[LA OVEJA NEGRA] Una grieta en el muro
GERMÁN VALCÁRCEL | Estaba convencido que la desmovilización, la apatía y el pasotismo impregnaban todos los rincones de la sociedad y la geografía berciana. Pero la irrupción, desde el rincón más despoblado y abandonado de la comarca, de un pequeño movimiento social que ha tomado forma en la autodenominada Plataforma Rural Sostenible me hace creer que todavía hay vida y esperanza en la Comarca Circular.
Hasta donde conozco, este pequeño colectivo ha surgido para, desde la auto organización y la base, oponerse al brutal expolio y destrucción que lleva aparejada la mal llamada transición ecológica y energética en el Bierzo, y aunque parece de otro tiempo, su motivación, se nota, es el fuerte vínculo emocional con el territorio, son gentes con la tierra de sus huertos entre las uñas (sus miembros son, mayoritariamente, personas que viven en esas geografías) que han decidido no seguir las instrucciones de los manuales partidarios, ni las recetas predeterminadas, ni los tutelajes de los viejos y caducos “líderes” del movimiento ecologista comarcal. De pronto y sorpresivamente la voz de la rebeldía ante la barbarie ecocida se ha escuchado bien alto y claro.
En las montañas y valles más apartados de la geografía berciana ha nacido este viento fresco que conspira por un mundo nuevo, tan nuevo que es apenas una intuición en el corazón colectivo que lo anima. Este viento fresco de rebeldía no solo es la respuesta a las imposiciones ecocidas, injustas, arbitrarias y mercantilizadas que llegan de arriba, no solo es la contestación de unas gentes invisivilizadas, silenciadas, ninguneadas, perroflautas dirá algún que otro representante institucional de los clasemedianos urbanitas; es, también, ni más ni menos, la conversión de la rebeldía en digna rabia.
Aunque intuyo que son gentes conscientes de que en esta tierra pelear y perder suele ir unido, para no ponérselo demasiado fácil a oportunistas, trepas, burócratas clasemedianos institucionalistas y gentes de semejante ralea, yo les recomendaría ojo avizor y prudencia, ya que más temprano que tarde van a llegar, de la mano de narcisos y ególatras, las zancadillas -seguramente ya están en marcha-, el segar la hierba bajo de los pies, los topos y las “campañitas” de desprestigio, no solo desde el establishment político-empresarial-mediático sino también desde el ese ecologismo reformista cuyos economicistas y mercantilistas gurús suelen afirmar que la mejor manera para ser tomados en serio por quienes ostentan el poder de proteger y destruir consiste en hablar su mismo idioma, como siempre discutiendo sobre la forma para desviar la atención sobre fondo. A estas alturas todos sabemos que la negociación y las acusaciones contra quienes muestran lo que ellos llaman radicalismo, son solo la defensa de privilegios clasistas.
Por eso siempre desarrollan una narrativa que se modela en función de sus intereses, como bien se encargó de subrayar Marx al abordar la cuestión de la acumulación originaria de capital. Si defiendes un territorio por su valor económico no tendrás nada que decir cuando un bosque, un río, un árbol o ese territorio en su conjunto tenga otro uso que dé más “valor añadido”. Es lo que está ocurriendo con el despliegue en las montañas bercianas de las mal llamadas renovables.
Ese ecologismo utilitario es más dado a salvar una forma de vida, la del modelo occidental, que la vida. Y centra sus esfuerzo en los politiqueos de despacho y juzgados y en implementar y defender tecnologías supuestamente más “sostenibles” para mantener el nivel de confort que “necesitamos” los ricos del mundo, nosotros.
El despliegue de parques eólicos y solares es el símbolo de todo lo que el reformismo ecologista ha hecho mal, de la cortedad y connivencias de sus planteamientos y de la tecnolatría, mercantilismo e industrialismo que hay tras casi todas sus propuestas de “desarrollo sostenible”. El ecologismo, para ser creíble, no solo debe tratar de proteger paisajes sino que sus propuestas tengan una relación sana con el resto de la vida del planeta. El ecologismo que gira en torno a los intereses y deseos de los humanos, como si el planeta nos perteneciera y pudiésemos hacer lo que quisiéramos, no es más que el lavado verde del ecocida, genocida y colonialista capitalismo de toda la vida.
El despliegue de parques eólicos y solares es el símbolo de todo lo que el reformismo ecologista ha hecho mal
Mientras sigamos entendiendo el crecimiento económico como desarrollo, mientras tratemos al planeta como una gigantesca cantera donde extraer lo necesario para seguir sustentando el desquiciado desarrollo tecnológico o una inmensa planta de producción y el medio ambiente como un parque temático donde hacer turismo y deporte, el camino hacia la destrucción del planeta y la extinción de la especie humana es el único camino.
A los educados en la ontología eurocéntrica les fascina la ciencia, de forma comprensible –fundamentalmente a las vanguardias clasemedianas de un lado y otro del espectro político-cultural– ante lo que puede llegar a hacer. Sin embargo no son nada proclives a hablar sobre lo que no puede hacer, las leyes de la termodinámica, por ejemplo, o como solucionar la premisa de que todos los recursos minerales y energéticos de la tierra se irán agotando progresivamente, tal vez confíen en que, como sostienen algunos de sus “científicos sociales” desaparezca un tercio de la humanidad por epidemias y hambre, ya que es sabido que la desnutrición baja la inmunidad y produce retraso mental.
Nos dejamos cegar por la tecnología que encierra un smartphone, para no ver el precio que se paga, en destrucción y muerte, por ese desarrollo tecnológico. La ciencia, tal y como esta concebida en nuestra civilización, nos pude ayudar a entender el funcionamiento del universo, a crear aparatos que vayan a Marte a investigar si hay agua allí, pero es incapaz de apagar la sed de millones de habitantes del planeta en el que vivimos. La ciencia no es una religión, como muchos pretenden, la ciencia se equivoca o cree cosas que luego se demuestran falsas.
Seguir creyendo que los humanos, a través de la ciencia, somos objetivos y desinteresados observadores de la realidad no es un punto de vista científico, es ideológico y no ser conscientes que el éxito con que la economía ha capitalizado aquello que la ciencia explicaba, convierte, a la ciencia, en un apéndice más del sistema productivo y en la religión civil del crecimiento económico, el culto al dinero y el consumismo.
Creer, como sostienen la mayoría de las elites clasemedianas eurocéntricas, que el objetivo prioritario de la ciencia es la incesante búsqueda para dominar y someter la Naturaleza y promover un crecimiento ilimitado, es lo que está llevando, a pasos agigantados, cada vez más acelerados, a nuestra civilización al colapso.
Ante las certezas que los alienados, empachados enfermos de colesterol, diabéticos, obesos, cirróticos habitantes de esta parte del mundo, parecen obtener a sus preguntas, en eso que llaman ciencia, para las dos terceras partes de la humanidad, a las que expoliamos, sometemos y pisoteamos para obtener el petróleo, el uranio y los minerales raros que necesitamos para seguir en nuestra burbuja tecnológica, la pregunta prioritaria es ¿qué cenaremos esta noche?
Sostenía alguien tan poco sospechoso de antisistema, el filósofo y economista del siglo XIX, el inglés John Stuart Mill que: “Si la tierra tuviera que perder la mayor parte de su belleza debido a los daños provocados por un crecimiento ilimitado de la riqueza, entonces desearía sinceramente que, por el bien de la posteridad, nos contentáramos con quedarnos en las condiciones actuales en que estamos, antes de que nos viéramos obligados a detenernos por necesidad”. Diez generaciones después –una milésima de segundo en la vida geológica del planeta– estamos en esa situación, después de que las cuatro últimas hayan consumido más del doble de recursos del planeta que en toda la historia de la humanidad y el conjunto de lo construido por el hombre (algo que se ha ocurrido precisamente en el año 2020) posee ya la misma masa que todos los organismos vivos del planeta. El escenario distópico de un planeta sometido a la ingeniería no es ciencia ficcion, ya está aquí. Pagaremos por ello.