las áreas de trabajo. Es en este aspecto en donde se echa de menos un control riguroso por parte de la Administración, porque los comportamientos de los cargos mencionados son tan acomodados, que las consecuencias que esto conlleva inciden directamente en la calidad, tanto laboral como en los aspectos relacionados con la atención. Hago esta observación porque he visto pasar por esta institución a un número considerable de personas con un alto valor humano y profesional, que no sólo no vieron recompensadas sus capacidades, sino que, en muchos casos, además fueron despedidas sin la menor consideración, sin explicaciones a la parte sindical y con procedimientos por parte del jefe correspondiente cercanos al nepotismo. Con respecto a esta última apreciación, sugiero a quien se interese por este asunto que indague en las relaciones familiares y otros vínculos que unen a quienes dirigen la institución. Después de veintiún años de servicio en la entidad he comprobado tantas veces el grado de desprecio tanto por los derechos laborales, como por las mínimas normas de corrección social, que no me espanta la taimada manera que han usado conmigo para finalizar mi relación laboral, es decir, en plena pandemia, sin previo aviso y mediante burofax. No habría sobrado en la nota del Diario de León la mención a la autoría de los aguafuertes –que no aguatintas, señor director: zapatero, a tus zapatos, que diría Sancho- que quieren ahora ofrecer como pequeñas obras de arte. Y no por alimentar la vanidad, sino por un principio básico de reconocimiento, práctica que, según se dice, suelen ejercer los bien nacidos. Pero la buena educación es un tema para otro día.
Mientras tanto, además de sacrificar al bueno de Rocinante, han hecho astillas con Clavileño.
Juan Manuel Santos González