[LA PIMPINELA ESCARLATA] Disciplinados
EDUARDO FERNÁNDEZ | Hay algunos términos cuyas connotaciones históricas cambian su significado. Si les digo que un tal edil era un alumbrado en el siglo XVI no implica que fuese particularmente despierto –lumbreras en los puestos públicos pocos desde el Neolítico hasta hoy–, sino que pertenecía a una suerte de secta –menuda novedad para los partidos políticos– un tanto mística, que fue condenada por herética al calor de la Reforma luterana. A los alumbrados españoles, fueran concejales o no, se los escaldaba como chorizos, sin buscar la metáfora fácil. Lo mismo pasa con los disciplinados, que no tienen que ver con los reconvenidos a fin de votar lo que el partido manda.
En la intrahistoria de las votaciones de las comisiones municipales del ayuntamiento de Ponferrada, el amago de disidencia es otra historia, ya me perdonarán el juego de palabras. A mi no me parece mal una cierta libertad de un concejal para ahormar a su mundo interior, ideológico y de valores, lo que tiene que votar. O sea, que de vez en cuando vote lo que le sale de las gónadas. Qué voy a decir yo, si es de enfrente. Pero es que tengo la ventaja de decirlo después de haber sido presidente provincial de un partido y haberme enfrentado personalmente a episodios similares.
Disciplinamiento -que no disciplina- y control social se han dado la mano en la historia, normalmente a través de la religión. Nada demuestra empíricamente que el olegarismo sea una religión aún, por lo que no se puede caracterizar por la caridad para el que se descarría y por el arrepentimiento, aunque lo de querer resucitar el Imfe y arrepentirse de cargárselo tienen mucho de penitencial. Cuando en el equipo de gobierno descubran que el cristianismo tiene un fácil acomodo a la autoridad a través de la inerrancia y de la infalibilidad, se acelera la transformación del olegarismo político en movimiento pontificio. Pontificar es tendencia que encanta a los alcaldes. Igual por eso mejor recurrir a eso tan socorrido de las “obsesiones personales” que a lo de explicar el embrollo de opiniones internas que trasladan a la ciudadanía soberana. No sé si en el ayuntamiento se retrasa el pleno hasta la próxima semana para que varias toneladas de hielo permitan al díscolo reconsiderar su decisión “en frío”. La coyuntura es jorobada, por no decir otra cosa: si se mantiene el voto de la comisión, traidor a la causa digno de purga de comité central; si se cambia, cómo es posible un calentón para dar tres cuartos al pregonero y envainársela sin duelo. Habría que cambiar el estrambote cervantino: “Y luego, incontinente de la Fuente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada”. El frío que hay que aplicar ahí inventará la criopolítica local ponferradina. Por menos de eso ha caído un Nobel.
Ahora bien, si es cierto que el alcalde ha considerado que con unas personas hay que tener más paciencia que con otras, sé yo de varios que se quieren poner en la cola de la paciencia, pero para que se espere pacientemente a que paguen el tasazo. A los pocos días de esa sesión vespertina de coros y danzas en que se convirtió la moción de censura contra Mañueco, aderezada con fuga de tránsfuga de libro, no sabe uno si también disciplinada desde la obediencia del afecto y no de la ideología, el “aviso pero no remato” del grupo socialista ponferradino daría para volverse loco recordando los límites del mandato representativo de los concejales, si se mandan o desmandan ellos mismos, su partido o los que los votaron, si su acta es suya y lo que se da no se quita (no digo lo de Santa Rita, Rita por no meterla en esto por el afecto profundo que le tengo). Otro día si eso ya hablamos de la partitocracia y la disciplina de voto.
Intuyo que para el concejal de la Fuente, a quien no tengo el gusto de conocer personalmente, para que no queden dudas, no le habrá resultado fácil ni ahora ni en los últimos tiempos hacer de pepito grillo con conciencia progresista. Para los suyos se habrá excedido y para los de las esencias de la izquierda se quedará corto y tendría que dar pasos más letales. En este país nunca se rompe la disciplina de partido a gusto de todos. Sospecho también que al concejal de la Fuente lo que opinen los demás, mucho más lo que yo piense aquí con el tufo a azufre de la derechona, le deja indiferente. Y hace bien, porque en esto no hay que ajustar lo que uno hace más que a su propia libertad de conciencia. Cuando con la que cae en la calle, con las preocupaciones de la gente, con la pandemia, la crisis, el paro, la pérdida de población, la presión fiscal y las restantes plagas bíblicas, en su partido (lo mismo que en el mío de antaño y en todos) se cree que la disciplina acrítica –que lo mismo se emplea para defender una moción de censura fallida que para votar en una comisión– es más importante que pararse a reflexionar qué exigen los que sentaron con su voto a uno en el sillón municipal, es hora de repensar la política.